Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


La pertinaz sequía

21/04/2023

Esta semana el apocalipsis climático de los televisadores del tiempo es que nos a vamos a morir de sed todos. O casi. A tanto no llegaremos, pero ciertamente y sobre todo en el campo la cosa empieza a ponerse fea y en algunos lugares y cultivos ya tiene un irreversible color de hormiga. En abril no ha caído una gota y en lo que llevamos de año, cuatro. El cereal y el secano en general apunta a una cosecha tan desastrosa o más que la pasada. Solo falta una calorina en mayo para rematarla. La pertinaz sequía que se decía antes y a ella culpaban de casi todos en los tiempos aquellos de Franco.
Pero vamos, que tenemos un problema y gordo con la falta de agua. Lo hemos tenido siempre. España en muy buena parte, todo el centro peninsular y el sur, es un país seco. No es nada nuevo, aunque ahora haya una fuerte sensación basada en palpables realidades de que lleva un tiempo yendo a peor y acelerando. O sea, lo del cambio climático.
Y con ello, ya tenemos mantra de culpable y solución. 'Luchar'. Aquí se 'lucha' día y noche, todos bravos luchadores, contra todas las cosas desde el peso, la inflación, las fobias, la velocidad, todos los 'ismos' y el sunsuncorda. Todos Aquiles y ante las murallas de Troya. Contra el cambio el combate es feroz, se puede alistar además uno muy fácilmente en la legión climática. Basta clamar contra lo pedos de las vacas o comprar algo que se anuncia como remedio, porque ahora no hay un spot publicitario que no te venda algo ecológico y sostenible, empezando por las colonias y acabando en los detergentes. Todo debe contribuir a salvar la vida del planeta. Hasta cambiar ropa.
A mi todo esto me parece muy bien, que conste y que Dios me libre de criticar a los 'salvatierra'. Pero ¿Y si pensamos en volver a pensar en hacer algo que debíamos haber hecho con lo del agua y no solo no hicimos, sino que nos lo hemos cargado y dicho que qué bien lo habíamos hecho?
Me refiero a aquello que un día, allá por la República, tiempo que tanto añoran algunos, uno de sus grandes y fallidos propósitos, consideraron como pieza esencial del futuro de España. Que teniendo excedentes de agua en unas zonas y unas cuencas y faltando en otras no sería malo, primero embalsar y atesorar en tiempos y ciclos más lluviosos toda la posible y luego trasvasar los sobrantes a las cuencas y territorios más necesitados.
El agua, en aquel entonces y hasta no hace nada se consideraba «un bien común de todos los españoles». El gran Plan Hidrológico Nacional llevó la firma del socialista Indalencio Prieto y en él se esbozaban los trasvases del Ebro e incluso del Duero, así como se planificaba la red de pantanos. El franquismo copio aquel plan en cuanto a los embalses y en vez de pensar en los sobrantes en la desembocadura del Ebro optó por la cabecera del Tajo para el único trasvase que se puso en marcha.
El Plan Hidrológico Nacional fue abrazado en la democracia por los gobiernos socialistas, con particular entusiasmo por el ministro Josep Borrell que ya puso sobre la mesa el inicio del trasvase del Ebro con un numero de hectómetros que duplicaba el que luego presentó ya, tras cambiar el Gobierno, el popular José María Aznar y que fue asumido y destinados fondos muy cuantiosos para ello por la Unión Europea con la aprobación de la inmensa mayoría de las comunidades autónomas, en especial nuestra Castilla-La Mancha, con José Bono a la cabeza.
Pero en esto llegaron el clamoreo tribal, Zapatero y Narbona, y aquel proyecto fue pisoteado, rechazado y convertido en apestado. Se renunció no solo a los fondos europeos para hacerlo, sino a algo de mucho mayor calado y más graves consecuencias: a la idea de cohesión, de Nación y de bien común, de que el agua era de 'todos los españoles' y no de este o aquel pueblo, esta o aquella región, esta o aquella comunidad autónoma. Fue otro clavo más de aquel gobierno ZP en el ataúd de la razón, de la unidad y del sentir de pertenencia a una Patria.
Y desde entonces, hace ya casi 20 años de este infausto siglo XXI, pues tal empieza a parecer en este primer cuarto, solo hemos hecho que cavar en el agujero del disparate. Tanto que escribir sobre la vuelta a lo que se entendió porque lo era lo beneficioso y razonable, se ha convertido y te convierte, en objeto de los peores desprecios e insultos.
Pero hay que decirlo y hay que hacerlo. España necesita atesorar y embalsar toda el agua que pueda y más si lo que se predice se consuma. No hay que destruir presas y embalses sino construir nuevos. No hay nada más de sentido común que procurar tener reservas de agua cuando pensamos que cada vez va a ser menos la que caiga del cielo. Por lo menos, digo yo, hasta que venzamos al cambio climático, si es que a base de milongas se vence. Mientras habrá que ir haciendo algo. Y tampoco es nada descabellado que, si en un lugar no hay ni gota y si hay algo más en otro, trasvasarles un poco. Ni los pantanos son fascistas ni los trasvases satánicos. Fueron, desde los tiempos en que éramos romanos, ejemplos de progreso y bienestar. O al menos, de prudencia. Que es la pertinaz sequía, majos.