José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Núria Gasull

06/06/2022

Sr. D. Pedro González Carranza

Ciudad Real

 Muy señor mío:

 El pasado jueves, pude leer en el diario El País la carta de la directora que usted escribió y que lleva por título 'Ya no hay empatía'. Igualmente, y gracias a mi buen amigo Carlos Iserte pude leer el pasado sábado la entrevista que ese mismo diario le hizo en relación al contenido de su carta. Le ruego, en primer término, que me perdone por el atrevimiento de dirigirme a usted públicamente, a través de una columna periodística, pero considero que el testimonio que aporta en ese escrito es tan profundo y tan importante que no puedo dejar de responderle por las muchas reflexiones que me ha hecho abordar.
He leído, leído y releído su carta. Y no he podido evitar hacerme mi propio retrato de Núria, de su amada Núria. La he imaginado tal y como usted la describe el día que la conoció: con el pelo rizado y el vestido verde de flores. Pero mi imaginación ha echado a volar y le ha querido añadir otros atributos a la fotografía. Le imagino unos ojos profundos, con una mirada fuerte y poderosa, pero a la vez cargada de afecto. Ojos claros, me parece a mí, acompañados de una voz tocada de la grave dulzura sólo apta para esas voces cultas que tantas cosas tienen que decir. Y le imagino una gran inteligencia emocional, de la que seguramente partiese la fina sensibilidad que se necesita para interpretar con talento los conciertos para piano de Rachmaninoff, para valorar a la Filarmónica de Viena o a la voz inconfundible de su paisana Montserrat Caballé, o para comprender y emocionarse con los matices interiores de los papeles de Anna Magnani en sus mejores películas, como 'Mamma Roma' o 'La rosa tatuada'. Una inteligencia emocional que usted ha demostrado con esa carta, y que compartió con ella hasta los últimos momentos de su vida, en los que quiero imaginarle junto a su cama, cogido de su mano, leyéndole reposadamente a los autores que más me gustaban. ¿Quizá Nabokov? ¿Quizá Grossman y su clásico Todo fluye? ¿Quizá los versos de Gerardo Diego, de Salinas…? Y también después, colgando en su casa los cuadros que más le gustaban en lo que usted mismo llama en su entrevista «altar laico». ¡Qué amor tan gustosamente aderezado el que comparte la cultura…!
El ejemplo que nos ha dado con su carta es absolutamente increíble, sobrecogedor y necesario. Nunca hubiera pensado que en tan pocas palabras pudieran decirse tantas cosas. Porque en la brevedad de su carta dice todo, absolutamente todo. Es un resumen extraordinario de lo que significa amar en las duras y en las maduras, de lo que significa enamorarse de una persona en su mismidad. Y también de lo que significa sentir la soledad más sonora cuando la otra persona ya no está. Esa soledad en la que todo lo que le rodea está indeleblemente tocado por ella: el sofá vacío, los marcapáginas en los libros que nunca terminó de leer, la colección de discos de vinilo con las mejores obras de la música, alguno de los utensilios de cocina que usaba para disfrutar de la gastronomía de su tierra, su colonia en el armario, el pintalabios que la besaba cada mañana, su vestido verde de flores…
Tiene usted mucha razón cuando dice que a nuestro tiempo le falta empatía. Hace algún tiempo, en este mismo espacio, escribí sobre la empatía: «Nos falta empatía a raudales. Por eso no nos hacemos a la idea de lo que puede llegar a significar que la soledad nos invada e, incluso, nos lleve a tomar decisiones irreversibles. Porque también es muy fácil usar la palabra para tirar dardos antes de analizar las circunstancias de cada cual, de saber lo que les ocurre y de tratar de buscar una solución. Nos falta empatía para comprendernos entre nosotros, para acabar con estas lacras diarias. Por eso, en el fondo, estamos solos y seguimos solos». Comprendo esa sensación de sentirse solo en medio de un montón de gente. Y no quisiera jamás verme como usted se ha visto, llorando en soledad lo que la soledad provocó. Lo que sí puedo decirle, para su tranquilidad, es que quizá algunas de las personas con las que usted dice haberse encontrado ensimismados en sus teléfonos quizá estuviesen leyendo su carta. Porque, por si no lo sabe, se ha compartido por redes sociales y se ha difundido por WhatsApp a un montón de gente. Yo mismo la he recibido hasta en tres ocasiones. Quiero decirle con esto que no está usted solo, que hay muchísima gente en España que se ha puesto en su lugar, que se ha conmovido con su historia y que le ha puesto cara en su imaginación a Núria. ¿Se da cuenta? ¡Ha conseguido que la quiera mucha más gente!
Me ha conmovido de su entrevista una afirmación en particular: «cada frase de un libro era de los dos, las metáforas que utilizábamos». Con su carta, ha devuelto a Núria a la vida, porque nunca muere lo que nunca se olvida. Esa carta está escrita por los dos. Es una declaración de amor que usted le hace a su esposa nuevamente. Y es una petición que ella nos hace a todos los lectores para que lo acompañemos. Si en vida pudo guiar a Bergman por Barcelona o enseñar teatro y música, ahora Núria ha cobrado una nueva vida en la que, a través de su carta, nos ha enseñado la importancia de la empatía, la cercanía de un amor construido en la cultura y la unidad y, sobre todo, que el ejemplo de alguien que ha hecho tanto por su persona amada como lo ha hecho usted no puede quedar en el olvido.
Seguirá recordándola cada día cuando mire sus cuadros. Seguirá recordando su destreza culinaria cada vez que pruebe el arroz de Pals, la coca o los brunyols. Seguirá buscando su mano para cogérsela cuando vea a Anna Magnani, cuando escuche a Pavarotti o cuando la Filarmónica de Viena interprete los conciertos para piano de Rachmaninoff. Y, cada vez que vea un vestido verde con flores, seguirá saliendo a su encuentro pensando que es ella quien camina por la calle. Aunque ella ya no esté físicamente en ese vestido, su ejemplo y su recuerdo le acompañan. Y, junto a ella, los lectores que nos hemos hecho cargo de su situación. Por eso, nunca le faltará una mano en el hombro que lo apoye en su dolor. Porque Núria ha sido la parte fundamental de su vida, pero ya es también un poco parte de la nuestra.
Reiterándole que la humanitas está más cerca de lo que todos nos pensamos, le mando, mi querido amigo, un fuerte abrazo.