A solas con la Virgen del Sagrario

Javier Guayerbas
-

Los alfileres de la devoción. La Esclavitud de la Virgen del Sagrario comparte uno de los momentos más íntimos de la hermandad con La Tribuna, la tarde en la que las camareras visten a la Virgen para el tradicional octavario en su honor

Son las cinco de la tarde y cinco son las toledanas que tienen el privilegio de ataviar para su día grande a la patrona, la Virgen del Sagrario. Con las puertas de la capilla cerradas a cal y canto, María Jesús y Aurora, junto a Pilar, Marisa y Alfonsa, viven uno de los momentos más íntimos de cuantos se celebran en torno a la Virgen del Sagrario.

El deán de la Catedral Primada, Juan Sánchez, y el presidente de la Esclavitud, Manuel Lanza, supervisan con detalle el ritual que sucede cada 13 de agosto a escasos metros de la Sacristía Mayor y del bullicio de turistas y visitantes que enmudecen ante una de las grandes obras del Greco, ‘El Expolio’.

El tiempo se para, pues para las cosas de la Virgen no existen minutos ni segundos. Un equipo de La Tribuna accede a la Capilla del Sagrario, allí están Pilar y Marisa, quienes ultiman con Alfonsa que la ropa que la Virgen del Sagrario lucirá en el octavario esté en condiciones óptimas.

«Todos queremos lo mejor para nuestras madres ¿no?», comenta una de ellas mientras se dirige por unas escaleras de caracol a la habitación en la que se conservan los mantos ricos de la patrona.

En esta ocasión, como ya ocurrió en 2014, la Virgen se presentará a los toledanos con el manto de tisú rosa bordado en oro y plata. La pieza se restauró en 2013 en el taller de la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote en el polígono residencial Santa María de Benquerencia.

Con el manto seleccionado, las camareras llevan hasta el ochavo de la Catedral tanto esta pieza del ajuar de la patrona, como la saya y las mangas del conjunto datado en el siglo XVIII. Alfonsa enciende la plancha y abre la tabla de planchar, todo debe estar impecable. Por la plancha pasan las enaguas de la Virgen, así como los encajes que María Jesús dispondrá con alfileres en las muñecas de esta imagen románica recubierta de plata  y piedras en el siglo XIII.

Mientras Aurora y María Jesús se suben a la estructura de madera que el Cabildo de la Catedral monta para facilitar el acceso al camarín de la Virgen, donde se realiza el atavío de la talla, Marisa y Pilar supervisan desde la capilla que las caídas del manto y la colocación de la saya sean las correctas.

La emoción, el silencio y el respeto que se impone en la Capilla del Sagrario sobrecoge. Es la primera vez que la Esclavitud comparte este momento con la ciudad a través de un medio de comunicación. Alfiler a alfiler y lazo a lazo la talla románica queda escondida por los bordados y los encajes.

Julia, una de las comerciantes de la calle Ancha, fiel a su tradición, ofrece a las camareras una mantilla que servirá de velo o toca de sobremanto para la patrona. Después de varias pruebas, las camareras eligen la mantilla de color crudo, «mucho mejor que la dorada o la blanca», dice una de ellas.

La Virgen del Sagrario luce como cada agosto con el juego de manos orantes, mientras que el Salvador, el niño Jesús que lleva habitualmente en su regazo, se custodia bajo llave por el canónigo responsable del patrimonio de la Seo Metropolitana.

Con la colocación de las medallas, los relicarios y las joyas, así como la corona labrada por Félix Granda Buylla en 1926, cincelada en oro y platino, adornada con 170 brillantes, 10.451 rosas, 99 esmeraldas, 3.015 zafiros, 3.687 rubíes y 53 perlas, culminan las más de dos horas de dedicación que las camareras de la Virgen comparten con su patrona una vez al año en la intimidad de su camarín.