Poco ha durado la tranquilidad en el Partido Conservador británico -si es que ha llegado a vivir algo parecido a la tranquilidad- después del huracán desatado con Boris Johnson y sus escándalos cometidos durante la pandemia de coronavirus que le obligaron a dimitir. Y es que después de la tormenta no ha llegado la calma a la formación gobernante y, por extensión, al Ejecutivo, ya que su sucesora, Liz Truss, parece hacer válido el dicho de «otros vendrán, que bueno te harán». Después de ser elegida el pasado 5 de septiembre en unas primarias que se convirtieron en una auténtica guerra dentro de la formación tory, la premier no solo no ha cerrado las heridas abiertas por Johnson, sino que ha acentuado la crisis interna que vive un partido a la deriva: en caso de celebrarse elecciones mañana, apenas un 25 por ciento de los británicos votaría por un bloque con una líder que tenía un 10 por ciento de aprobación. Eso, y la presión de sus correligionarios le llevó a renunciar a su cargo apenas 45 días después de tomar posesión.
No comenzó con buen pie Truss. Tras una encarnizada campaña para encontrar al sucesor de Johnson, la entonces ministra de Exteriores consiguió su puesto para la batalla final in extremis. No era la favorita del partido, pero sí lo fue de las bases, que la designaron líder por delante de Rishi Sunak, el preferido de la cúpula conservadora. Un día después, fue recibida por Isabel II en el que sería el último acto público de la monarca, que murió 48 horas más tarde.
Última inquilina del 10 de Downing Street bajo el reinado de la veterana soberana y primera del nuevo jefe del Estado, Carlos III, su programa político quedó aparcado durante las semanas de luto nacional. Y, en cuanto se puso en marcha, llegó la polémica.
Su plan para reducir los impuestos fue, desde el primer momento, la prioridad de su breve legislatura. Sin embargo, todas las medidas económicas tuvieron que ser rectificadas, lo que le llevó a sacrificar a su ministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng. Al frente de esta cartera colocó a Jeremy Hunt, uno de sus rivales en las primarias, quien no dudó en dar la estocada a la dirigente al tumbar el programa y criticar a su jefa de filas. La puntilla llegó el pasado miércoles, con la dimisión de la responsable del Interior, Suella Braverman. Apenas unas horas después, llegaba la dimisión y el fin de la agonía de la mandataria. Y la vuelta a la casilla de salida de una formación que buscará ahora, en unas primarias exprés, un líder que sea capaz de reconducir a un partido en una crisis inédita.
Vuelco electoral
La situación recuerda a la que vivieron los conservadores en 1997, cuando sufrieron el peor resultado electoral en casi 100 años al ser derrotados por un renovado bloque laborista liderado por Tony Blair. Entonces, los tories de John Major perdieron, no solo su mayoría absoluta, sino un 30 por ciento de los votos, quedándose con 178 diputados, frente a los 418 de los progresistas.
Pero puede ser, incluso, peor ahora. Los sondeos apuntan a que, en caso de adelantarse los comicios -previstos en 2024- los laboristas, en auge, pasarían de 202 parlamentarios a 507, mientras que los conservadores caerían de los 365 actuales a apenas 48. Y, para colmo, pasarían a ser la tercera fuerza en Westminster, con los nacionalistas escoceses adelantándoles -52 escaños-. Por eso, los tories están desviando la posibilidad de un anticipo y quieren recuperar la confianza de unos británicos que ven cómo una crisis política interna está poniendo en jaque a todo un país. Y eso, si no se soluciona, pasará sin duda mucha factura.