Diríase, a tenor de lo vertido en numerosos comentarios sobre el particular, que lo peor del asesinato del cirujano colombiano Edwin Arrieta es que se haya cometido en Tailandia. Semejantes insinuaciones, o aseveraciones en algunos casos, se proyectan desde la óptica del asesino, en éste caso presunto aunque confeso, es decir, de sus intereses, y desprende un inconfundible aroma patriotero. O dicho de otro modo: como el confeso es español, preocupa mucho su suerte en un país remoto que no se distingue ni por la ponderación de las condenas emitidas por sus tribunales ni por la calidad de sus instituciones penitenciarias. Pinta negro, en efecto, el futuro de Daniel Sancho, pero la víctima, aquella que ya no tiene futuro ninguno, es Edwin Arrieta.
Ahora bien; junto a esos comentarios sobre el incierto futuro del español, que acaso podría cumplir buena parte de la condena que se le imponga en una cárcel española si sus abogados andan diligentes, planean otros, no más pertinentes ni elaborados, que tienen que ver con la filiación del homicida. La circunstancia de que éste sea hijo y nieto de actores no solo conocidos, sino tenidos en gran estima, parece otorgar al horroroso suceso un plus de morbosidad, sobre todo porque habiéndose conocido en festivo, y en agosto, los análisis en según qué medios, televisivos particularmente, han sido del género gallináceo, ayunos de toda profundidad y contención.
Todo el mundo tiene padres y abuelos, independientemente del grado de conocimiento o de relación con ellos. Éstos pueden haberse dedicado a la albañilería, a la marina mercante, al comercio minorista, al robo con escalo o a la política, y en el caso que nos ocupa, a la interpretación, lo cual no introduce ningún elemento racional que justifique su tratamiento desde la ligereza, la insidia o el cotilleo rancio tan caro al primero, o a la primera, que le ponen una cámara y un micrófono delante.
Se trata de un crimen, de un asesinato como tantos otros, si bien algo más estupefaciente y llamativo por su anexo de descuatizamiento seguido, según parece, de fiesta por todo lo alto en isla paradisíaca para celebrar la luna llena. Víctima y verdugo se conocieron en las redes, y en Instagram está plasmada, en estólidas imágenes, la biografía reciente del segundo. Y nada más. O sí: las familias de ambos, devastadas, con ningunas ganas de añadir a su desgracia la de la murmuración.