1995: se nos marchó la Lola de España

Carlos Dávila
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1995: se nos marchó la Lola de España

Fue ya en la agonía del año cuando los mandamases de la Unión Europea tomaron Madrid como si fuera Bruselas (nunca se había visto tamaño despliegue en la capital de nuestro Reino)y, en una sesión histórica para los fotógrafos y la posteridad, gestaron la moneda única y común. Fue un proceso largo y complejo del que se descolgó desde el primer momento el Reino Unido. El euro ganó al ECU, una apuesta decidida de Francia que no tuvo éxito. Los españoles, que entonces aún gobernaba Felipe González, tampoco estábamos en desacuerdo con el ECU, tanto que ya habíamos diseñado nuestra moneda particular: en el envés la carabela de Colón, con un almirante que en el vértice de la proa parecía anunciar el descubrimiento del Nuevo Mundo. Alguna cadena de radio incluso se anticipó y, como regalo de Navidad, encargó esa divisa en cuyo revés -nadie ha sabido nunca por qué- se reflejaba un recuerdo para la Coca de Mataró, una fantasía que se quedó con las ganas de convertirse en moneda de curso legal.

El euro aún necesitó de cuatro años de embarazo, pero al fin dio a luz el 1 de enero de 1999. Algún economista de prestigio tiene dicho que aunque se hubiera quedado en el claustro materno de la Unión no hubiera pasado nada. Los más encendidos defensores de su uso posterior centraron en la moneda de todo y para todos la razón última de la propia existencia de la Unión. Un lobby -que es lo que es al fin y al cabo- para oponerse ya entonces a la colonización económica china y a las sinrazones rusas que, aquel año, sin atenerse a ninguna figura del Derecho Internacional, decidió inaugurar la brutal Guerra de Chechenia. Un ametrallamiento colectivo dirigido, según se ha sabido después, por la Inteligencia del KGB que regía nuestro viejo y odiado -no siempre- Vladimir Putin. Curiosamente esta guerra, que empezó en los primeros días de enero, coincidió con la llegada a la Alianza Atlántica, como secretario general, del español Javier Solana. Político que había sido el jefe de la campaña contra la OTAN con la que su partido, el PSOE, ganó las elecciones generales de 1982. Mayor contradicción política nunca se había visto hasta entonces.

 Pero al margen de la OTAN, la Europa del momento se desperezaba tras unos años de absoluta inanidad. Y, aparte de consagrar para el futuro próximo su moneda, arbitró una medida de enorme trascendencia: creó el que desde entonces se llama Espacio Schengen por ser el lugar de su cuna. Siete países fueron sus forjadores: Francia, Alemania, la propia España, Luxemburgo, Holanda, Bélgica y Portugal. Todos sentenciaron que «aquí, en Europa, no hay fronteras». Una decisión que luego no se ha culminado y con la que sigue pendiente el espacio fiscal europeo. Solana, ya desde Bruselas, contempló las novedades con arrobo. Él que, con buen juicio, había huido con cargo internacional fuera de España porque su jefe, Felipe González, y su organización daban ya muestra de agotamiento terminal, estaban en unos cuidados paliativos que terminaron con su derrota general un año después. En mayo, el 28 (fecha tópica y típica de esta consulta) el Partido Popular le había mojado la oreja y ¡de qué manera al PSOE! en las Municipales con la aparición como alcaldesas de las llamadas chicas de Aznar que se llevaron para su partido las Alcaldías nada menos que de Sevilla, Zaragoza, Málaga o Cádiz. Una carrera en pelo para el PSOE que anunció el fin del felipismo tal y como se había concebido 13 años antes.

 Un felipismo que daba bocanadas políticas mientras judicialmente era acosado por todos los frentes: el escándalo de la corrupción generalizada tenía sumido a González en una depresión generalizada que ya le incapacitaba como gobernante. La última pirueta de los episodios entre chuscos e indignantes, fue el traslado a España del prófugo exdirector general de la Guardia Civil, Luis Roldán que, engañado por su mecenas Paesa, se subió a un avión en Bangkok. Después, eso sí, de recorrer tres continentes, para llegar aquí con destino a una cárcel de mujeres en Brieva, Soria, donde años después dio también con sus huesos Iñaki Urdangarín. 

 Pero la de Roldán no era la mayor de las preocupaciones del Gobierno; el despechado y corneado juez Baltasar Garzón, una vez apartado del Gobierno como delegado de la Lucha contra la Droga, se volvió a vestir la toga y decidió desempolvar el expediente del GAL, con una anotación vengativa: la duda sobre quién había sido su promotor intelectual, la famosa X del GAL. Pero Garzón no pudo quedarse con aquel marronazo gubernamental porque el Tribunal Supremo se lo exigió: ¿por qué? Fácil, porque ya presumió que había gentes aforadas mucho más importantes que sus jefes de operaciones, el diputado Damborenea y el exdirector general de Seguridad, Julián Sacristóbal. El proceso, tortuoso, pleno de mentiras y desmentidos, al final se quedó en casi nada, entre otras cosas porque al final Aznar, ya jefe de la oposición y presidente in pectore, dispuso que el terrorismo de Estado no le proporcionaba votos porque muchos de sus electores estaban conformes con él en la lucha contra ETA. Lo decidió él en persona, que había sido víctima de un atentado del que salió milagrosamente ileso.

 Un combate contra ETA a corazón abierto que aquel año produjo un acontecimiento letal que desbordó la indignación popular: el teniente de alcalde del Ayuntamiento de San Sebastián, Gregorio Ordóñez, fue asesinado cuando, en compañía, entre otras personas, de María San Gil, se tomaba un breve refrigerio en el bar La Cepa, en el barrio viejo de la capital. Sus asesinos confesos han corrido diversa suerte: uno de ellos, pícnico y descerebrado, Valentín Lasarte pudo huir aquel día pero pronto fue detenido cuando paseaba tranquilamente con su bicicleta. Hoy ya está en libertad. El otro, el taimado Txapote, García Gaztelu, siguió cometiendo desmanes hasta llegar al más terrible de la historia de ETA: el pistoletazo en la cabeza que terminó con la vida del concejal de Ermua del PP, Miguel Ángel Blanco. Ordóñez fue uno de los 36 inocentes que liquidó la banda en aquel año en el que la dirigían tres criminales: Iñaki de Rentería, Mikel Antza y Urruticoechea, Yosu Ternera.

 El asesinato de Ordóñez conmovió a España entera. Pero la muerte nacional por antonomasia fue la que estremeció de emoción también a todo el país. Ocurrió que, ya con la primavera encima, en el mes de las flores, se murió la Lola de España, la Lola Flores que había luchado como una fiera contra un demoledor cáncer de mama. El entierro fue el gran espectáculo popular: el féretro fue exhibido entre lloros, alabanzas y mil gestos de cercanía, al borde mismo del centro de Colón de Madrid. Allí se personó todo el folclore clásico de nuestra sociedad. De aquel florifegio de pasión puede recordar el cronista las palabras de una de sus rivales y sin embargo amigas, Carmen Sevilla: «De toas nosotras, la mejó». El drama de los Flores no acabó en aquel trance porque exactamente 12 días después del fallecimiento de su madre, apareció muerto, flotando su cuerpo en la piscina de su casa, su hijo Antonio Flores, que decidió marcharse porque no pudo resistir la ausencia de la matriarca. Aquel mayo se puede decir que hasta las flores del mes lloraron por los Flores.

 España se dejaba lo mejor de sí misma y de su pasado más tópico, mientras por ahí fuera ocurrió un acontecimiento tecnológico entonces no suficientemente glosado: Microsoft lanzó al mercado el revolucionario sistema operativo Windows 95. Sin duda, el inicio de una nueva época. Y ya, domésticamente, una cosa menor pero importante: el fin de otra época, la lisis de las grandes audiencias de televisión. Se clausuró la serie Farmacia de guardia protagonizada por Concha Cuetos con una audiencia media en su último capítulo de 11 millones seiscientos españoles espectadores. Cosa igual nunca se ha vuelto a repetir.