Pilar Cernuda

CRÓNICA PERSONAL

Pilar Cernuda

Periodista y escritora. Analista política


La maldición del Titanic

24/06/2023

Se hundió en su viaje inaugural. El barco más grande, más lujoso, más avanzado, tecnológicamente, más seguro del mundo, se hundió a los cuatro días de salir del Reino Unido con destino Nueva York. Chocó, en la oscuridad de una noche sin luna, contra un iceberg gigantesco que lo envió a las profundidades en apenas tres horas. Murieron 1.500 personas, entre ellas figuras importantes de la empresa y la aristocracia internacional. Fue en el año 1912.

En junio de 2023, una tragedia ha tenido como protagonista a un pequeño sumergible, llamado Titán, porque estaba destinado a saciar la curiosidad de tres millonarios dispuestos a pagar 250 mil dólares por sumergirse hasta el lugar en el que se encuentran los restos del Titanic. Con ello, el propietario del batiscafo y uno de sus diseñadores.

Durante cuatro días, medio mundo ha estado pendiente de su situación y las posibilidades de supervivencia. Mientras se trataba de localizar al Titán, algunos pasajeros que habían bajado hasta el Titanic en ocasiones anteriores, alertaban sobre las características del Titán, aunque confesaban que antes de iniciar el viajes se les había informado de los riesgos sin escatimar los datos más preocupantes, firmando además documentos en los que asumían la responsabilidad.

Lo sucedido con el Titán es conocido: implosionó, la presión exterior lo aplastó y lo hizo desaparecer con las 5 personas que se agolpaban en su interior. La maldición del Titanic, cuya búsqueda ya ha provocado accidentes y muertes en décadas anteriores, siempre ha habido investigadores incansables para intentar localizar el lugar donde se hundió y, después, investigar sus restos a casi 4 mil metros de profundidad.

Es inevitable preguntarse por la diferencia de comportamiento ante tragedias. No es cierto que en el Titanic se diera prioridad a los pasajeros de primera clase, hay testimonios de supervivientes que indican que si hubo discriminación fue por pasajeros de comportamiento vergonzoso, pero tanto la tripulación como la mayoría del pasaje aceptaron la prioridad de los mares, salvar a las mujeres y niños. Sin embargo, ahora, cien años más tarde, hay razones sobradas para la reflexión: el gasto y esfuerzo inconmensurable para salvar a cinco personas económicamente muy pudientes, se contrapone a quienes escatiman unos miles de dólares, o de euros, para rescatar naves cargadas de inmigrantes o refugiados que huyen de la miseria y las guerras, y a los que no se autoriza a entrar en puertos y desembarcar.

Más suerte tienen los que huyen en pateras, al menos en España son atendidos y rescatados por Salvamento Marítimo, Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias si los encuentran a la deriva. Otra cosa es que luego se pongan trabas a su regularización.

La maldición del Titanic ha llegado al Titán. En esta ocasión, el dinero no ha conseguido salvar cinco vidas, pero ante una operación multimillonaria de rescate, se pregunta uno por qué en el Mediterráneo, por ejemplo, no hay operaciones de envergadura para salvar a gente misérrima que se echa al mar para huir de su tierra invivible.