Editorial

Vuelo directo a la 'Chicago china'

Ángel Villarino
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«Chongqing es una ciudad de extremos salvajes, donde ese horroroso tópico de 'modernidad y tradición' es por una vez tal cual»

Cuando alguien me pide consejo para preparar un viaje a China, siempre les digo que vayan a Chongqing. Que viajen allí incluso antes que a Pekín o Shanghái. Esta ciudad, ubicada en el centro del país y puerta de entrada a Sichuán, ofrece una visión mucho más real y profunda que cualquier gran metrópolis costera sobre lo que está ocurriendo en el país. Desde hace dos años, además, hay un vuelo directo desde Madrid. 

Chongqing es una ciudad de extremos salvajes, donde ese horroroso tópico de "modernidad y tradición" es por una vez tal cual. En el mismo golpe de vista aparecen rascacielos imponentes y parches de tierra cultivada, centros financieros y barrios de piedra donde los residentes todavía viven en condiciones penosas. De allí procede, por ejemplo, una de las mejores joyas de la posmodernidad urbanística asiática: el corte de vídeo en el que puede verse un tren elevado atravesando el interior de edificios residenciales.

La ciudad es famosa por muchas cosas, pero sirve como ninguna otra para comprender lo que significa el desarrollismo informe impreso en las últimas cuatro décadas. Aunque técnicamente es una unión de varios municipios, a sus autoridades les gusta subrayar que en su área administrativa viven cerca de 32 millones de personas en un entramado atronador de poblados rurales, palacios de congresos acristalados, fábricas con tecnología punta y talleres artesanales. 

Desde el mirador de una montaña, uno puede observar la «Chicago de China» o el «Manhattan del Yangtzé», con el majestuoso río serpenteando a través de la ciudad. La imagen te deja un lunes boquiabierto, pero al intentar repetirla el martes, la vista permanece envuelta en una impenetrable capa de contaminación.

Algo parecido ocurre con el paisaje humano. Los porteadores de bambú, que transportan mercancías a pie, son un símbolo de las profundas desigualdades sociales. Al mismo tiempo, sus calles y discotecas se convierten en un escenario eufórico para muchos jóvenes que llegan desde áreas rurales con la esperanza de mejorar su situación económica a través del estudio y el trabajo duro. Si les sobran unos euros y ganas de comer comida picante, déjense caer por allí.