Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


En defensa de Vox, ¡madre mía!

14/06/2023

Primero, las auto exculpaciones: no, no simpatizo con Vox en general ni, menos aún, con bastantes de sus postulados y actitudes en particular. Ni creí jamás, hasta ahora, que saldría a defender al partido de Santiago Abascal, a quien conocí años atrás en Bilbao, en una de mis columnas. Pero he escuchado en las últimas horas comparaciones, excesivamente sectarias y seguramente injustas, que trataban de equiparar a la formación de la 'derecha radical' (o sea, ultraderecha) española con las formaciones 'populistas' inspiradas por el recién fallecido Berlusconi. Y, la verdad, me ha escandalizado el trazo demasiado grueso, la comparación un tanto grosera. No, claro que la política española nada tiene que ver con la italiana, ni Salvini o Berlusconi (la señora Meloni, que es más moderada que los dos citados, ya sería otro cantar) tienen que ver con Abascal o Espinosa de los Monteros (aunque algún otro diputado/a también serían, quizás, otro cantar).
Comprendo que la moderación que Vox se imprime a sí misma, y que ha quedado plasmada con la renuncia en Valencia de Carlos Flores, que fue sentenciado hace veinte años por un delito de maltrato, tiene mucho que ver con el deseo de este partido de 'tocar poder' en ayuntamientos y autonomías. Nada menos que ciento treinta y cinco localidades y nada menos que dos gobiernos autonómicos dependen ahora del entendimiento con el Partido Popular, cuyo líder, Alberto Núñez Feijóo, se muestra más moderado que nunca, en un intento, dicen, de atraer a esa 'socialdemocracia desencantada' con la actual deriva del PSOE.
Para nada soy partidario de estos pactos de sangre entre 'extraños compañeros de cama', llámense aquella coalición con quien 'no nos dejaría dormir', o sea, Pablo Iglesias, o llámese este acuerdo PP-Vox, forzado por la necesidad de lograr una mayoría de investidura de Feijóo en las elecciones de dentro de cuarenta días. Los escasos ejemplos que hemos tenido de gobierno compartido entre dos formas de entender la derecha, o el centroderecha, véase Castilla y León, no me parecen demasiado afortunados, si le digo a usted la verdad. Ni tampoco lo han sido, claro, los 'gobiernos Frankenstein' en la izquierda.
Pero entiendo que la desdichada normativa electoral española fuerza a los enemigos --no hay mayor enemigo del PSOE que Podemos, ni del PP que Vox-- a entenderse, a pactar poderes compartidos. El PP trata de aplazar los 'verdaderos acuerdos' con la derecha-derechísima hasta después de las elecciones del 23-J, pero tendrá que retratarse dentro de unas horas en ayuntamientos tan significativos como Valladolid, Burgos, Toledo o Guadalajara. Por eso, Abascal tasca el freno y ordena parar amenazas que no se cumplirán, como esas bravatas de que 'no me temblará la mano' para forzar una repetición de elecciones en Valencia, o en Extremadura, o donde fuere. La política, esa testicular, de 'esto se hace por mis santos...' no es patrimonio exclusivo de los 'voxistas', pero ellos la han utilizado a granel, incluso con algunos de mis compañeros de prensa, vetados en los mítines de este partido, lo cual es algo que a mí me resulta especialmente rechazable.
Pero lo que tenga que ocurrir, que ocurra. Al final, sabemos que nuestros votos corren el riesgo de ir a parar a extraños destinos. En punto a pactos 'contra natura' los españoles ya estamos más que curtidos. Aunque ya digo: no todo vale para intentar que ocurra lo que tenga que ocurrir. Y, desde luego, afortunadamente, en la política española me parece que alguien como Berlusconi, Dios le perdone sus muchos pecados, no sería posible.