Importante la noticia de que somos más de cuarenta y ocho millones los que habitamos este (a veces) maravilloso país llamado España. El salto se debe, te explican, a la inmigración que nos llega, equilibrando la bajísima tasa de reposición poblacional española, inferior a la media europea, y no digamos ya a la mundial. Uno de cada tres nuevos nacidos es hijo de inmigrantes, tomemos nota.
Así, pronto, un tercio de los electores, y de los lectores, y de los consumidores de transporte, de vivienda, de alimentos, procederá de esa inmigración a la que nuestro país recibe generosamente (y egoístamente: nos hacen mucha falta y no solo para equilibrar nuestras pensiones).
Dicen los geriatras más eminentes que la gran revolución , el enorme cambio sobre todos los muchísimos cambios que nos vienen, será el de la pirámide poblacional. En diez años, los mayores de sesenta y cinco constituirán un porcentaje tan alto de la población que los políticos tendrán que adecuar sus programas de actuación, los fabricantes sus planes de producción, los editores sus proyectos de publicación, a esta realidad insoslayable: los mayores, la 'silver economy', va a ser lo que va a decidir quién gobierna y cómo.
Y lo mismo que le digo sobre los mayores (ninguna sandez mayor que el edadismo) se lo puedo decir sobre los segmentos de la ciudadanía que habita, disfruta y padece en España. Si un tercio de los habitantes va a proceder de otros mundos, de Latinoamérica, del norte de Africa, de otros puntos del planeta, ¿cómo desconocer su influencia?¿habrá alguien, al margen de alguna formación política extremista, capaz de arrebatarles sus plenos derechos a la educación, a la sanidad, a la participación política?
Ignoro si nuestros representantes se atreverán a hacer un análisis en este sentido tras las elecciones de este domingo. Pero sí habrá que hacerlo después de la votación para las legislativas de diciembre, o cuando sean. Pensemos en un futuro que no tiene por qué ser muy lejano: ¿cuánto tiempo tardaremos los españoles en tener un presidente hijo o nieto de ecuatorianos, o peruanos, o marroquís, por poner ejemplos imaginables? ¿Será tras el sucesor de Sánchez, tras Feijoo, tras Yolanda Díaz, un par de legislaturas después? ¿Cuántos hijos de inmigrantes están formándose ya para liderar el país, en cualquiera de los sentidos, en nuestras universidades?
En Francia tuvieron a Sarkozy, en Gran Bretaña tienen a Sunak, en Estados Unidos casi todos los presidentes son fruto de una inmigración más o menos remota. Eso no es distopía: es lo que hay. Las migraciones son el núcleo de la historia de la humanidad. Por eso es, sobre todo en estos tiempos en los que cambian todos los aspectos de nuestras vidas cotidianas, absurdo fijarse en programas cortoplacistas, como lo son, lamentablemente, nuestras campañas electorales, más proclives a debatir sobre la pervivencia de ETA (disuelta hace doce años) que sobre el futuro robotizado, metavérsico y con la presencia global de la inteligencia artificial.
La campaña que ahora concluye ha sido, en este sentido (y en otros) fallida. Quizá el 29-m, tras haber hecho el recuento de los políticamente muertos, de los heridos, de los supervivientes y de los emergentes, encontremos tiempo para pensar un rato en esos cuarenta y ocho millones de electores, de lectores, de consumidores, de seres humanos, que llaman a las puertas del futuro. Demasiados como para no tenerlos en cuenta desde ya mismo.
Y, por favor, a la vista de estos datos abrumadores, espero que quienes aún dicen que España es un país racista reconsideren esa solemne bobada. ¿Racista yo, usted? Amos anda.