"Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería". Lo dijo el canciller Otto von Bismark hace muchas décadas, pero es irrebatible. Una mentira por una cacería desencadenó la caída del Rey Juan Carlos. En las guerras, como la de Ucrania, la verdad es un objeto de limitada importancia. Y, cuando hay elecciones, la verdad perece y todo parece estar permitido. Fue Tierno Galván quien dijo que las promesas electorales no se hacen para cumplirlas, así que entiendo que sus sucesores se afanen en darle la razón.
La política se ha vuelto un espacio donde cabalga la mentira y por eso los ciudadanos desconfían de los políticos, aunque sigan votándoles, tal vez porque no hay una opción menos mala. Las campañas electorales son el mejor momento para hacer grandes anuncios y para obviar los grandes debates. Vale todo. Aquí venimos entrenados porque en España las campañas electorales no duran unas semanas sino cuatro años. Y cuando hay un escándalo o algo que puede hacer daño a los intereses electorales del partido, "el mago" se saca un conejo de la chistera. Cuanto más grande mejor.
Para acallar el tremendo escándalo de la ley del sólo sí es sí y la soberbia de Podemos, el presidente Sánchez se ha sacado de la chistera 50.000 viviendas sociales. Pero como "una mentira a medias no es de ninguna manera una media verdad" (Jean Cocteau), y las 50.000 son apenas 10.000, están en lugares de escaso interés, en malas condiciones y, además, las tienen que comprar las comunidades autónomas y reformarlas, el presidente se ha inventado, apenas en cuarenta y ocho horas, otro plan para construir 40.000 viviendas de alquiler con una inversión de 4.000 millones de euros. Y si no vale, mañana tendrá otro proyecto. Y todo ello con fondos europeos. Ya veremos qué pasa cuando se acaben.
El presidente dijo que no se acostaría con Podemos. Lo hizo y ya hemos visto los resultados. Que no pactaría jamás con Bildu, y ahí está como socio preferente. Que jamás acordaría con el PP reformar la ley que ha puesto en la calle a cien violadores y ha rebajado la condena a otros mil, y lo ha hecho. (Al parecer por filtraciones de Tezanos que alertó de la masiva fuga del voto femenino). Puso en marcha el Ingreso Mínimo Vital y sólo lo reciben la mitad de los que podían hacerlo. El Bono Cultural para los jóvenes sólo ha llegado al 57 por ciento. Hay 300.000 dependientes que siguen en lista de espera para recibir las ayudas que les corresponden. De la destrucción de Doñana no se han acordado hasta que la Junta de Andalucía, gobernada por el PP, ha presentado un plan. Han atacado a los empresarios por tierra mar y aire y han hecho una reforma laboral tramposa para acabar con la temporalidad, pero la Administración pública tiene una tasa de temporalidad del 31,4 por ciento, casi el doble que en el sector privado. Las deficiencias en el funcionamiento de la Seguridad Social y del SEPE o de las citas de protección internacional -denunciadas por el Defensor del Pueblo- son una vergüenza nacional. A la isla de La Palma viajaron los ministros sin pausa durante los primeros meses. Luego se han olvidado de ellos y siguen los problemas sin resolver. Como los de muchos de los ucranianos que fueron acogidos en España a los que no han llegado las ayudas públicas prometidas.
Mientras se habla de las promesas se esconde la realidad. En los cinco años de gobierno de Sánchez no se ha abordado un imprescindible y urgente plan de reforma y digitalización de las Administraciones públicas, un proyecto industrial para España, la reforma de la sanidad -que es un problema nacional, no local-, la de la justicia, o la de la fiscalidad. Eso y algunas otras cosas exigen un Pacto de Estado y que no metan la mano los que no saben. Hechos, no promesas ni mentiras disfrazadas. Ya saben, como dijo Mark Twain, que hay tres clases de mentiras: "la mentira, la maldita mentira y las estadísticas". Y eso que no llegó a conocer a Tezanos.