El reguero de dolor de ETA

J.Moreno
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Custodia Collado revive aquella madrugada de septiembre de 1984 que viajó de Alcaudete a Álava. La banda terrorista acababa de asesinar a su hermano Victoriano, un agente de la Guardia Civil de tan sólo 21 años homenajeado este 12 de octubre

El reguero de dolor de ETA

Custo regresó a Vitoria en marzo. Casi 40 años después de un viaje parteaguas que disolvió la inocencia de una adolescente. Custo regresó a Vitoria en marzo y detuvo el paso frente al memorial de las víctimas del terrorismo. Dudó si franquear la entrada y le venció el dolor vigente, casi 40 años después de aquel viaje fatídico en taxi desde Alcaudete de la Jara a Alegría, el pueblo de Álava donde ETA atormentó la juventud, y la vida, de la joven y su familia. Acababa de morir asesinado su hermano Victoriano, cuatro años mayor. Al que siempre recordará con esos dorados 21 años.

«A su hijo le ha pasado lo que a muchos». Esa frase retumba en la memoria de Custodia Collado, una vecina de Talavera criada en Alcaudete de la Jara. Esas 10 palabras encerraban el mensaje inequívoco de que ese guardia civil amamantado en la Casa-Cuartel del pueblo jareño había muerto en el paredón etarra. Junto con dos compañeros, sabrían después. «Nos destrozó a todos la vida. Mis padres se murieron con mi hermano», medita.

Después, la familia creció. Y llegaron los nietos. Y uno va viviendo. Pero a Félix y a Marcela se les apagó la felicidad aquel 28 de septiembre de 1984. «Mi hermano era muy bueno. Muy sincero», revive Custo en conversación telefónica con este diario. Aquella noche, su padre recibió una llamada. Félix, Marcela, Custo y la novia de su hermano viajaron toda la noche por esas carreteras de hace 40 años por un accidente de tráfico. Hicieron una parada a tomar café e informaban ya en la televisión de un atentado de ETA. Otra puñalada contra la Guardia Civil.

La Policía Municipal de Vitoria atendió una llamada sobre la colocación de un artefacto explosivo en la vía férrea entre los municipios alaveses de Elburgo y Alegría. Era una trampa. Un grupo de guardias civiles se apresuró hacia el lugar, pero la bomba verdadera se hallaba en el camino. Uno de los agentes activó involuntariamente a su paso una explosión que mató a tres de ellos y dejó heridos a otros cinco. Junto con Collado, murieron aquella noche el sargento José Luis Veiga y el agente Agustín Pascual.

La familia creía que Victoriano había sufrido un accidente de tráfico. Al menos, eso transmitió Félix a su esposa, a su hija y a su nuera. Pero Custo reparó en que el coche de su hermano estaba estacionado en el Cuartel de Alegría. «¿Qué le ha pasado a mi hijo?», preguntó entonces angustiada Marcela. Y le devolvieron esas 10 palabras inequívocas.

A Custo se le requiebra la voz, pero su memoria guarda firme aquella madrugada. Aun así, se le nublan parte de los recuerdos por la contusión de ese inesperado mazazo con sólo 16 años. Recuerda haber velado el cuerpo de su hermano en el Hospital de Vitoria, haber continuado en la Delegación del Gobierno y haber volado junto al féretro en avión hasta Talavera la Real (Badajoz), a 200 kilómetros de donde reposan los restos, en Arroyomolinos de la Vera (Cáceres).

Custo y su familia, 39 años después del atentado terrorista, asintieron a la propuesta de un sargento de Alcaudete de la Jara. La Guardia Civil organizaría durante la celebración de su patrona, la Virgen del Pilar, un homenaje a aquel joven que se había incorporado dos años antes a la Benemérita. 'El pueblo de Alcaudete, a su vecino Victoriano Collado Arribas. Fallecido en atentado terrorista', reza desde el 12 octubre la lámina que incorpora una fotografía del agente, meses después de un recuerdo similar en Arroyomolinos de la Vera.

Félix descubrió la placa que honra la memoria de su hijo, una de las 33 víctimas mortales de ETA en 1984. Custo se estremeció en ese viaje a Vitoria en marzo cuando una pareja española de unos 22 años reconocía durante una visita guiada que desconocía qué representó la banda terrorista ETA. La misma que mató a 855 personas, 96 sólo en el año 1980. Por entonces, Victoriano se preparaba para tomar el testigo de su padre.

«Les damos el poder, y quién nos devuelve a las víctimas. De mis impuestos tengo que pagar a los asesinos. ¿Quién me dice a mí que entre los de Bildu no esté el que mató a mi hermano?», protesta Custo sobre un posible pacto de gobierno. La familia desconoce aún hoy la autoría de aquella trampa que levantó una herida insondable.