Rafael se siente torrijeño. Allí pasó la infancia, la adolescencia y la juventud. Después, inició un trasiego que lo llevó a vivir tres años como profesor en Suiza. Pero sus inicios como maestro cuajaron en una población muy pequeña de Los Montes de Toledo. Sus recuerdos yerguen en la última entrega de la trilogía que lo ha aupado como un defensor de la España despoblada. 'Valhondo' ocupa ya las estanterías de las bibliotecas.
¿Ha seguido un guión al escribir la trilogía 'En la raya del infinito'?
Ha ido saliendo. Al primero que llamó la atención el éxito de 'Quercus' (la primera entrega) fue a mí. Ya va por la sexta edición. Todo el mundo habla de 'Quercus' y a mí me enorgullece. Vengo de estar en cinco clubes de lectura en Ronda, luego en Málaga, y más tarde en Cádiz. Ahora me han llamado para Granada. Voy recorriendo la geografía española, sobre todo con 'Quercus'. Con el éxito, me animaron a escribir en la editorial 'Cuarto centenario'. Entonces, escribí 'Enjambre', que es una pedanía de Anchuras, para poner en valor toda esa zona de La Jara y Montes de Toledo. También ha salido muy bien. Mis asesores y la editorial me dijeron que había que cerrarlo con una trilogía. Ya está en todas las librerías de España y 'online'.
'Valhondo' está inspirada en sus vivencias.
Es la más autobiográfica. Creo que todos los seres humanos tenemos un poco de 'voyeurismo', de mirar por el ojo de la cerradura. Con 'Valhondo', ahí, de verdad, es el escritor que se ha desnudado delante de los lectores contando su propia vida. No es otra que la de un maestro de 20 años que es destinado a una aldea de los Montes de Toledo. Un solo maestro para 25 chavales de todas las edades. El hombre se agobia un montón. La novela desentraña su manera de trabajar con estos chicos y de transformar sus pasos por la vida. Es una aldea muy chiquitita que está envuelta en niebla y humo; ocurrirán cosas muy excepcionales, mágicas. Los que viven en esa aldea de 200 habitantes son pastores y oficios como mieleros, carboneros, leñadores. Lo que más hay son guardas y furtivos. Este 'Valhondo' tiene una magia muy especial.
¿En que municipio o pedanía está ambientada la novela? ¿En los Montes de Toledo?
Está ambientada en una, pero no quiero decir el nombre porque hay gente que vive, por supuesto. Está ambientada en la zona de la sierra de los Montes de Toledo, como Los Navalucillos, Los Navalmorales, Cabañeros.
¿El éxito de sus novelas está ligado a abordar la España despoblada? Ese mundo, quizá, esté en peligro de extinción.
Sí tiene mucho que ver. Estamos contemplando casi impasibles cómo se está destruyendo, a través del abandono y la despoblación, la mayor parte de las tierras de España. Más del 70 por ciento de la población española vive en las grandes urbes; el resto está diseminado. En los pueblos pequeños, los jóvenes no quieren estar. No hay un relevo generacional. No tienen trabajo, no quieren ser agricultores o ganaderos. No hay alternativa. Y lo que mueve al ser humano es el pan. Cuando no hay trabajo, te buscas la vida. Hay que intentar que esas zonas no se abandonen por falta de trabajo y de servicios. Mientras no haya buenos servicios, no podrá haber trabajo. Mientras tanto, se va despoblando. No pidas luego a esos jóvenes y a sus hijos que vuelvan, porque no van a volver.
Esta descripción parece un retrato de la comarca de La Jara.
Empiezas con aldeas como Piedraescrita, Las Hunfrías, Robledo del Mazo, Robledo del Buey, Navaltoril o Los Alares. Ahí los tienes. A ver qué se hace en esos pueblecillos. Hay que agradecer a los inmigrantes extranjeros que sean pastores porque sin ellos no habría ni cabras ni ovejas. En las grandes fincas, tampoco nadie quiere ser guarda en una finca con horarios de 24 horas. También están accediendo inmigrantes, y que no los critique nadie porque nos están haciendo un gran favor. Si no, todo eso moriría más de lo que está muerto. Creo que van a quedar las grandes fincas de caza; el resto, cuando se mueran los cuatro abuelos que quedan, mal futuro. Le veo un mal futuro. Me gustan los análisis comparativos. Fíjate en Francia. Allí se da mínimamente la despoblación. En Austria o Suiza, tampoco se da. Tanto que en España gusta crear comisiones y subcomisiones, mandaría una comisión para que analicen por qué los jóvenes se quedan. Los jóvenes franceses hacen foie, champán, quesos. Sí mantienen sus tradiciones y trabajos seculares. Quizá porque tienen buenos servicios.
¿Las tres novelas se parecen entre sí?
Es una trilogía, pero se leen las obras de manera independiente. Es una trilogía porque tienen en común un universo literario: el territorio 'Quercus'. Cambian los nombres de los personajes, pero todos en un mismo espacio de paisaje y paisanaje. 'Quercus' es postguerra; las otras dos, primeros años 80. He intentado hacer lo que hicieron los escritores hispanoamericanos con su realismo mágico. Todos tenemos en mente algunas localizaciones como 'Macondo'. El territorio 'Quercus' viene a coincidir con los Montes de Toledo. Nadie lo había llevado a la literatura; sí de manera local con libros costumbristas. Pero crear ese entorno con esa cultura no se había llevado a la literatura; creo que es el mayor logro de esta trilogía. Hemos puesto en el papel la cultura de un pueblo que se pierde, se abandona y desaparece si no se toman medidas.
Sobre el léxico, ¿cómo ha logrado recrear esas palabras locales?
La suerte es que yo soy un personaje de esos. Parece que es un demérito ser maestro rural, pero yo lo agradezco muchísimo. De no haber estado allí, no habría sido capaz de escribir esto. Este lenguaje es el mío cuando me pongo en el pellejo de un cazador o un pastor. Es un lenguaje que se está perdiendo. Los escritores tenemos la obligación de proteger y salvaguardar estas palabras. Son un tesoro.
Incluye en la novela un método educativo que usted incorporó a sus clases en la aldea.
'Valhondo' aborda el tema educativo. Llegué a la aldea y aparece un libro llamado 'Yasnaia Poliana' (Tolstói). Significa escuela del claro del bosque. Donde estábamos nosotros. Entonces el maestro empieza utilizar la metodología de Tolstói, que está basada en la cooperación entre los alumnos y en enseñar para que aprendan el simple placer de aprender.
¿Hay mucha distancia entre esos niños a los que usted dio clase en los 80 en la aldea a los chavales de ahora de la ciudad?
Hay un cambio radical. Normalmente, han desaparecido las escuelas. Los concentran, los llevan en autobús. Esos chicos se criaron en el monte, en la sierra. Estaban en contacto permanente con la naturaleza. De sus padres aprendían que había que respetar y amar esa tierra, que es la que te da de comer. Los niños de las grandes urbes no salen ni siquiera a la calle. Con lo sana que es la calle si estuviera bien, limpia, sin coches ni peligro. Como en la infancia de los pueblos de los años 60, 70 y 80. Eso ha desaparecido y permutado por la tecnología. De estar jugando con las peonzas o un aro, están los niños con el móvil y la tablet. Horas y horas. Para los padres es bueno, porque no dan guerra. La tecnología es buena, pero mal usada, no sé qué va a ser de estos niños. Los padres tendrán que hacer mucho esfuerzo y contrarrestar con la naturaleza. Por eso hay que luchar para que esa España vacía no desaparezca.