Amor y penitencia de doña María de Zayas

A.D.M.
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Toledo acogió a finales de los años sesenta el rodaje de 'Tarde llega el desengaño', capítulo de la conocida serie 'Cuentos y Leyendas' (TVE). Fue dirigido por José Antonio Páramo y contó con una jovencísima Charo López

Amor y penitencia de doña María de Zayas

Hace alrededor de dos años destacamos entre estas páginas de cine uno de los capítulos de la serie Cuentos y Leyendas, emitida por TVE en la década de los setenta. Se trataba de Don Yllán, el mágico de Toledo, adaptación del conocido relato de El Conde Lucanor dirigida por Alfonso Ungría, ambientada en buena medida en el Hospital Tavera y con la participación de una joven y bellísima Charo López. Ahora, tan cerca del Día de Todos los Santos, es buen momento para recordar otro de los episodios de aquella espléndida serie de televisión: Tarde llega el desengaño (1969), realizado a partir de una novela breve de María de Zayas y Sotomayor (1590-1661), considerada una de las grandes escritoras españolas del siglo XVII.

La película, cuyo director fue José Antonio Páramo -un versátil realizador de televisión, responsable del Estudio 1 Los comuneros (1978), con Juan Diego, el toledano Nicolás Dueñas y Joaquín Hinojosa en los papeles de Padilla, Bravo y Maldonado-, es un magistral ejercicio visual, obra del director de fotografía Rafael de Casenave. Realizada en un contrastadísimo blanco y negro, con resonancias más propias del norte de Europa que de la España barroca en la que acontece el relato, Tarde llega el desengaño fue filmada en el interior del Hospital Tavera y en algunas calles toledanas (Jesús y María; el callejón de Moreto), así como en los pies de la Catedral, frente a una Puerta del Perdón que todavía no había sido clausurada por el actual cerramiento. Para la ambientación musical, menos acertada, se emplearon piezas tan conocidas como el Concierto de Navidad de Corelli o la Serenata para cuerdas de Elgar.

El Hospital Tavera, omnipresente como espacio cinematográfico durante los años sesenta y setenta, se convierte en esta ocasión en el interior del castillo de Monreal de Borobia (Soria), «donde el Moncayo tuerce hacia Aragón» (y cuyos exteriores fueron filmados en el municipio abulense de Las Navas del Marqués). Hasta allí llegaba, perdido y agotado, el caballero Lope de Alcíbar (Francisco G. Madariaga), de la Orden de Santiago, en busca de refugio. Don Jaime (Luis Peña), alcaide de la fortaleza, agasaja a su invitado y no duda en compartir con él su extraña vida doméstica, pues comparte mesa con una mujer negra (Sandra Enríquez), ataviada con caros vestidos y joyas, al tiempo que sienta a sus pies a una mísera joven que, cubierta con harapos, se alimenta de los despojos del banquete y bebe del interior de una calavera.

Conforme avanza el relato, el espectador conoce que esta segunda joven era en realidad la esposa de don Jaime, sometida por el caballero a una vida de privación y penitencia tras descubrir que mantenía una relación amorosa con su primo (el actor Juan José Otegui). A él precisamente pertenecía el cráneo que la joven empleaba de copa («Lo primero que hice fue castigar al traidor primo, reservando su cabeza para que le sirva de vaso en que beba los acíbares, como bebió en su boca las dulzuras»). La llegada al castillo del caballero coincide con la confesión de la joven negra de que la supuesta infidelidad del ama era en realidad un embuste para ocultar su propia relación adúltera con el primo. Desgraciadamente, don Jaime conoce la realidad demasiado tarde, y la joven esposa, a la que había conocido misteriosamente durante su estancia en Flandes -y a la que cree volver a ver en una silla de manos en las calles de Toledo-, muere entre sus brazos.

Tarde llega el desengaño (1647) posee todos los elementos característicos de su autora, María de Zayas, escritora a la que el realizador Alfonso Ungría contribuiría también a descubrir para el gran público, algunos años después, con La inocencia castigada (1975). En ella reúne su característico interés por la crueldad del hombre sobre la mujer, la subversión de roles e incluso cierto afán por lo sobrenatural en un momento tan propicio para ello como mediados del siglo XVII, en el que más adelante beberán autores como Emilio Carrère y Gonzalo Torrente Ballester.