Falsa culpable

Leticia Ortiz (SPC)
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Se cumplen 20 años de la sentencia condenatoria contra Dolores Vázquez por haber matado supuestamente a la joven Rocío Wanninkhof, aunque meses después se demostró su inocencia

Vázquez pasó 17 meses en prisión por un crimen que no cometió. - Foto: Jesús Domínguez

«Yo siempre he creído en la Justicia, pero ese día dejé de creer». Así recuerda Dolores Vázquez el 19 de septiembre de 2001 cuando un jurado popular determinó que era culpable de haber matado a la joven Rocío Wanninkhof. Seis días después, el 25, el juez ponía la pena a la sentencia condenatoria: 15 años de prisión. Antes de esas fechas, España ya había juzgado -y por supuesto condenado- a aquella mujer que transmitía una imagen seria, fría, un punto altiva y con una mirada penetrante.

En uno de los casos más mediáticos en décadas, con los medios de comunicación volcados en la investigación, todo el país había decidido que la mala del cuento, la que por despecho y celos había acabado con la vida de una joven de rostro angelical era Dolores Vázquez. ¿El problema? Que era inocente... Pero eso no se iba a saber hasta dos años después de aquella sentencia. Una casualidad -las ganas de aferrarse a la vida de otra joven, Sonia Carabantes, que hirió a Tony King, su asesino y también el de Rocío- confirmó el error judicial de mayor impacto de los últimos años. Aunque en el imaginario popular -y también en la creencia de Alicia Hornos, la madre de Rocío- la sospecha sobre Vázquez aún persiste, dos décadas después de la condena y 22 del asesinato.

La historia, que iba a mezclar un crimen con amor, ruptura y homosexualidad, arrancó el 9 de octubre de 1999 cuando una joven de 19 años desaparece en Mijas tras visitar a su novio. Durante 25 días, España sigue con atención la búsqueda, en la que un allegado de los Wanninkhof llega a ofrecer 25 millones de pesetas por cualquier pista que desvele el paradero de la joven. Los augurios no eran buenos ya que la misma madrugada de la desaparición, la madre de Rocío, intranquila ante su ausencia, encuentra las zapatillas de deporte de su hija, un pañuelo y manchas de sangre en un descampado de la zona. La tragedia se consuma el 2 de noviembre, cuando aparece el cuerpo desnudo, semicalcinado y cosido a puñaladas. Había que encontrar al responsable de ese crimen atroz.

La Policía da comienzo a una investigación que el país conoce casi al minuto. Se filtra que hay tres sospechosos: dos hombres y una mujer. El novio de la joven, la última persona que la había visto antes de los hechos, es el primer señalado, pero la Policía lo descarta rápido, tiene coartada sólida. La familia de Rocío, mientras, insiste en que solo alguien cercano ha podido cometer un asesinato de esa magnitud. La presión social por encontrar al culpable así como algunos indicios, que luego se demostrarían falsos-como las fibras de ropa deportiva encontradas en el cadáver o casuales -el testimonio de un testigo sobre un coche que merodeó por la zona- llevan a la Guardia Civil a detener el 7 de septiembre de 2000 a Dolores Vázquez. El juicio público acababa de empezar.

 

Una relación de 11 años

El rostro de aquella mujer no era desconocido para los españoles, pues ella había participado en la búsqueda como «amiga de la familia». Porque hasta su detención era solo «amiga de la familia». Pero tras su arresto, los medios, y con ellos la sociedad, descubren un filón que aumenta el morbo de aquella historia: Dolores Vázquez había sido pareja de Alicia Hornos. Hay que situarse en la España de los 90, cuando las relaciones homosexuales, y más aún entre mujeres, no estaban tan normalizadas como ahora.

Tras separarse de su marido, la madre de Rocío conoció a aquella mujer gallega, directora de un hotel en la Costa del Sol, y ambas comenzaron una historia de amor que las llevó a compartir hogar en Mijas (Málaga) durante casi 11 años junto a los tres hijos de Alicia, entre ellas Rocío. Pero cuando sucedió el crimen ya no estaban juntas.

Su ruptura, de hecho, se convirtió en otro indicio del crimen. Comenzaron a surgir testimonios sobre el presunto odio que Vázquez sentía contra la joven, a quien supuestamente culpaba del término de su relación, una tesis que, de hecho, defendió la Fiscalía en el juicio, para quien la acusada cometió el crimen «tras una discusión acalorada» que mantuvo con la víctima, con la que a su vez se encontraba «enemistada» y a la que «hacía responsable de los problemas sentimentales» con su madre.  Alguien llegó a contar en televisión que la vio apuñalar una fotografía de Rocío en un ataque de ira.

«Fría, calculadora y agresiva» eran tres adjetivos que se repetían una y otra vez en los medios, al tiempo que se destacaban cuestiones como sus conocimientos de kárate y boxeo -deportes ligados a la agresividad y a lo masculino- mientras se ocultaban detalles de su vida como que cuidaba en casa de su madre discapacitada -una actitud ligada a la compasión y a lo femenino-. Era la «lesbiana perversa», un término que acuñó la política Beatriz Gimeno en su ensayo sobre el tratamiento mediático del caso.

España tenía su culpable. Y la Justicia, a través del jurado popular, también. No había pruebas, solo indicios. Pero servía. «Si estás allí es porque eres culpable. Era como si lo dieran por hecho, que era yo y ya, no había nada más. Yo no tenía ni voz, ni palabra», recuerda ahora Dolores Vázquez en un documental que verá la luz próximamente. Hasta ella misma llegó a dudar sobre su culpabilidad: « ¿Y no es posible que yo haya matado a Rocío sin darme cuenta y no me acuerde?», le preguntó a su abogado en una de sus visitas semanales a la cárcel donde pasó 17 meses de su vida, más de 500 días pese a ser inocente. El Estado nunca la indemnizó por el error. Pero a ella hay algo que la duele más: «Nadie nunca me ha pedido perdón».