Y el infierno llegó a la tierra

M.R.Y. (SPC)
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Un error humano provocó hace 35 años un accidente en la central nuclear de Chernóbil, la mayor catástrofe atómica de la Historia

Y el infierno llegó a la tierra

Nunca una prueba de seguridad generó tanta inseguridad. Ni una cadena de desacertadas decisiones provocó tanto daño. Y es que fue, precisamente, un cúmulo de errores humanos los que desencadenaron la mayor catástrofe nuclear de la Historia, el accidente de la central de Chernóbil, que marcó el 26 de abril de 1986 como una de las fechas más negras del planeta.

El siniestro sucedió en el reactor 4, donde se produjo un sobrecalentamiento descontrolado del núcleo que voló su tapa, de 1.200 toneladas, y dejó escapar materiales que formaron una nube radiactiva que llegó a expandirse a cientos de miles de kilómetros que afectó a millones de personas.

En una acumulación de desaciertos, se llegó al caos. La prueba de seguridad, que tenía que haber sido realizada por la mañana, se pospuso unas horas por una serie de incidencias externas y se desarrolló  a última hora de la tarde, coincidiendo fatalmente con el cambio de turno que impidió que la reacción fuera rápida puesto que esos trabajadores no estaban adiestrados para el letal fallo, en una planta que, además, no disponía de un recinto de contención apropiado.

Y el infierno llegó a la tierra Y el infierno llegó a la tierra La respuesta no fue la adecuada dentro de la central, pero tampoco por parte de las autoridades, que silenciaron lo ocurrido y permitieron que las consecuencias fueran aún peores, al no desalojar a la población de la zona ni proveerles de pastillas de yodo -que sirven para reducir el daño que la radiación causa en el cuerpo después de un accidente de este tipo-. Tampoco en las labores de extinción del incendio -unos bomberos que durante tres horas evitaron, sin medios contra la contaminación nuclear, que el fuego se extendiese por toda la planta-.

«Fue un pequeño incidente» o «Sigan tranquilos con sus vidas» fueron algunos de los mensajes emitidos por el entonces régimen soviético, que quiso minimizar la tragedia para no perder músculo ante la comunidad internacional en plena Guerra Fría y al filo de la descomposición de la URSS. 

La tragedia dejó 31 muertos directamente implicados con el accidente -dos trabajadores fallecieron en la planta por las heridas causadas por el fuego y otros 29 perdieron la vida en un plazo de tres meses-, pero se cobró, según las estimaciones -no existen cifras oficiales- cerca de 25.000 víctimas mortales por la expansión de la radiación, además de unas 100.000 personas afectadas por la contaminación, que dejó en la zona un importante incremento de casos de cáncer, leucemia, enfermedades congénitas y un gran número de recién nacidos con malformaciones.

Y el infierno llegó a la tierra Y el infierno llegó a la tierra - Foto: SERGEY DOLZHENKOLa contaminación fue tal que aún ahora, 35 años después, una persona que se acercase a la central sin protección, se expondría a una radiación que le mataría en apenas 48 horas. 

Muchos cadáveres tuvieron que ser enterrados en ataúdes de plomo recubiertos, a su vez, de nylon, plástico y algodón. Están sellados y no pueden abrirse. Es más, los vigilantes del lugar tienen orden de disparar a cualquiera con intención de desenterrarlos, ya que su apertura podría provocar la muerte inmediata de toda forma de vida en un radio de varios kilómetros.

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Y el infierno llegó a la tierra - Foto: SERGEY DOLZHENKO
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Abandonada y olvidada, la central continúa siendo un ejemplo de cómo no se debe actuar ante una emergencia nuclear y también es un símbolo para generaciones futuras. Porque también de los errores se aprende.