El otoño taurino de Olías

Dominguín
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Román fue el espada con más trofeos con dos orejas y rabo, mientras Esaú Fernández, López Simón y Álvaro Alarcón se llevaron dos orejas por coleta

Román feliz tras cortar dos orejas y rabo a su utrero. - Foto: Dominguín

Cercanos a los treinta grados estábamos cuando al son del pasodoble ‘La Puerta Grande’ se abría el portón de cuadrillas para que los espadas anunciados en el festival de Olías, cruzasen la arena y cumplimentasen al presidente José Antonio Mellado, lo que se atisbaba como una gran tarde de toros. En lo chiqueros nos esperaban cinco astados de la divisa salmantina de ‘Montalvo’ que iban a poner a prueba al variado cartel que estaba anunciado.

No dudó un segundo Esaú Fernández en irse frente a toriles y echarse de rodillas para recibir a su novillo. Verónicas en el centro del anillo, bajando los brazos le siguieron a su carta de presentación, que fue rematada por una media verónica abelmontada. En el centro de la plaza le mostró el trapo rojo, con los botos clavados en el suelo, yéndose al galope hacia el que le cambió por la espalda su defensa. El toreo fue sentido, poderoso y serio, con tandas largas, llevando al animal cosido a la muleta, con un temple importante. Enterró el acero en el morrillo y las dos primeras orejas de la tarde fueron a parar a sus manos.

Animoso recibió con el capote López Simón a su utrero, sacándoselo con acople al centro del ruedo. Luego llevó con chicuelinas al paso que gustaron mucho hacia el caballo a la res. Su comienzo con la muleta, junto a tablas, fue de ajuste llevando al novillo por alto sin enmendarse lo más mínimo. Luego estuvo fácil por ambos pitones, conectando con el tendido, pudiéndole faltar algo más de encaje y fibra en los muletazos. Terminó con variedad, dejando llegar a su enemigo hasta la calzona, pases por bajo y detalles que subieron la temperatura de su actuación. Mató al segundo intento, siendo premiado por dos trofeos por el palco presidencial.

Román lo dio todo, se entregó desde que desplegó la capa genuflexo sacándose de manera torera a la res, metida dentro del engaño, que lo seguía sin descanso. Junto a tablas, con la rodilla contraria en tierra, fue trazando los primeros muletazos por ambos pitones en línea para afianzar sus embestidas. Echó la muleta siempre firme y por delante, tirando por bajo del burel, haciéndole que el hocico surcara la arena una y otra vez. Su simpatía conecta de forma innata con la grada y la simbiosis alcanzó el máximo exponente cuando mató al novillo de manera fulminante, pidiéndole los máximos trofeos que el palco accedió de manera acertada.

El cuarto matador que participó en Olías, fue José Garrido, quien desplegó un toreo de capote magnifico y de nota. Con encaje, con gusto, firme y sereno, lo fue llevando con suavidad pegado al fucsia de sus telas. El mismo gusto lo desarrolló con la muleta, encajado y sereno, con pellizco y torería. La pena fue la suerte suprema, que echó por tierra el cortar varios trofeos, dejando en un saludo su comparecencia.

El valor que atesora el torrijeño Álvaro Alarcón, volvió a estar presente en el que cerró el festejo, yéndose a recibirle a la puerta de toriles, toreándole después con empaque con el capote. Se echó el capote a la espalda tras la suerte de varas y llevó al colorado de Montalvo alrededor de su menuda figura. Se hincó de rodillas en el centro y citó al astado que estaba en tablas, llegando de manera rápida, sorprendiéndonos con un pase cambiado por la espalda. Luego incorporado estuvo asentado y encajado por ambos pitones, hasta que se acabó el animal y tiró de recursos y valor, un valor que no deja indiferente y le hace ganarse al respetable, Dos orejas fue el premio a su actuación, que recibió con alegría de manos de la alguacililla del festejo.