Nacer para salvar una vida y a las puertas de la UCI

Hilario L. Muñoz
-

Esther Aguilar pasó nueve días en la UCI de Ciudad Real por COVID-19 donde ingresó horas después de que su hijo, Noah, naciera por cesárea para facilitar su recuperación. Lo conoció a los 13 días, cuando despertó tras ser entubada

Nacer para salvar una vida y a las puertas de la UCI

Alégrate, has vuelto a nacer». Con estas palabras despertó de la UCI de Ciudad Real Esther Aguilar. Allí estuvo nueve días el pasado mes de enero. Entró fruto del COVID y unas horas después de que naciera, por cesárea, un hijo que no pudo conocer hasta unos días después de dejar la sala de intensivos. Esther relata su historia con calma, ya en casa, rodeada de su pareja, José Robres, de su hija Carlota y del pequeño Noah, nacido el 6 de enero, el día de Reyes, y unas semanas antes de cuándo le tocaba, por el riesgo que corría su madre con una neumonía bilateral y que debe su nombre al famoso ‘Diario’. 

La historia de Esther es la misma de muchas familias esta Navidad. Quedaron para cenar en Nochebuena, con padres y hermanos, y a los pocos días notaron los primeros síntomas del coronavirus. Tras unas jornadas en casa, el 1 de enero pidió una ambulancia al ver que empeoraba. La ingresaron en su ciudad natal, en Puertollano, donde estuvo cinco días. Los primeros fueron de observación, pero el 4 le pusieron oxígeno y el 5 le anunciaron que la tenían que trasladar a Ciudad Real, porque la hinchazón de los pulmones, característica del COVID, y el embarazo estaba provocando más problemas. Al día siguiente le hicieron la cesárea y Noah nació en su semana 34, con poco más de 2,5 kilos de peso. 

A partir de ahí las historias de madre e hijo se separan. El pequeño ingresa en pediatría, porque nace con la apnea característica de los neonatos, y su madre debe ingresar en la UCI a las pocas horas porque sus pulmones no remontan. «Llamaron a mi pareja para decirle que la cosa se había puesto fea, que estoy baja de todo, con anemia y las constantes flojas». De este modo acabó en la unidad de intensivos entubada. 

Allí pasó nueve días, que a ella en el sueño de la anestesia se le hicieron dos. «Cuando cogí el móvil vi que era 15 de enero», relata esta pedagoga entre recuerdos de aquellas jornadas de inicios de enero. En sus sueños pensó que «había tenido en brazos a su hijo». «Ayer me lo dieron y no lo pude ni coger», le llegó a decir a una enfermera, que la miró extrañada y, en su lugar, le dio unas fotos que le había dejado su pareja. Eran de su hijo recién nacido, de su pareja y de su pequeña. Se las pegaron a los pies de la cama para que le hicieran compañía en su recuperación. 

En los días siguientes comprendió la gravedad de lo que había ocurrido. De hecho, a ello apela, en una publicación en su perfil en redes sociales, ‘La Pedagogía de Mama’, que ha tenido más de 20.000 visionados, y en la que recuerda que a sus 35 años, y sin patologías previas, ha tenido que pasar las primeras horas de vida de su hijo separada de él. Finalmente el día 15 fue trasladada a planta y cuatro días después, «el 19 a las 21 horas», pudo conocer a su hijo. «Mi pareja me llevó en silla de ruedas a verlo», habían pasado 13 días desde su nacimiento. Tras dos pruebas negativas de PCR le permitieron bajar a la planta de maternidad. «El 20 pudo quedarse conmigo en la habitación», recuerda casi con lágrimas, porque ese fue el momento en que su ánimo se recuperó. Fue un momento «emocionante», en el que esperaba que su hijo reconociera su «corazón» y «la respiración» que le había acompañado durante el embarazo. «Empecé a respirar sin ayuda de oxígeno ni mascarilla» y el día 22 recibió el alta para volver a casa donde esperaba su primera hija para conocer a su hermano.

Días después la sensación es de felicidad por recuperarse «a pasos agigantados», a la vez que relata la tristeza de ver que su hija ha estado sin ella o cómo su hijo pasó sus cuatro primeros días de vida sin nadie de la familia. El día 11, su pareja sí que pudo pasar a verlo, a darle las tomas y a hacer el ‘piel con piel’, un método clave para los prematuros. 

«Sé que soy una afortunada», relata Esther a modo de conclusión de una historia de esperanza en tiempos de pandemia, al salvar su vida y la de su hijo, y también por la celeridad de la recuperación tras estar en la UCI. «Tenemos en mente otras cosas que, creemos, nos van a hacer felices y lo que más valoramos y queremos es el día a día y estar bien con los nuestros», expone como enseñanza de esta enfermedad, siempre entre elogios a los sanitarios que la atendieron en Puertollano y en Ciudad Real: «Se han volcado conmigo», y que le han permitido disfrutar de su familia de nuevo.