Gutiérrrez llega a Añover de Tajo queriendo ser torero

La Tribuna
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Gran dimensión y valor del colombiano que cortó dos orejas al sexto de la tarde. Seria y astifina novillada de San Isidro que puso emoción durante todo el festejo, donde los asistentes no tuvieron tiempo de aburrirse

Leandro Gutiérrez fue el triunfador en Añover de Tajo.

La de torero es una de las profesiones más duras. Llegar a ser figura es casi un milagro, pero para ello se deben tener cualidades y aptitud. La noche del lunes, en la plaza de toros de Añover de Tajo, un joven chico colombiano que, hacia su presentación con picadores, se sobrepuso a la seriedad y trapío de los astados y a sus compañeros, siendo al final el triunfador del festejo.

A las 8 de la tarde asomaba el pañuelo por la balconada presidencial, rompiendo a sonar la banda de música con el pasodoble ‘Gallito’, en homenaje al torero sevillano que este año hace un siglo de su percance mortal en Talavera de la Reina. Había caras serias en el patio de cuadrillas, de responsabilidad, de miedo. Cada novillero intentando concentrarse, intentando que este duro trance hasta que salga el toro pasase pronto. Cruzaron novilleros, cuadrillas y picadores el albero cuidado por Manolo ‘Bolega’, plantándose formados delante de la barrera, destocados, para al son del toque de oración del trompetista de la banda, guardar un minuto de silencio por las víctimas de la Covid-19.

Los aficionados obligaron a saludar a los tres actuantes a salir al tercio a recibir una tremenda ovación, la cual correspondía a la osadía, valentía y responsabilidad de enfrentarse a la seria novillada del hierro de San Isidro que debía salir por chiqueros. Se tiró al suelo Montero al lado de tablas, y con una estoica larga cambiada mostró su tarjeta de visita, lanceando a la verónica con posterioridad. Novillo manso, que arreaba una bestialidad hacia los adentros, y que se venía con la al pecho poniendo en apuro a los banderilleros que lograron una digna actuación a pesar de la pésima lidia. Se dobló el de Chiclana por bajo para intentar atemperar la brusquedad del colorado, pero fue imposible, siempre buscando las tablas, no quedándole al novillero más que abreviar tras una justificada actuación. Alardes de valor en los toriles antes de coger la espada con la que tuvo que enmendarse por los fallos. Saludó al respetable desde el tercio una cariñosa ovación.

El cuarto tenía una arboladura de más de un metro de pitón a pitón. Aplaudido de salida, tenía una buena condición lo intentó para por cordobinas, y capotazos con la rodilla genuflexa. Variado y voluntarioso con el capote para llevarlo al caballo y en el quite por chicuelinas. Luego compartió con sus banderilleros el tercio de banderillas, levantando los aplausos del respetable. El novillo quería distancia, tiempo y mano baja, lo que Montero le mostró al principio del trasteo, haciendo esperar una faena de éxito. Pero no llegó a haber acople y hubo más alardes de valor de cara a la galería que toreo de verdad que es lo que necesitaba el de San Isidro. No obstante, dio la cara hasta el final, a pesar de echar de menos los del tendido, su habitual recibo con el capote de paseo de rodillas en alguno de sus dos novillos. Mató de estocada baja y recibió palmas.

Rubén Fernández se fue delante de los toriles, allí con serenidad esperó a su primero que literalmente saltó por encima del novillero al llegar a su altura. Se fue a las tablas y nuevamente de rodillas le dio dos largas afaroladas, y un ramillete de verónicas que jadeó el público entre bienes y oles. Brindo al respetable y le puso sin probaturas la pañosa delante, la que tomaba con franqueza y recorrido. Tubo Fernández momento de acople y encaje, con toreo de gusto por bajo, mezclado con algún muletazo más desordenado. Pero la aptitud el novillero se vio dando la cara ante el serio utrero. Faena larga que conecto con los tendidos, lo que le hacía valedor de un posible triunfo, pero matando como mata, es difícil llevarse un trofeo a casa, se le complicó la cosa y fue una odisea que el animal se echara en tierra, tras lo cual el público guardó un respetuoso silencio.

El que hizo quinto, fue otro serio burel, el más alto y grande, con cuajo, que puso en las manos de Rubén Fernández el triunfo. Variado con el capote, valiente y animado. Con la muleta quiso agradar, bajo la mano por ambos pitones, aguantando las tarascadas del animal que a veces acababa con la cara alta. Pero ese empeño le hizo hilvanar algunas tandas meritorias y de gusto. La cruz con la espada, dejó en otro silencio con aviso, el veredicto de su actuación.

La Cenicienta de la tarde era Leandro Gutiérrez, novillero colombiano, que había destacado el año anterior entre los noveles sin caballos, y que llegaba a Añover de Tajo a debutar con los del castoreño. Quizás no fue su debut soñado, quizás no fue la plaza o la ganadería esperada, pero es lo que había. La oportunidad era única y había que aprovecharla. Fue todo voluntad, fue todo disposición, fueron ganas. Pero tuvo acierto en todo ello. El capote lo maneja con frescura, los vuelos los mece con suavidad y se le ve ese aire de inocencia de ser un novel, pero con mucho valor. Doblones con la muleta por ambos pitones para empezar su faena y sacarse al animal al centro del anillo. Allí con diestra pudo mostrar su poder a pesar de los enganchones, y bajando la mano le enjaretó muletazos de quilates. El novillo cantó la gallina y comenzó a buscar tablas, cosa que intento evitar el colombiano a fuerza de tesón. Aprovechó la querencia y dejó pasajes importantes, pero el error a espadas le cerró cualquier posibilidad de triunfo.

Con el que cerró plaza, se le veía que no quería dejar escapar el triunfo. Delante tenía a un colorado con dos pitones descomunales y astifinos que no amilanaron a Gutiérrez. Verónica, chicuelinas y una media dejaron al de San Isidro listo para el del castoreño, que lo midió para que el novillero le hiciera un quite con garbo, preludió de lo que estaba por venir. Con firmeza se dobló para fijar la embestida del utrero que venía con cierta violencia a los engaños. Se puso de frente, mostrándole el pecho, de verdad y toreando con gusto. Enseguida conectó con los tendidos, a donde se habían desplazado aficionados habituales en las Ventas. La faena fue muy seria, intentado hacer el toreo firme trayéndose cada muletazo a la cadera y enroscándoselo, lo que le propició un primer revolcón. La gente fue cómplice de Leandro en su actuación y vio como a fuerza de ponerse en el sitio fue sacando al novillo todo lo que tenía. Y pudo con él, pudo con el manso que al ver coló los menudos muslos del chico se le acervan cada vez más, este reculó y se fue de najas a toriles. Allí se fu el espada y arrimón de verdad, tanto que fue cogido de forma dramática en el muslo izquierdo envainándole el pitón entero entre la piel y el vestido, un milagro. Repuesto se fue a por el sin pensarlo tras la espada que, pese a no entrar en lo alto, fue efectiva, valiéndole para que la presidencia le otorgase el doble trofeo que le alzaba a ser el triunfador del festejo.