Los productores de mimbre afirman que la cosecha es óptima

Jonatán López
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Varias familias de Alcantud, Cañamares o Beteta (Cuenca) se dedican a este cultivo tradicional, que este año es de buen calibre y calidad gracias a las temperaturas suaves de la primavera

Los productores de mimbre afirman que la cosecha es óptima - Foto: Reyes Martí­nez

Mientras haya familias que se dediquen al cultivo y sea rentable, el mimbre seguirá tiñendo de rojo los campos de varios municipios de la provincia de Cuenca. A estas alturas del año se completa la recogida de este arbusto de la familia de los sauces, que cuando alcanza su madurez se cortan las varillas en la base de la planta y se reúnen en haces para dejarlas secar antes de transportarlas.

Cierto es que en muchos municipios se ha reducido la labor y en otros prácticamente ha desaparecido, pero hay varias familias que se empeñan en seguir la tradición. No se reduce la superficie, tampoco aumenta, «pero los que estamos ya no sabemos hacer otra cosa y tenemos que mantenernos con esto», cuenta el agricultor Juan Carlos Aragón, quien reconoce que la campaña de este año «ha sido mejor que otros. No es como los cereales de secano, es un producto de regadío que depende de que, principalmente, hiele en primavera. Este año vino muy bien y no heló cuando el mimbre tiene más crecimiento». La mejor noticia es que el calibre de las varas es «bastante bueno, mejor que otros años» y las posibles plagas o el pedrisco no han afectado a su calidad.   

El mimbre se cultiva en el norte de la provincia y es en Cañamares y Beteta donde se concentra, si bien aún quedan retazos en Villaconejos de Trabaque y Priego. También hay en gran cantidad en El Recuenco (Guadalajara), un municipio colindante con Alcantud (Cuenca).

Sobre el precio, Aragón conviene en que el que no está pelado no oscila mientras que el pelado «está ahora sin vender porque lleva mucha mano de obra. Esta el tema parado y no sé si el año que viene habrá trabajo de ello porque no se puede cobrar lo que cuesta».

para exportar. Una vez se recoge, cuenta Aragón, se clasifica por calidades y también se quita la corteza, si bien «antes casi se pelaba el cien por cien y ahora es un 20 por ciento». La mayoría del mimbre sin pelar acabará en empresas que lo transforman en vallas de cerramiento o  techados, mientras que el pelado se exporta a otros países «porque aquí ya no quedan casi artesanos y está muy mal pagado».

Cree que la mayor amenaza que tiene el cultivo no son los objetos de material plástico que ya incidieron en la producción «hace 30 o 40 años. Se trata de un trabajo muy artesanal, lleva mucha mano de obra y los productos se encarecen muchísimo». A la hora de comprar, «hay cestas de mimbre por 15 euros, pero eso solo cuesta el material y los artesanos no ganan mucho. Hoy en día, se producen muebles y aunque son muy caros no se gana lo que produce la mano de obra de los artesanos».