Rojo atardecer, amarillo limón

L.G.E.
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Con 200 litros de limonada preparada, una barra con 300 vasos ya llenos en Bisagra y con acopio de ingredientes por si había que hacer más, el reparto de las vísperas del Sagrario comenzó puntual. La cola llegaba casi a la Virgen de la Estrella

Rojo atardecer, amarillo limón - Foto: Ángeles Visdómine

El cielo de Toledo se ruborizó en el atardecer de las vísperas de las fiestas del Sagrario. Más rojo se veía conformen pasaban los minutos y se miraba en dirección a la Peraleda. Pero dentro del patio amurallado de la Puerta de Bisagra no se podía ver el atardecer. Ahí estaba la gente haciendo cola por el amarillo del limón (aunque la copla siempre los preferirá verdes).

El reparto gratuito de limonada comenzó puntual a las 21:30. «¡Se abren los toriles!», gritó uno de los primeros que estaban esperando. Había una barra con 300 vasos ya llenos, pero aparte tenían unos 200 litros de limonada en jarras para ir rellenando y contaban con los ingredientes necesarios para hacer más si era preciso. «No lleva alcohol», confirmaban a los padres con niños.

«¡Yo no me pienso quedar! ¡Hay mucha gente para un vaso de limoná!», gritaba una mujer con un vestido de color coral que llevaba a un niño agarrado de la mano. Lo decía mientras se iba a la Vega, pero medio minuto después volvía, porque al final aceptó a esperar a otra mujer a la que sí compensaba la espera. «¡Ve corriendo!», le apuró.

Rojo atardecer, amarillo limónRojo atardecer, amarillo limón - Foto: Ángeles VisdómineLa imagen de la cola era disuasoria porque a y media llegaba hasta casi la Virgen de la Estrella. En el trenecito que pasó a esa hora los turistas se fijaron más en la fila que en el escudo del águila imperial.  Pero la cola iba ligera. A pesar de que se iba sumando gente, en menos de diez minutos ya estaba dentro de la isleta de la puerta de Bisagra, siempre obedeciendo al policía local que dirigía el tráfico a pie de paso de cebra.

Una vez con el vaso ¿dónde se lo bebe uno? Pues el banco que hay dentro del patio se ocupó pronto. Hubo quien se apañó en el bordillo debajo de la estatua de Carlos V. Y siempre quedará la Vega, con su nostalgia de fiestas de agosto y su balcón al rojo atardecer.