«La salud mental es más importante para la felicidad"

La tribuna
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Alejandro Cencerrado Rubio, analista de datos en el 'Instituto de la Felicidad' de Copenhague

«La salud mental es más importante para la felicidad"

e. real jiménez / albacete

La felicidad es uno de los bienes más preciados y puede que más difíciles de conseguir. Alejandro  Cencerrado Rubio es un albaceteño de 31 años que hace seis se trasladó a Copenhague (Dinamarca). Allí trabaja como analista (es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense) en el Instituto de la Felicidad. De hecho, lleva midiendo la suya más de una década y, en seis meses, tendrá un nuevo pico: se casa.

Se lo habrán preguntado seguro mil veces pero, ¿cómo se mide la felicidad?

La manera más fiable que tenemos de momento es preguntando a la gente cómo de felices se sienten, normalmente en una escala de 0 a 10, donde 0 sería la peor vida posible que puedan imaginar, y 10 la mejor. Es difícil saber si tú y yo sentimos lo mismo cuando ponemos un número en esa escala, igual que es difícil saber si vemos el mismo color al mirar al cielo. Somos muy conscientes de esta dificultad. Sin embargo, cuando preguntamos a muchos miles de personas afloran patrones que indican que lo que estamos midiendo es real, aunque  subjetivo. 

Por ejemplo, en estudios alrededor de todo el mundo, con miles de personas encuestadas en cada país, observamos que el Producto Interior Bruto es un predictor de la felicidad de sus ciudadanos, hasta tal punto que podemos decir con un grado de incertidumbre relativamente bajo cuál es la felicidad media de un país, conociendo tan sólo su riqueza. Esto no sería posible si la gente mintiera en nuestras encuestas, aunque seguramente habrá  quien no quiera decir la verdad.

¿Y por qué un albaceteño decide ver su grado de felicidad a tantos miles de kilómetros de su tierra?

Empecé a medir mi felicidad siete años antes de llegar a Copenhague, y aún sigo midiéndola, seis años después de aterrizar aquí. Empecé el 21 de febrero de 2005, cuando tenía 18 años, y casi he olvidado ya por qué empecé. Sólo recuerdo que quería saber por qué, aún teniendo todo lo que necesitaba para ser feliz, no lo era. 

Así que me decidí a apuntar mi felicidad diaria cada noche, en una escala del cero al 10 (empecé apuntando con rotulador en unos calendarios de la CCM que aún guardo en mi casa). Junto a esa nota, desde hace unos años, apunto también qué cosas me han hecho feliz cada día, si he ido a nadar, si hizo sol, etc., así como lo que he sentido en cada caso, para repetir lo que me hace feliz y evitar lo que no. En este momento tengo 4.380 días apuntados.

¿Cómo ha acabado el año?, ¿ha sido feliz?

Sí, la vuelta a España es siempre un periodo de reencuentros felices. Los que estamos fuera pensamos todos los días un poco en la gente que dejamos en nuestro país, y las navidades son la época para recuperar el tiempo perdido. 

Desde que empezó a analizar este indicador, ¿cuál ha sido su mejor año?, ¿a qué lo achaca?

El 2018 ha sido el año más feliz desde que empecé a apuntar; en concreto he tenido 128 días por encima de un cinco, el mayor número de días felices en 14 años. 

Esto no significa que no haya tenido días malos, pero han sido mucho menos, 74 en total. Hay muchas razones por las que ha sido un año tan bueno, pero hay tres principales que lo diferencian de los demás: un verano especialmente soleado, algo poco habitual en Dinamarca; el amor incondicional y el apoyo continuo y diario de mi novia, y mi trabajo como analista de datos en el Instituto de la Felicidad de Copenhague.

Sería raro que trabajando en un sitio con ese nombre no fuera feliz, pero las razones realmente no tienen nada de mágico: un jefe que me da responsabilidades y confía en mí ciegamente, una labor que me interesa y que me hace levantarme con ganas por las mañanas y, junto a ello, unos compañeros que me valoran y me aceptan como soy.

¿Qué factores influyen en ser más o menos feliz? ¿Tiene sentido lo de ‘Salud, dinero y amor’?

Sí, los tres son muy importantes, pero hay muchos matices. 

La salud, y sobre todo la salud mental, es quizás más importante para la felicidad que cualquier otra cosa, aunque su efecto sobre la felicidad es menos frecuente a nivel demográfico. La depresión y la ansiedad están casi siempre de fondo cuando alguien pone una nota muy baja en nuestras encuestas. Además ocurre algo curioso; la gente se adapta a las peores condiciones físicas, a una reducción drástica de su movilidad o a un dolor crónico, pero no se adapta a la depresión, esa es una carga que uno lleva consigo continuamente. La buena noticia es que estos problemas tienen hoy en día un porcentaje muy alto de curación si se acude a recibir ayuda psicológica.

El amor romántico saca nuestra felicidad de la media, dándonos los peores días y también los mejores momentos de nuestra vida, pero ese periodo de «locura» emocional dura unos meses y luego desaparece. Sin duda, ese tipo de amor es el que más destaca en nuestros modelos. 

Sin embargo, el otro amor menos explosivo, el que no está basado en sentirse especial y no se reduce tan sólo a nuestra pareja, es más duradero y uno de los factores más importantes para la felicidad a largo plazo. En ese amor, además, la calidad es más importante que la cantidad; para dejar de sentirnos solos no basta con rodearnos de gente, tenemos que sentirnos valorados y queridos tal y como somos.

Por último, el dinero, es el menos importante de los tres factores, pero por desgracia también cuenta. Un resultado que se repite una y otra vez en todos los estudios que hemos hecho, es que llegados a cierto nivel de riqueza, tanto los individuos como las naciones, dejan de ser eficientes convirtiendo riqueza en felicidad. 

Es decir, la felicidad de una persona subirá bastante si le subimos el sueldo de, pongamos como ejemplo, 600 a 700 euros, pero subirá bastante poco si subimos su sueldo de 3.000 a 3.500 euros. La moraleja es que, una vez hayas cubierto tus necesidades básicas, dejas de preocuparte por tu sueldo y te enfocas en otras cosas más importantes, como en mejorar la relación con tus compañeros o el balance entre tu vida personal y tu trabajo, porque probablemente ganar más ya no te hará significativamente más feliz.

¿Cómo es su día a día?.

Mi labor diaria en el Instituto consiste en dar sentido a los miles de respuestas que recibimos a los cuestionarios que creamos; en ocasiones preguntamos sobre qué aspectos de nuestro hogar nos hacen felices, qué partes del sistema sanitario son más importantes en el bienestar de los pacientes, o cuáles son las diferencias de género principales en cuanto a la forma de sentir y relacionarnos.

Una vez analizados los datos, hablamos con cada organización, para establecer las medidas necesarias para mejorar la felicidad de ese sector de la población, y volver a preguntar un tiempo después, para ver si esos cambios han tenido el efecto que esperábamos. 

¿Es cierto que Dinamarca es el país más feliz?, ¿o es más la propaganda que la realidad?

Realmente lo es, pero probablemente no por las razones que muchos creen. Cuando llegué aquí y durante muchos años me costaba creer que los daneses fueran más felices que yo y mis conocidos españoles; en invierno hay muy poca luz, las conversaciones son más formales, hay menos actividad en las calles… Pero un año detrás de otro, las encuestas ponen a los países nórdicos en los primeros puestos, y a nosotros los españoles, cerca del puesto 40, este año entre Colombia y Malasia. 

Según pasa el tiempo voy entendiendo que la infelicidad se esconde a veces en lugares invisibles; en ese amigo que trabaja demasiadas horas, en el pensionista que vive solo, en el que sufre una depresión y simplemente deja de relacionarse... Un danés es igual de feliz que un español si se colocan ambos en las mismas circunstancias; probablemente el español medio sale más de bares y toma más el sol. 

Pero la felicidad general es algo mucho más complejo, y que requiere de un análisis demográfico más preciso; aquí en Dinamarca, por ejemplo, hay mucha menos gente en circunstancias difíciles, como el desempleo o la falta de recursos, personas que en España (y en la mayoría de los países) hacen bajar mucho la media. Por eso es importante hacer encuestas anónimas, en estratos diversos de la población, que nos ayuden a entender qué hace infeliz a la población en general.

A tenor del trabajo que realiza en el Instituto de la Felicidad, y de la experiencia que le da su más de media década en este cometido, ¿se atreve a plantear qué puesto ocuparía España en el ranking?

Según el informe de la felicidad de las Naciones Unidas, estamos en el puesto 36. Estuvimos en puestos mucho más altos hasta 2009, pero la crisis parece haber reducido el bienestar de los españoles, y ahí seguimos estancados desde entonces. Los datos de Eurostat indican que el desempleo ha estado bajando desde 2014, pero los españoles siguen diciéndonos que están mal, por lo que deducimos que encontrar trabajo no es suficiente para estar bien, si no va acompañado de unas condiciones laborales dignas. 

¿Y Albacete en España?

Aún no tenemos resultados definitivos, pero los primeros análisis que hemos hecho en un estudio europeo reciente parecen indicar que los manchegos estamos en el segundo lugar, detrás de los murcianos, en el ranking de las regiones más felices de España. 

¿Cómo conoce el Instituto y cómo entra en él?

Supe de él por primera vez a través del libro Hygge, escrito por Meik Wiking, director del Instituto. En cuanto apareció libre un puesto de analista de datos los contacté, y aquí estoy.

Estaba estudiando la relación que existe entre las grandes inversiones en salud y la felicidad de los pacientes, ¿qué le han contado los resultados?

Los resultados son claros; debemos invertir más en salud mental, la gran olvidada del sistema sanitario. La depresión, la ansiedad y las demás enfermedades mentales no son problemas de un día para otro que puedan solucionarse con algunos consejos sencillos; requieren de ayuda profesional, y son la clave para aumentar la felicidad de las naciones ricas, según todas las encuestas. Sin embargo, cuando hay que hacer recortes, siempre se empieza por la salud mental. 

Tenemos que empezar a hablar de este tema sin complejos, como sociedad, y hacer las inversiones necesarias para que todos los que necesitan ayuda tengan acceso a ella. Esto no es sólo bueno para la felicidad, también lo es para nuestros bolsillos. 

Las personas con problemas de salud mental padecen más problemas físicos en general, lo que implica también muchas más visitas médicas que cuestan a la salud pública un dinero que podríamos evitar tratándolas a tiempo. Cuando se hacen las cuentas, se observa que la inversión en salud mental es en realidad un ingreso para nuestras arcas. 

La solución es sencilla; aumentar el presupuesto en terapia psicológica, como la Terapia Cognitivo Conductual, que ya ha demostrado poder curar completamente a uno de cada dos pacientes, con muy bajas probabilidades de recaída.

¿Qué es lo que nos hace más infelices a las personas?

Cuando hablamos del ciudadano medio, sin ninguna enfermedad importante y con ingresos suficientes para vivir medianamente bien, la respuesta es clara y se repite en todos los estudios: la calidad de las relaciones sociales. Esto suena sencillo, pero lo cierto es que no lo es, requiere sentirse aceptado y valorado como profesional y como persona entre nuestros compañeros de trabajo, en nuestra familia, con nuestra pareja y nuestros amigos. 

Según pasan los años me voy dando cuenta de que las relaciones sociales, en definitiva, consisten en saber comunicarse con los demás, en saber decir lo que queremos decir y en saber escuchar a los demás, sobre todo a nivel emocional, algo que es realmente difícil de medir en nuestras encuestas, pero que he ido entendiendo con el tiempo y gracias a mi propio estudio. 

¿Le haría feliz regresar a su país?, ¿y se ve feliz en Albacete en un futuro?

La verdad es que tengo miedo de las condiciones laborales en España,  aquí tengo mucha libertad para salir y entrar cuando quiero, y si no me gusta el trabajo es relativamente fácil encontrar otro. Pero echo de menos a la familia, como todos los que estamos fuera, y ahí estoy, entre dos tierras.

Supongo que tarde o temprano volveré, y por supuesto Albacete será siempre el lugar en el que quiero acabar, donde está la gente a la que quiero y las raíces culturales que me han ayudado a ser quien soy hoy. Estoy muy orgulloso de nuestra tierra.