Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Las luces

23/11/2021

Hay quien considera que, la Navidad, comienza a las ocho de la mañana del 22 de diciembre. En el instante en el que, con sus voces pueriles y madrugadoras, los niños de San Ildefonso cantan los numeritos de las bolitas y, casi al mismo tiempo, los afortunados beben cava en vasos de plástico.
También hay quienes debutan en Navidad con la cena de empresa. Ese momento anhelado y temido durante todo el año. Esa reunión en la que, corbata en la frente, se le dice al jefe cómo hay que hacer las cosas y bailar luego como el tío de Boney M, a ritmo del difunto Georgie Dann.
Otro grupo numeroso –sin despreciar la opción de los anteriores-, cree que la Navidad comienza cuando los ediles activan el interruptor que enciende las luces de las calles que tienen a bien regir. Algo así como hacer clic al botón de las fiestas.
Este año -ya sabemos-, darle a ese botón va a salir más caro. Mejor dicho, bastante más caro. El jeroglífico y opaco recibo de la luz nos recuerda cada mes, que estar iluminados y calentitos saldrá este invierno por un riñón.
Lo que nos dicen -y nos dirán en las próximas semanas-, es que hay que ahorrar energía, y que habrá ayudas para las economías familiares más vulnerables. No es mala cosa, si se cumple. Sobre todo, teniendo en cuenta la que se nos viene encima a nivel económico: parón de actividad, subida de precios como no hemos conocido, recortes de plantillas y la mala leche colectiva que se genera cuando hay problemas para calentar los huesos y el estómago.
En las últimas semanas, además, diversas informaciones apuntan a que varias zonas de Europa sufrirán un apagón general. Que no se sabe cuándo, pero que haberlo, lo habrá.
Y hay quien afirma -y quien sabe si con razón-, que el apagón ya lo sufrimos. Que Europa está sin luces desde hace años, sumida en un proceso de degradación ética y relativista. Carecer de luz y energía sería sencillamente, según esa opinión, una metáfora de nuestro continental y obituario destino.
En la mitología griega, Prometeo observaba cómo la humanidad vivía en condiciones muy difíciles porque carecía de todo. Pidió a Zeus que le regalara un poco de su luz para que los hombres mejoraran sus condiciones de vida. Zeus se negó en rotundo. Dijo que «si los hombres obtuvieran el fuego, podrían volverse fuertes y sabios». Es decir, el que mandaba aquella legislatura en el Olimpo, tenía claro que al pueblo era mejor tenerlo sin luces. Haciendo caso omiso a la advertencia Prometeo, de manera silenciosa, entró en el palacio y robó una chispa de la llama de Hefesto.
Estos días, sería bueno que algún Prometeo se la jugara y nos trajera algo de luz, para iluminarnos y hacernos sabios. También, sería de agradecer que el Zeus de turno y sus terminales mediáticas, explicaran a la humanidad (y en concreto a la hispana), que la luz que nos traen es muy cara porque en la piel de toro somos, energéticamente hablando, muy dependientes. Y no se cargue la culpa, exclusivamente, en los que pasan el recibo.
A todas luces, el actual Zeus (o quien le suceda más pronto que tarde en su Palacio) deberá decir que, de seguir así, seremos muy verdes, ecos y muy chics, pero correremos el peligro de quedarnos tiesos. Y no solo de frío.

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