Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


Citius, altius, fortius

13/10/2021

El lema empleado por el padre Henri Dion para que su estrecho amigo, Pierre de Coubertin, lo utilizara en sus recién estrenados juegos olímpicos modernos era un llamado a la búsqueda personal de la excelencia, para los atletas.
¿Se podría utilizar este lema fuera del deporte? Sí. Lo malo es cómo aplicarlo y a quién, o incluso, a quiénes. ¿Tienen a mano su cuenta-botellines? Seguro que les queda larga la distancia entre su cálculo y la realidad de tontos por metro cuadrado.
Esta Europa que vivimos, descrita por Pérez-Reverte, como un colectivo que hemos abandonado cualquier relación con el Humanismo del que proceden nuestros pilares fundacionales, para querer ser una sociedad que busca vivir del Humanitarismo, sin raíces, igualitarista e incomprensiva con el diferente, ¿qué nos podemos esperar?
No me estoy refiriendo a aquellos que quieren dejar su herencia a un gato, por no dejárselo a alguien que verdaderamente lo necesite, sino a quienes articulan todo lo necesario para que ese gato reciba la herencia.
O aquellos que defienden la trampa, aquellos que retuercen la ley en su propio beneficio para no rendir cuentas ante la justicia, con tal de mantenerse en el poder.
O los que copian en un examen y quieren la misma vara de medir que el que estudia y se esfuerza para poder sacar el curso, pero sin dar un palo al agua.
No me gustaría referirme a los que proclaman una sanidad universal, pero no la dotan de un número de profesionales adecuado.
No me refiero tampoco los que quieren intervenir el precio de los alquileres, por un rencor enfermizo ante aquellos que han tenido suerte para poder contar con una vivienda que dejar en herencia a quien quieran, ¡incluso a su gato!
Pues eso, que, para buscar la excelencia personal, en esta sociedad de botellón y botellines no queda más que apostar por la sumisión ante el disparate, el silencio ante el negro parecer del futuro y el dislate de querer agarrar al toro, pero queriendo quitarle los cuernos, la pata y el rabo antes de empezar la faena.
La falta de coraje de una sociedad lenta y que no entiende que para enfrentarse a la realidad no solo hay que ser más rápido, más alto y más fuerte, también más listo.