Batalla de sexos. Entre el desahogo y el postureo

Jorge Fraguas
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Un poco de desahogo para soltar lastre por los roces de la convivencia, pero también un tanto de 'postureo' para reafirmar la posición dominante en el seno de la pareja

Cada vez que me junto con un grupo de amigos mayoritariamente casados o con sus esposas, me pregunto si las críticas que se brindan son reales o es puro ‘postureo’ para hacerse los machitos, ellos, o las feministas, ellas. Lo que sí es un hecho, o quizás una percepción subjetiva por mi parte, es que parece que esos matrimonios o parejas tienen poco que ver entre sí. Se critican, les parece mal lo que hacen y, lo que es más curioso, cuando ellos no están ellas se sueltan la melena y se divierten, y a la inversa.

Les vemos con caras de seta cuando tienen que compartir algunas veladas con sus respectiv@s, pero es quedarse solos... y qué ánimos les entran... No logro entenderlo. Se supone que si decides compartir tu vida con una persona, es porque la quieres y la aceptas, con sus defectos y sus virtudes. Por tanto, si tan frustrado o frustrada te sientes por la actitud de tu pareja, qué sentido tiene mantener una vida en común. ¿Tanto nos afecta la moralidad para optar por la (supuestamente ansiada) vida en libertad?

En esto de la ‘guerra de sexos’ es necesario dar un paso más y ser consciente de que estas actitudes a priori tan contrarias y que evidencian una notable falta de comunicación respecto a los intereses de la otra persona se deben en muchos casos al ‘postureo’. Porque luego, al final, aunque como perros y gatos, estas parejas no saben vivir el uno sin el otro.

Y, oye, que van pasando los años y aunque el tono de la conversación varia en función de las edades, es juntarse ellos con ellos y ellas con ellas y siempre termina saliendo ese tema en el que unos y otros se ponen ‘verde’. Eso sí, a base de topicazos que dejan entrever más una pretendida actitud de fortaleza frente al sexo contrario que una realidad que si fuera tal, por mucho que en ocasiones se ponga la excusa de los hijos, terminaría con la ruptura de la relación, algo que cada día, por cierto abunda más.

Cuando las parejas se separan, aunque el uno hable del otro, al final se suele tirar de generalizaciones sobre el sexo contrario, por lo que no se entiende muy bien que tras el periodo de ‘duelo’, el siguiente objetivo vital sea la búsqueda de una nueva persona que te acompañe en el camino.

Enrique Santos (www.psicologiaenriquesantos.com), psicólogo clínico experto en terapia de pareja, natural de Toledo pero con despacho en la calle Alcalá, 18, de Madrid, explica que en muchos casos, esa ‘guerra de sexos’ no responde sino a la necesidad de desahogo fruto de los roces propios de la convivencia. «El hecho cierto y objetivo es que las personas muchas veces criticamos a nuestra pareja cuando ésta no está presente. Pero, ¿qué estamos haciendo realmente? Simplemente, desahogarnos. Expresar nuestras emociones. Emociones que, quizás, no hemos expresado por diferentes motivos (miedo a una nueva discusión, miedo a que sea la gota que colma el vaso, temor a que no me comprenda, no saber cómo expresar lo que no te gusta de él o ella, etc.)».

Este profesional en materia de terapia de pareja pone un ejemplo clarificador. «Imaginemos un embudo como los que utilizan los pasteleros: el embudo tiene siempre un dosificador para que la crema no salga a borbotones, de esa manera vamos dosificando la cantidad que queremos echar. La manera en que acumulamos emociones, sentimientos negativos o cosas que no nos gustan de nuestra pareja muchas veces funciona de idéntica manera. Acumulamos y vamos dosificando las emociones, nos vamos desahogando. Pero si, como muchas veces sucede, no establecemos una buena comunicación en la pareja, no establecemos unos límites dentro de la misma y los problemas se amontonan sin ser afrontados, como en un embudo pastelero, el malestar emocional nos ‘obligará’ a soltar estas emociones donde creemos que debemos hacerlo o donde creemos que podemos. Al fin y al cabo, si el dosificador se atasca o no lo abrimos y seguimos añadiendo crema, al final se romperá aunque no queramos».

Se tiene la idea de que son las mujeres las que más critican, mientras que los hombres son más ‘pasotas’, dice Santos. Pero matiza que «esto es, ni más ni menos, que una generalización injusta, incierta y sexista (ambas). Sin embargo, es cierto que podemos encontrar unas diferencias entre ambos que explican ciertas formas de actuar. Partamos de la base de que cuando uno critica se está desahogando. Bien, y ahora pregunto, ¿se nos educa igual a hombres y a mujeres? ¿Se educa igual a la mujer y al hombre, para que exprese sus emociones? Imaginemos que una mujer y un hombre entran en un banco a sacar dinero, con tan mala suerte de que al sacar la cartera el móvil se les cae a ambos y se rompe. Ambos reaccionan igual: comienzan a llorar. ¿Qué pensarán el resto de las personas que han visto ambas escenas? ¿Se le atribuirá los mismos motivos de por qué llora uno y otro? ¿Lo verán como adecuado en una mujer y exagerado en un hombre? Muy probablemente, sí. La manera en que se nos educa a hombres y mujeres ejerce su influencia (¡y que influencia!) en la forma de expresar las emociones. Básicamente, las mujeres presentan una mayor facilidad para expresar las emociones, y así se ha demostrado empíricamente. Ahora, decir que se estas diferencias se basan en la genética y en capacidades innatas del hombre y de la mujer es mucho decir. Ni las mujeres son unas criticonas, ni los hombres unos pasotas; simple y llanamente, se expresan de distinta manera porque así nos han educado».

Ante esta ‘guerra de sexos’, ¿es precisamente el sexo lo que fundamenta la relación? Porque parece que al final unos están más a gusto con unos y otras con otras... Santos lo tiene claro: «El sexo puede ser algo realmente satisfactorio y maravilloso, pero como otras áreas, que sea maravilloso no implica que el resto de los problemas desaparezcan».

Es difícil tomar conciencia de que aunque se esté muy a gusto en pareja, porque el ser humano es un ‘animal’ de rutinas, puede que falle algo cuando se generaliza una supuesta actitud del sexo contrario basándose en la experiencia de una o varias parejas. Pero si salta el chip y te planteas qué está pasando para ‘odiar’ la actitud del sexo opuesto, la terapia puede ser una solución. A este respecto, Santos explica la terapia de pareja se basa en varias ideas y objetivos; uno de ellos es el derecho a ser felices. «Todos tenemos este derecho, el problema es no saber cómo llegar a él. Puedes optar por seguir hacia adelante como si no hubiera problemas y es posible que te evites una discusión o un malestar, pero a la larga no encontrarás la felicidad que ansias con tu pareja ni percibirás cambio alguno que te haga sentir mejor».

Otra opción es «afrontar el problema y pasa por establecer una buena comunicación, por defender lo que no te gusta, lo que quieres y lo que no, por tener una intimidad, etc.». Lo que parece claro es que «por mucho que yo sé lo cuente a mis amigos o amigas, al margen de las múltiples y variadas perspectivas que me pueden dar, la solución está en mis manos, y el hecho de que haya cosas que no te gusten no significa necesariamente que tenga que ser el fin».