La mujer ceramista también merece su lugar en la historia

Leticia G. Colao
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La gerente del Museo Ruiz de Luna, Belén Flores, dirige un documental con la pintora Amparo Hidalgo como gran protagonista.El trabajo busca visibilizar el papel callado de la mujer pintora y ceramista en la historia.

La mujer ceramista también merece su lugar en la historia - Foto: Rubén Pérez

Visibilizar la aportación de la mujer al mundo de la cerámica, normalmente callada y destinada a pequeñas piezas, es el objetivo de un documental ideado y dirigido por la gerente del Museo de Cerámica Ruiz de Luna, Belén Flores, con la inestimable colaboración de Amparo Hidalgo García, pintora ceramista del alfar Nuestra Señora delPrado. A sus 91 años, Hidalgo es la gran protagonista del vídeo, realizado en colaboración con Pequeños Arqueólogos y producido y editado por la Escuela de Arte de Talavera, donde cuenta cómo las mujeres realizaban únicamente pequeñas obras de uso cotidiano, vajillas, juegos de café, ánforas y candelabros, mientras que a los hombres estaban destinados los cuadros y grandes paneles cerámicos.

En la cerámica, como en el resto del arte y la cultura, la mujer realizaba una labor fundamental pero siempre en la sombra, sin reconocimiento alguno. El de Hidalgo es el testimonio vivo de la aportación de las mujeres a la historia, a la cultura y sobre todo a esta sociedad más igualitaria que hoy es como es, gracias a su labor y trabajo.

Así lo explica Belén Flores, quien ha querido dar luz y destacar un trabajo normalmente escondido pero igual de importante para lograr que la cerámica de Talavera sea reconocida mundialmente y desde hace poco más de un año, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

La mujer ceramista también merece su lugar en la historiaLa mujer ceramista también merece su lugar en la historia - Foto: Rubén PérezFlores ha destacado siempre el papel femenino en sus diferentes labores profesionales, siempre en la búsqueda de la igualdad. Ahora, como gerente del Museo, lo hace dando voz al trabajo de las alfareras, ceramistas y pintoras que merecen, como los hombres, su lugar en la historia.

La gerente del Ruiz de Luna conoció el pasado año a Amparo Hidalgo, pintora de Juan Ruiz de Luna Rojas, al igual que su marido, Rafael García Bodas. «Conocía a Rafael, pero no a ella, que nunca alcanzó renombre o reconocimiento como su marido».

De ahí surgió la idea de este documental -grabado antes de la pandemia- que dejará constancia de su función y el de otras muchas compañeras, una labor plenamente normalizada en la actualidad, donde no solo hay ceramistas artesanas sino también gerentes de sus propios talleres. A mediados del siglo XX, la de las mujeres se limitaba a las labores de pintura y la de bañar las piezas. El resto, de mayor importancia, era cosa de hombres, también la responsabilidad. La gran mayoría no ha llegado a ser maestras en su oficio, «porque la sociedad o la cultura de cada época han hecho que abandonaran pronto el alfar para dedicarse de lleno al hogar y la familia», lo que le ocurrió a Hidalgo.

La pintora cuenta en el documental algunas de las anécdotas de su tiempo con Ruiz de Luna, entre ellas su sueldo de una peseta a la semana cuando entró como aprendiza y que incluso llegó a ser oficial de primera.

Como curiosidad, descubre uno de los secretos del trabajo femenino en los alfares antiguos, un dato que no se conocía con total seguridad, según explica Belén Flores. Las mujeres ‘firmaban’ sus piezas en la parte posterior de la obra con un número romano asignado previamente a cada pintora, para después conocer y agrupar el trabajo de cada una de ellas para que fueran lo más iguales posible y si alguno se rompía o estropeaba en el horno volver a repetirlo la autora de ese juego. El de Amparo era el 7 (VII).

También recuerda que las mujeres no pintaban, ayudadas por una caña en la que apoyar sus dedos, sino que lo hacían a pulso. «La caña era solo para los hombres».

Bajo este anonimato propio de la época, cabe destacar la figura de Tomasa Ruiz de Luna, hija del célebre ceramista, de quien se cree que colaboró en la pintura de obras de gran tamaño, entonces reservadas sólo a los hombres, como el mural con la Virgen del Prado realizado para la inauguración de la fábrica de Ruiz de Luna, y la portada de la fábrica Nuestra Señora del Prado, aunque la autoría completa ha recaído en su marido, Francisco Arroyo, «pintor inigualable y responsable de la fábrica».

Afortunadamente los tiempos son otros, y el papel casi anónimo de sus manos se ha tornado ahora en fundamental.