Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Sánchez: tirar lastre por la borda... o a la escollera

16/01/2022

Pocas semanas como la que ahora termina en las que se haya plasmado tan nítidamente que el Gobierno de Pedro Sánchez tiene dos almas crecientemente incompatibles. La del ministro que pudo ser el jefe de los espías y la del ministro que podría haber acompañado a Junqueras y demás a la cárcel de Lledoners, si las cosas se hubiesen puesto aún más feas.

Luis Planas es persona moderada, usualmente encorbatada, que, como ministro de Agricultura, hubo de salir al paso de unas declaraciones especialmente desafortunadas de su colega de Consumo en el Consejo de Ministros, Alberto Garzón, en polémica que mucho se ha retorcido. Y que no es sino el preludio de otras que vendrán, procedentes de un miembro del Gobierno, Garzón, que, al carecer de funciones más específicas, tiene que forzar su presencia en los titulares con ocurrencias varias, afecten estas al consumo de carne, a las maldades del turismo, al sexo de los juguetes o a la nata del roscón de Reyes. O a los reyes, que de todo ha habido en la trayectoria del titular de Consumo, que no encuentra su sitio y a veces va mucho más allá de lo que sería prudente o conveniente, incluso para su propio (des)prestigio.

La polémica, educada, con cierta sordina, entre Planas, típico representante de una socialdemocracia 'a la austriaca', si se me permite, y el neocomunista Garzón ha evidenciado la distancia sideral entre esas dos almas en el elenco de Pedro Sánchez. Planas tiene una dilatada trayectoria, y a punto estuvo, en 2004, de ser nombrado por Zapatero director del Centro Nacional de Inteligencia, la 'casa de los espías'; hasta que Bono, recién designado ministro de Defensa, prefirió a un allegado, Alberto Saiz, que se mostró, como era previsible dado su currículum, como altamente inadecuado para el puesto. Como, por otro lado, me temo que Garzón lo es para el suyo, consista este en lo que consista, que yo aún no lo sé muy bien.

La distancia entre Planas, perfecto conocedor del terreno (agrícola) que pisa, y Garzón, que ha evidenciado bastante de lo contrario, el trecho entre el hombre casi septuagenario que fue embajador en Marruecos y el joven que aún busca un lugar al sol en el Ejecutivo, es abismal. Planas representa a 'esa' parte del Gobierno de Sánchez que puede andar perfectamente por los pasillos de la eurocracia. El otro...

Me preguntaba yo, a comienzos de la semana, cómo deshará Sánchez este nudo gordiano cuando, de pronto, las dos almas gubernamentales volvieron a estallar, entre el miércoles y el jueves, por asunto muy diferente. Porque acudió el president de la Generalitat, Pere Aragonès, a Madrid para, desde el Club Siglo XXI, reclamar 'referéndum, referéndum, referéndum' para el independentismo catalán, y al día siguiente, también en Madrid, el exministro de Sanidad y jefe de la oposición en Cataluña, otro socialdemócrata 'de libro', Salvador Illa, exponía la doctrina oficial del Ejecutivo de Sánchez: de referéndum de autodeterminación, nada.

Bueno, hasta ahí, la presencia en la capital de las 'dos Cataluñas' no pasaba de ser una coincidencia casual en el tiempo y en el espacio --para nada buscada, parece-- en torno a un choque de trenes cada día más previsible... y entonces apareció Subirats.

Joan Subirats es la última adquisición ministerial de Sánchez, o, más bien, de Ada Colau, la más o menos 'podemita' alcaldesa de Barcelona (porque yo creo que, antes de nombrarle ministro, para nada conocía Sánchez a Subirats). Y el nuevo ministro, que sustituye al bastante prescindible Castells en Universidades, se estrenó echando leña al peligroso fuego de la eterna polémica catalana: abogó por "alguna forma de consulta" para cambiar la estructura del Estado en lo que se refiere a las relaciones de Cataluña con el resto de España. No pidió, creo, directamente un referéndum, contra lo que dijeron algunos titulares. Pero sí se pronunció de la manera más inoportuna -y perfecto derecho tiene a hacerlo, desde luego-, en el marco más inconveniente, en medio de la polémica Aragonés-Illa, apoyando más bien al primero que al segundo. O sea, lo mismo de impertinente, en otro campo, que Garzón, olvidando, como él, que un ministro no puede, o no debería, en cuestiones clave, hablar como si fuese un particular, usted o yo por ejemplo.

Vamos, que el exministro, también usualmente encorbatado, Illa representa una cosa y Subirats, con el cuello al aire, otra. Como Planas es agua y Garzón aceite. O Yolanda Díaz es de Piketty, y hace muy bien, y Nadia Calviño quizá represente tendencias económicas más convencionales y de traje oscuro, y también está en su razón y su derecho. Lo que no está muy claro es que ambas almas, la que sostiene a la Monarquía y la que quiere derribarla, la que dice que la carne que exporta España es mala y la que asegura que es excelente, la que quiere a Cataluña formando parte del resto de la nación y la que lo cuestiona, tengan mucho recorrido juntas.

Yo creo que el jefe de la cosa, o sea, Pedro Sánchez, que abraza a las dos almas de su equipo como Clinton abrazaba, en gesto de paz e imagen inolvidable, a los irreconciliables Arafat y Rabin, está más bien del lado de los encorbatados, como Clinton lo estaba de Israel más que de Palestina. Pero espectáculos como los de esta semana no pueden convertirse en algo frecuente en un Gobierno que tiene muchas más cosas que hacer que encuestas sobre el sexo de los ángeles (o de los/as muñecos/as) y declaraciones que buscan agradar en la Generalitat y no en el resto de España. El organigrama del Gobierno, que respondía a las exigencias de una coalición forzada por un exvicepresidente cuando menos atípico, se resiente, cruje, como la madera de un barco a punto de ir a la escollera. No creo, francamente, que Pedro Sánchez pueda aguantar toda esa Legislatura que él prevé aún larga sin tirar algo de lastre por la borda.