La belleza en los tiempos de la epidemia

Luis Fco. Peñalver Ramos
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Diario del aislamiento. Desde Navarmocuende

La belleza en los tiempos de la epidemia

Durante veintinueve días de confinamiento, dispongo del tiempo suficiente para reflexionar no solo por lo inmediato, sino sobre otras cuestiones que a veces son difíciles de tratar, como es el caso que hoy me ocupa. Cuando el sufrimiento aflora de forma continuada, hablar de elementos estéticos, como es el concepto de lo bello, parece que es una osadía inapropiada en las actuales circunstancias. Sin embargo, al menos yo, preciso tomar conciencia de que junto al pánico, el ser humano en su amplia extensión de la palabra, ha sido capaz de crear belleza a partir de épocas de crisis, de colapsos que oscurecen el futuro.

Son reflexiones que me sobrevienen a partir de diferentes imágenes. Desde múltiples balcones, en las redes sociales, la solidaridad expresada en arte, en sus variadas formas, aúna a un vecindario ávido de emociones, abierto a actos hermosos y desinteresados. En el fondo hay un común denominador que toma carácter universal por un rato, se goza, gozamos sensorialmente y nos adentramos en el terreno de la estética, de la belleza, para olvidarnos, o quizás apartar durante unos minutos, la candente realidad que nos abruma.

No me cabe duda que este confinamiento nos lleva a redescubrir el interior olvidado, para desarrollar múltiples facetas creativas: desde los dibujos de un niño estimulado por un anuncio de la tele de una marca de galletas, hasta ámbitos que van desde las manualidades, pasando por la música, la literatura, o la cocina. Crear, generar desde en un ambiente de negatividad, es parte del ser humano.

Recuerdo durante mis viajes a Venecia contemplar uno de los capiteles de la galería del palacio Ducal que da a la Piazzetta de San Marcos. Entre los múltiples motivos representados relacionados con las artes liberales, y otras figuras zoomórficas y vegetales, mi favorito es el dedicado al ciclo de la vida. Una pareja que se conoce, que se casa, que se acuesta, que tienen un hijo, que se hacen mayores, que el hijo se muere. El contraste vida-muerte, una dualidad labrada en un capitel que conforma con el resto de las arcadas un espacio sin igual, bello.

Sin salir de Venecia, muy cerca, a orillas del Gran Canal, la muerte crea belleza, surge de una arquitectura religiosa, su nombre lo dice todo, la iglesia de Santa María della Salute. Hacia 1631 comenzaron las obras a cargo de Baldassare Longhena, seis años después, y más de 80.000 venecianos fallecidos por la peste, se bendijo el templo. Actualmente cada 21 de noviembre, se conmemora el fin de aquella plaga, la gente cruza un puente improvisado de barcas que va desde la Plaza de San Marcos a la basílica. 

Uno de mis pintores predilectos, William Turner, plasmó este hermoso edificio desvanecido en sus acuarelas, envuelto en un manto de colores, que para los que hemos percibido la densa atmósfera de la laguna veneciana, en la que los atardeceres parecen paletadas difuminadas de luz y colorido, nos parece normal que el pintor elevara a lo sublime esa arquitectura.

En la National Gallery de Londres emociona contemplar uno de sus cuadros: El ‘Temerario’ remolcado a su último atraque para el desguace (1839). Aparte de la reflexión que pudiera suscitarse sobre ese barco camino de la chatarra, nos fijamos en el atardecer que envuelve la escena, en un ocaso pleno de colorido. Metáfora de la vida y la muerte, sin más quizás, pero una nueva dimensión nos atrae en esta pintura. Son cielos crepusculares que dominan como en otras composiciones de Turner. Algunos piensan que tiene su origen en las modificaciones tonales que sufrió la atmósfera tras la erupción del volcán en el monte Tambora en Indonesia en 1815. Las cenizas se interpusieron impidiendo el paso de la luz solar. Ese velo grisáceo se extendió por China, Europa, y Estados Unidos. El invierno se prolongó fuera de sus meses naturales, las cosechas se perdieron, llegando la hambruna a muchos países. Los crepúsculos y amaneceres eran fantasmagóricos, posiblemente en este hecho destructivo surgió la paleta de colores que Turner aplicaría a sus cielos, incluido su Temerario. La belleza en conexión con los efectos ocasionados por la erupción de un volcán.

Ruskin, discípulo de Turner en la vertiente pictórica, también pasó por Venecia. Con él también nos adentramos en la dualidad deterioro o consumación, y la contemplación del objeto en ese estado como algo bello. Ruskin, propugnaba que éstos, los objetos, al igual que las personas, debían pasar por los estadios de la vida hasta el envejecimiento y, si llegara el momento, la desaparición. Ese paso del tiempo es lo que le otorga la belleza. 

En el Louvre, el cuadro de Théodore Géricault, La balsa de la Medusa (1819), nos narra el hundimiento de una fragata francesa. Aparecen cuerpos desnudos, algunos desvanecidos, otros deslizándose y señalando hacia un punto de tierra imaginado, el viento que azota bruscamente provocando fuerte oleaje, tonos pardos y oscuros en una escena en la que domina el desorden. Y sin embargo, en esta composición se establece un diálogo de emociones, en el que desde el dramatismo quedamos impregnados de lo bello.

Podríamos seguir citando más casos en otras artes donde confluyen la tragedia y la armonía, la proporción y la estética, el logro de la belleza visual que conmueve, provoca temor, o a veces nos place simplemente. Recuerdo estas sensaciones observando en la Piazza de la Signoria de Florencia, en la Loggia dei Lanzi, la escultura de Perseo con la cabeza de la Medusa de Cellini, en la que Perseo sostiene con su brazo la cabeza de la Medusa decapitada; o el Laocoonte y sus hijos en los Museos Vaticanos, en el que las serpientes atacan a Laacoonte y sus dos hijos.

Albert Camus, en su obra La peste, –hablando de plagas y epidemias- narra la historia de unos doctores que despliegan su faceta más solidaria y de ayuda humanitaria. El paralelismo con lo que hacen nuestros sanitarios durante estos días es evidente. Es aquí donde emerge lo mejor del ser humano desde la desesperación colectiva, las personas que luchan contra la plaga, también el renacer de los valores del hombre. Es célebre la frase de Camus en la que expresa que «En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio». Una vez más nos elevamos al estadio de lo bello, al ser que tenemos, o deberíamos tener dentro, aunque, también en palabras de Camus, «la estupidez insiste siempre».

Charles Baudelaire en uno de sus poemas de Las flores del mal, titulado el «Himno a la belleza», aborda la dualidad a la que nos hemos referido: Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;/ Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;/ Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora/ Que tornan al héroe flojo y al niño valiente./ ¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?

Parafraseando  el título de la novela de García Márquez «El amor en los tiempos del cólera», hoy  «La belleza en los tiempos de la epidemia». Seguimos.