La memoria de los alfares

Leticia G. Colao
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El Museo Ruiz de Luna acogió una mesa redonda con mujeres relevantes del mundo de la cerámica. Demostraron que el papel casi anónimo de sus manos ha tomado una importancia fundamental en los últimos años

La memoria de los alfares

La cerámica está teniendo un protagonismo especial durante la semana del Día Internacional de la Mujer. Aprovechando su declaración como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, el Ayuntamiento y el Centro de la Mujer han dado forma a diferentes actos donde se ha dado una especial relevancia al papel de la mujer, normalmente escondido tras las piezas de barro.

El Museo Ruiz de Luna fue ayer el escenario de la mesa redonda titulada ‘Mujer y Cerámica’, en la que participó la alcaldesa, Tita García Élez, quien aplaudió su trabajo. «De manera anónima habéis contribuido a dar nombre a nuestra cerámica, y parte de ese reconocimiento como Patrimonio Cultural de la Humanidad es vuestro. Habéis sabido mantener y perpetuar nuestro patrimonio, el que no aparece en los libros, sino en la memoria viva», indicó.

El acto sirvió para poner de relieve que la invisibilidad de la mujer en el mundo cerámico hace décadas, relegada a «mano de obra de batalla» con tareas de limpieza de piezas o producción de pequeñas obras de uso cotidiano, ha pasado desde hace unos años a concederle mayor protagonismo con una cierta «feminización» del sector. Ahora, no solo hay ceramistas artesanas, también gerentes de sus propios talleres.

La memoria de los alfaresLa memoria de los alfaresA la mesa, moderadas por Pilar Campillejo, portavoz de Tierras de Cerámica, se sentaron el pasado, presente y futuro de un sector que vive otra edad dorada a través de quienes fueron y siguen siendo pilares fundamentales de muchos alfares. Es el caso de Amparo Hidalgo quien, a sus 90 años, presume de haber sido pintora en el taller de Ruiz de Luna. Allí, por cierto, conoció al que luego sería su marido, el también ceramista Rafael García Bodas, con quien formó «el mejor equipo».

Amparo recuerda que entró de aprendiza a los 13 años, y lo hizo pintando «pequeños cacharros y ceniceros» con los que fue perfeccionando su tarea. Así, llegó a ser oficial de primera en el grupo de las pintoras, todas mujeres, al igual que el del colectivo que bañaba las piezas. Eran dos labores dentro del alfar destinadas a ellas. El resto, era cosa de hombres, incluidos los jefes.

Amparo Hidalgo permaneció en la fábrica de Ruiz de Luna hasta poco después de casarse cuando, siguiendo los tiempos, se dedicó a su casa, a su marido y a los hijos, «que vinieron pronto», explica.

Preguntada por la importancia de la mujer en este sector y el presente de las ceramistas, también propietarias de talleres, cuenta segura  que «esto se tenía que haber hecho mucho antes, para que la cerámica hubiera estado siempre al alza, porque tuvo muchos años a la baja». Consciente de su trabajo y el de sus compañeras, y como gran precursora, explica que las mujeres «han sido capaces siempre, igual que ahora».

Divulgación. Junto a ella, las ceramistas Mónica García del Pino e Isabel Rueda; Begoña Eugercios, vinculada durante toda su trayectoria profesional al sector, en Talabricense y ahora San Ginés; y Silvia del Mazo, ceramista que ha unido su profesión con la parte más didáctica de la cerámica para los más pequeños.

Precisamente la elección de esta salida profesional dentro del mundo de la artesanía talaverana por excelencia, fue casi una obligación para Silvia. Tenía tan solo 4 o 5 años cuando le ‘picó el gusanillo’ de la cerámica en el alfar de los Galanes, donde iba con su padre y abuelo a comprar macetas. «Allí me pasaba las horas muertas mirando el torno y siempre supe que quería hacer cerámica».

Se graduó en Alfarería en la Escuela de Artes, donde no apreció diferencias entre hombres y mujeres, aunque se topó con la realidad poco después, a la hora de buscar trabajo en un taller. Tras muchas negativas «porque no iba a poder hacerlo, porque era un trabajo que requería mucho esfuerzo físico...», encontró un empleo con un reconocido ceramista que se negó a hacerle un contrato y con el que solo bañaba o decoraba pequeñas piezas.

Afortunadamente, tras un tiempo en labores administrativas de forma intermitente, encontró a un grupo de profesionales de Arqueología, «igualmente perdidos como yo», con los que se unió en un proyecto didáctico de Patrimonio. Ahora, desde Pequeños Arqueólogos, ayuda a divulgar la cultura cerámica en todas sus etapas históricas. «La cerámica no solo está en las fábricas, también se le puede dar otro enfoque». Y en todos, la cerámica tiene nombre de mujer.