El día de la pólvora

Dominguín
-

Decepcionante novillada de Baltasar Iban que no posibilitó lucimiento alguno en 'La Sagra'. El novillero extremeño, Juan Carlos Carballo, destacó por su capacidad y concepto como director de lidia, ganándose el cariño del público de Villaseca.

'El Rafi' lo intentó en ambos novillos. - Foto: Dominguín

dominguín / villaseca

El día 7 de septiembre, es una canción muy conocida del grupo musical Mecano, pero también en Villaseca de la Sagra, el día de la pólvora. Este es uno de los días más importantes y especial en el pueblo sagreño, pues coinciden muchas cosas a lo largo de la jornada. Es la procesión del traslado de la imagen de la Virgen de las Angustias desde su ermita hasta la iglesia parroquial, acompañada por muchos vecinos, fieles y ausentes que se acercan en estos días al pueblo. Tras ella por las calles del pueblo se celebra el Rosario cantado, el cual tiene una tradición inmemorial. 

Sin embargo, lo que todos esperan el día 7 de septiembre es su pólvora, que atrae a cientos de forasteros que colapsan el pueblo. Fueron 20 minutos magníficos de esplendor de fuego y color, que entusiasmó a todos. Quién lo ve una vez, repite, pues la grandiosidad y puesta en escena no tiene parangón e igual en la provincia.

La pólvora es lo que tiene, que asombra o también asusta. Puede también que la pólvora se moje, entonces se acaba lo que se daba. Esto es lo que pasó por la tarde en ‘La Sagra’, ya que en los carteles estaba anunciada una ganadería que llevaba triunfando varias ediciones del Alfarero, la de Baltasar Iban. Había levantado gran expectación y la entrada ha sido la más importante del ciclo hasta ahora, pero todo quedó en un espejismo.

La pólvora de ‘La Sagra’, se mojó, y uno tras otro, los novillos que iban saliendo de chiqueros, no colmaron las ilusiones puestas en ellos. Lo que otros años era la perita en dulce, la divisa preferida del certamen, fue una decepción. No se salvó ninguno de los seis, no dejaron una mínima posibilidad de lucimiento. No tuvieron fondo, desarrollaron mansedumbre y fueron la antítesis y el espejismo de sus antecedentes pasados. Tampoco fue una novillada igualada, pues vimos animales altones y zancudos, rematados y serios, un muestrario de capas que a la postre dejó a los asistentes decepcionados.

Por su parte los espadas poco o casi nada pudieron hacer, ya que, si no tienen pólvora que quemar, la cosa queda en un quiero, puedo y no triunfo. Juan Carlos Carballo ya es un viejo conocido de la afición, al que el pueblo le tiene un cariño especial, el cual derrochó entrega toda la tarde. Se enfrentó primeramente al novillo más terciado de la tarde, comenzó por bajo y gusto el trasteo, queriendo hacer las cosas bien, pero los gañafones continuos a las telas y el escaso recorrido dejó en disposición este primer capítulo. El que hizo cuarto fue un astado de altura, y serio, poco que ver con la hechura mítica de Iban, que demostró poder de salida. Tuvo la suerte Carballo de contar con Bene Jesús Cedillo en la montura, ya que le dio dos puyazos buenos que en principio parecieron ahormar a la res. Pero con la muleta demostró que otro encuentro no le hubiese venido nada mal, sacó genio, pero tuvo delante un tío.  El extremeño con un gran valor aguantó delante de los pitones del colorado, queriendo hacerle las cosas bien, como si el novillo lo fuera, sin afligirse, lo que agradeció el público tras pasaportar al animal.  Lo que se vio durante todo el festejo  es un novillero que conoce perfectamente la lidia, que está siempre bien colocado en el ruedo, pendiente de sus compañeros y ejerciendo la labor de director de lidia de manera magistral.

Antonio Grande no tuvo su tarde, el segundo novillo protagonizó un tercio de varas de riesgo, al coger en el primer encuentro al caballo por los pechos, tirándolo al suelo y provocando unos segundos de riesgo y angustia. Entumecido el picador, fue sustituido por un compañero que se subió a la montura y le recetó un castigo importante. La res mala, llegó a la muleta apagado y Grande no se complicó la vida, se justificó y sacó media docena de muletazos limpios, lo demás un penar hasta que cogió la espada y acabó este capítulo. El quinto fue un tío, burraco con cuajo, levantando palmas de salida. Llegó a la faena reservón, acortando los viajes y tirando la cara por encima del estaquillador. Grande, que no tiene el bagaje que su predecesor de cartel, se fue por la espada y acabo con premura este quinto acto.

Cerraba cartel el francés ‘El Rafi’, novillero que tiene valor y que necesita otro tipo de res para desarrollar su tauromaquia. Asentado en la arena, recibió bien con el capote al castaño tercero. Fue el animal menos malo y con la firmeza de las zapatillas asentadas en el albero, al que quiso torear bien, pero los arreones desconcertantes del utrero dejó en un quiero y no puedo la faena, tras lo cual enterró la mitad del acero, cayendo con un descabello en la arena. Al que cerró el festejo poco pudo hacer el francés, complicado como sus compañeros, la antítesis de lo que era Iban en este coso. La gente ya no tenía ganas de más y nos hizo un favor el novillero tras probar las nulas condiciones, abreviando y dando por terminado este tercer festejo.

Al final la ilusión de la pólvora de Villaseca, sólo se vio en el cielo, grandiosa y vistosa, todo lo contrario de lo visto en la plaza de toros.