«Es complicado, pero llegará el día del trasplante»

I.G.Villota
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Miguel tiene 22 años y lleva dos y medio en diálisis. Su juventudy su grupo sanguíneo, cero negativo, dificultan las cosas pero mantiene la esperanza de recibir pronto la llamada avisando del trasplante. «Ahora mi vida depende de estar de médicos»

Miguel Martín. - Foto: Yolanda Lancha

Atiende la llamada de La Tribuna pegado a la máquina de diálisis en una clínica de Toledo. Es su necesaria rutina durante más de tres horas al día tres días a la semana. Lo necesita para vivir. Eso y su medicación «mañana, tarde y noche», entre 16 y 18 pastillas. Aunque asumir esa realidad no quita para que se revuelva contra ella. «No es agradable», reconoce Miguel Martín. Tiene 22 años y lleva dos años y medio en diálisis y dos años en la lista de espera para recibir un trasplante de riñón en el hospital ‘Virgen de la Salud’ de Toledo.

Este joven es de Seseña, localidad  desde donde se desplaza en moto para recibir el tratamiento en días alternos. Sufre una enfermedad renal crónica, cuyo diagnóstico no le pilló por sorpresa, al tener antecedentes familiares, que  ha condicionado notablemente su vida desde entonces. «Tuve que dejar de jugar al fútbol y hacer cualquier tipo de deporte, aparte de que no puedo comer y beber lo que quiero. Para una persona joven no es fácil salir con tus amigos y solo poder mirar», se lamenta.

Su principal aspiración es recibir pronto la llamada que le avise de que hay un donante compatible. «Es complicado, lo sé, pero llegará el día del trasplante», comenta. La complicación de la que habla se debe principalmente a su juventud, dado que para poder hacer un trasplante la diferencia de edad entre donante y receptor tiene que ser como máximo de diez años por arriba o por abajo. «Soy joven y los jóvenes no se suelen morir, de hecho cada vez hay menos accidentes de tráfico, cosa de la que me alegro», indica. Otra dificultad tiene que ver con su grupo sanguíneo, cuya compatibilidad con el donante es esencial. «Soy cero negativo y eso dificulta las cosas», lamenta.

En cualquier caso, Miguel sueña con la llamada anunciando el trasplante. «Ahora mi vida depende de los médicos, con revisiones y pruebas cada tres o seis meses y quiero algo tan simple como comer y beber lo que me apetece y hacer deporte», explica, declarándose un amante del tomate, los frutos secos y las hamburguesas, que no puede ni probar ahora mismo.

No en vano, su rutina cambiaría notablemente al no tener que estar pegado a la máquina de diálisis. «Podría hacer una vida normal», cuenta, para lo que ahora encuentra dificultades. «Me levanto e intento estar entretenido para no pensar en la enfermedad».

Miguel tiene que controlar la cantidad de líquido que ingiere porque no orina de manera natural desde unos meses después del diagnóstico. «Puedo tomar entre medio litro y un litro diario, incluyendo el líquido que lleva la comida, por ejemplo un yogur o un helado», explica, añadiendo que «cuando salgo con los amigos tengo que mirar, tener sed y aguantarte. Es duro».

Así lleva dos años y medio, pese a que se resistió a recibir el diagnóstico. «Yo sabía que algo me pasaba porque hay antecedentes en mi familia. Además me encontraba muy mal, apenas podía mantenerme en pie y vomitaba», explica. «Me resistía a ir al médico porque me temía lo que me iban a decir, pero un día que no me podía levantar fui al hospital y en Urgencias me hicieron pruebas. Cuando entró el médico y vi a mi madre llorando sabía lo que pasaba», recuerda.

Y es que, la familia materna de Miguel padece del riñón. Su abuela fue trasplantada dos veces y su tía también fue trasplantada cuando tenía 24 años. Ahora, 17 años después, ha sufrido un rechazo y ha vuelto a diálisis, según explica su sobrino. «A ellas las llamaron y a mí también me van a llamar», continúa.

Mientras llega el trasplante, el joven ha decidido ganar autonomía. Acaban de hacerle un catéter para afrontar en casa el tratamiento de diálisis y evitar los desplazamientos y el tiempo ‘perdido’ en la clínica. «Así lo haré por la noche y sin tener que venir a Toledo un día sí y otro no. Seré paciente y enfermero a la vez», bromea.