Toledo, machismo y citas de Rilke

Adolfo de Mingo
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Lazaga situó en la ciudad al protagonista de El Chulo (1974), interpretado por el actor Javier Escrivá. La plaza de Alfonso VI, una confitería de Zocodover o la antigua penitenciaría de Marqués de Mendigorría fueron algunas de las localizaciones

Toledo, machismo y citas de Rilke

Pedro Lazaga, sin duda uno de los directores más prolíficos del cine español -artífice de algunos de los grandes filmes del cine de barrio de los sesenta y setenta, desde Sor Citroën (1967) hasta Vente a Alemania, Pepe (1971), pasando por una larga lista de películas con Paco Martínez Soria como protagonista-, no pasará precisamente a la historia por su sensibilidad hacia la causa de la mujer.

Títulos como Yo soy Fulana de Tal (1975) o Ambiciosa (1976), por mencionar solamente dos ejemplos de mediados de los setenta, ambos parcialmente filmados en Toledo, son una declaración de intenciones. Al recalcitrante machismo de sus protagonistas masculinos -fueran representados con fines burlescos o con toques de pretendida sofisticación- y a la representación puramente pasiva de sus actrices se unía a menudo la banalización de asuntos como la emancipación femenina, el maltrato o la prostitución.

El Chulo (1974), protagonizada por el actor valenciano Javier Escrivá, contiene muchos de estos elementos, a la par que un amplio despliegue de localizaciones toledanas, algunas tan infrecuentes como el interior de la Audiencia o el centro penitenciario que se construyó sobre los restos del antiguo convento de Trinitarios Calzados, en las proximidades del Hospital Tavera. Fueron sus guionistas Andrés Dolera, Leonardo Martín y José María Palacios, con la intervención del propio Lazaga.

La película recoge la historia de Carlos (Javier Escrivá), un enigmático estudiante que vive en una pensión y acaba convirtiéndose en proxeneta de mujeres como Isabel (Nadiuska), Loli (Bárbara Rey) y Eva (Mónica Randall). Obsesionadas por su particular fetichismo, las prostitutas comparten con él sus sentimientos, le confían a sus hijos e incluso amenazan con suicidarse al imaginar que Carlos ya no cuenta con ellas entre sus favoritas. «El Chulo», como es conocido entre los camareros de los locales de Madrid, se hace rico a costa de las devotas y preciosas jóvenes, a quienes tiene la costumbre de recitar poemas de Rainer Maria Rilke, como Pietà -«Te hiciste grande, cada vez más grande, para alzarte como dolor excesivo por encima de los límites de mi corazón»-, que entona masajeando los pies de Mónica Randall, rendida tras hacer la calle para él.

Su sensibilidad por los poemas no está reñida con un profundo cinismo. Así, al visitar a Bárbara Rey en el hospital después de un intento de suicidio, viendo la abundancia de ramos que le envían sus clientes, le espeta: «Eres imprescindible, ¿me oyes? Todas estas flores me dan la razón». «Faltan las tuyas», responde la prostituta. «Los otras las mandan por mí -replica «el Chulo»-. Pobrecillos. La humanidad está llena de gente aburrida y no hay más solución que Lolita, las miles de lolitas que saben reír, que no te amargan la vida». «A tanto la hora...», señala ella. «Como todo. Como el Museo del Prado, el comer, el casarse, el morirse... a tanto la hora». La conversación termina cuando él añade: «Loli, no lo vuelvas a intentar o te mataré a palos».

Solo al conocer a Suzie Smith (Silvia Tortosa), también amante de Rilke, con quien coincide en los jardines de Aranjuez -recitando Leda frente a la fuente de Hércules y la Hidra, cuyo pretil adornaban en 1974 pequeñas figuras de cisnes-, la miseria moral de Carlos comienza a resquebrajarse, lo mismo que sus fetiches. Pronto confía a la joven su historia, que comenzó en Toledo, cuando tenía quince años.

Fue en esta ciudad, mostrada en flashback a partir de ahora, donde Carlos, que trabaja en la confitería de su tío, sufre un trauma tras sufrir los abusos de doña Carmen, la farmacéutica de la calle de la Plata (interpretada por una voluptuosa Elisa Montés). Es entonces, rodeado por los botes de farmacia y un pequeño muñeco anatómico que al hacerse mayor llevará siempre consigo, cuando desarrolla su extraño fetichismo. Abofeteado al llegar a casa por su madre (Pilar Bardem) y advertido por el doctor (Luis Ciges) de que quien «abusa de la naturaleza» puede «morir de tuberculosis», el joven toledano acaba siendo el blanco de los deseos de una amiga de la familia (Helga Liné).

Pedro Lazaga recogió el Toledo de mediados de los setenta desde la carretera del Valle, la plaza de Alfonso VI (donde el escultor Eduardo Chillida no había aún instalado su escultura), el interior de la puerta del Cambrón y el puente de San Martín, que Carlos y su madura amante recorren en coche antes de que el puente de la Caba estuviera construido.

«Así me gustas», reconoce Helga Liné al ser amenazada por el joven cerca de la Peña del Rey Moro («A mí se me puede ir la mano de otra manera...»). «Te comportas como...», comienza la mujer. «¡Como un chulo! Me lo dijo usted el primer día. También me llamó ladrón. Usted me dijo eso y otras cosas que ya no podré olvidar el resto de mi vida. Nos veremos cuando yo quiera. ¡Y a lo mejor no nos vemos más!».

Redimido por el amor de Silvia Tortosa, «el Chulo» regresa a Toledo con el objetivo de enmendar su mala vida y empezar de cero. «Esta es mi ciudad y tú eres mi única familia», explica a su anciano tío, al que pide que le permita volver a trabajar en su confitería de la plaza de Zocodover. «Yo no sé hacer nada. A mi edad es difícil...», añade Carlos. «Desde luego. No te concibo haciendo conejitos de mazapán después de haber vivido tantos años de las mujeres», responde entre desplantes su familiar.

Desgraciadamente, «el Chulo» no consigue hacer realidad su propósito de formar una familia con su nueva novia, con la que visita el interior de la mezquita del Cristo de la Luz. A los comentarios de las clientas de la confitería pronto se unirá el acoso de la nueva mujer de su tío (Queta Claver), quien, pese a sus desprecios iniciales («Aquí, en Toledo, no hay ese tipo de mujeres al que tú estás acostumbrado»), al verse rechazada, acabará acusándole falsamente de violación. Con sus antecedentes de «proxeneta y rufián», Carlos es detenido y condenado a cumplir la pena de doce años y un día.

El proceso fue celebrado en el interior de la Audiencia toledana, con su inconfundible portada gótica (procedente del palacio de los condes de Peromoro, originariamente en su casa señorial de la calle Instituto, convertida en garaje). Frente a ella se agolpan las amantes del condenado, incluida Nadiuska, que había fallecido a manos de un supuesto maltratador cuyo peligro «el Chulo» ignoró. Todas despiden a Carlos, que ingresa en el centro penitenciario de la carretera de Madrid (calle Marqués de Mendigorría). La película termina con «el Chulo» en prisión, donde continúa siendo mantenido por sus múltiples amantes.

Filmada entre las ciudades de Madrid, Toledo y Aranjuez entre abril y mayo de 1973, estrenada el 11 de febrero de 1974, la película -cuyo título iba a ser El muñeco anatómico- sería refrendada por el stablishment oficial con sendos premios del Sindicato Nacional del Espectáculo, uno para Helga Liné y otro para Javier Escrivá.

El malogrado intérprete (murió en 1996, a los sesenta y seis años, tras un accidente de circulación), de familia aristocrática, fue un precoz y popular intérprete de cine, teatro y televisión. Pese a ser un actor solvente -muy conocido por los papeles religiosos durante la primera etapa de su carrera, como el padre Damián en Molokai (Luis Lucia, 1959) o el protagonista de Isidro el Labrador (Rafael Salvia, 1964)-, su inexpresivo rol y avanzada edad (43 años) al interpretar a un estudiante universitario restan cierta credibilidad a su papel.