Adiós a un oficio de toda la vida

Jaime Galán
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Marcelino Pérez dejó el quiosco de prensa de la Avenida Reconquista tras regentarlo durante más de veinte años. En plena crisis del sector, su jubilación deja un único punto de venta abierto en toda la ciudad

Marcelino Pérez junto al quiosco donde ha trabajado más de 20 años. - Foto: Yolanda Lancha

No se trataba de un negocio, ni de clientes. La cosa iba de toda una vida dedicada a un quiosco de prensa, que le dejó compañeros y visitas diarias. Es el caso de Marcelino Pérez, que abrió el quiosco de la Avenida Reconquista en el año 1999, y ahora le dice adiós por su jubilación a «una ciudad que no lee». El propio Marcelino reconoce que ha aguantado hasta el final, más por gusto que por beneficios,  pero que la situación ha cambiado tanto que antes se podía vivir de ello y, ahora, cada vez es menos posible: «la demanda de prensa ha caído muchísimo. Ahora no se ve prácticamente a nadie por la calle con un periódico en la mano». Relata que ha sido el oficio de toda una vida, pero que los últimos años han sido complicados económicamente, hasta el punto de acabar días sin ganar absolutamente nada de dinero. « Los últimos seis o siete años se cerraron sin beneficios. A lo mejor terminaba el año con 150 o 200 euros de beneficios y mi mujer me decía, para qué vas a trabajar, si eso te lo gastas en tabaco», contaba Marcelino.

Además, para el quiosquero es un trabajo «muy esclavo» porque solo se descansa tres días al año, uno en Semana Santa, y dos durante las fechas navideñas: «Si necesitaba ir al médico o al banco no podía cerrar, tenía que pedir el favor a mis familiares de que vinieran a mantener abierto el quiosco». Y a todo esto hay que sumarle la de problemas que ha sufrido en el local. Por su ubicación, se encuentra justo al lado del colegio Virgen del Carmen. A priori, nunca es un problema tener un negocio al lado de un centro educativo, al contrario, incluso aportará clientes. Sin embargo, es cierto que a Marcelino le jugó una mala pasada. Durante una temporada decidió añadir la venta de chucherías al quiosco, pero pronto le llegaron advertencias de que le estaban engañando. «Los propios niños del colegio me advertían de que leían la prensa a mi costa. Venían muchos para comprarme una chuchería y se llevaban revistas sin que me diera cuenta». Y como dice el refrán, matando al perro se acabó la rabia. Lo solucionó dejando de vender chucherías.

Posteriormente, llegó la venta de tabaco. Cuando la gente se enteró de que lo vendía, se convirtieron en habituales los robos con fuerza en el quiosco: «me rompían cristales para intentar robarme la mercancía. La Policía me dijo que asegurara el quiosco porque iban a venir un día detrás de otro».

Lógicamente, no todo es malo. Marcelino afirmaba que es un trabajo muy agradecido, porque sus clientes eran muy fieles y se acababan convirtiendo en amigos. Además, es llamativo para Marcelino, porque, dice, que era ya una rutina para ellos. «Tenía clientes mayores con problemas de visión, que apenas podían leer, pero seguían viniendo diariamente a por el periódico, porque para ellos era su droga». Y luego llegó la pandemia y el confinamiento, pero sus fieles no le abandonaron. El quiosquero de prensa se convirtió en un trabajo esencial según el Boletín Oficial del Estado y «los vecinos del barrio se escapaban para comprarme el periódico». Además, Marcelino reconoce que en esas fechas sí que aumentó el consumo de prensa. La gente se animaba a leer. Relata que tampoco fueron buenos momentos porque iba a trabajar «con miedo de coger el virus y llevarlo a casa».

SOLO QUEDA UNO. La marcha de Marcelino deja un único quiosco de prensa en Toledo. El 'Quiosco Marco', ubicado entre la Plaza de Toros y el edificio de los Juzgados, en la Calle Huérfanos Cristinos. Ojalá este resista.