«Cuando sacamos al niño todo se calmó»

F. J. R.
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Jaime y David son los bomberos que hace una semana protagonizaron el rescate de Abel, un niño atrapado en un coche por el lodo junto a su padre en la TO-23, en una escena más propia «de una película de catástrofes» e «inimaginable en Toledo»

«Cuando sacamos al niño todo se calmó» - Foto: David Pérez

La vida te puede cambiar en cuestión de segundos. Vas conduciendo por una autovía y, de repente, una riada de lodo se lleva tu coche. Uno tras otro los vehículos comienzan a flotar entre el barro, y lo que parecía una tormenta de final de verano se torna una auténtica pesadilla.

Eso fue lo que sucedió hace hoy exactamente una semana en la TO-23, la carretera que une Santa Bárbara con el barrio del Polígono, cuando la tromba de agua por una ‘gota fría’ (ahora DANA) se llevó por delante medio centenar de coches, furgonetas y camiones.

Jaime Romero-Salazar y David Verbo son, junto a su compañero Cristóbal Peláez, los bomberos del parque municipal de Toledo que primero acudieron al lugar, contemplando una escena dantesca.

«Pensé que era como una película de catástrofes y me dije a mí mismo: esto no puede estar pasando en Toledo», afirma Jaime sobre su primera impresión tras llegar al lugar del siniestro.

«Impacta mucho ver los coches de esa forma. Yo en España no he visto nada igual, al menos en intervención urbana», añade su compañero David. Se trata de los dos bomberos toledanos, uno oriundo de Tembleque y el otro de Orgaz, que hace siete días saltaron sin querer a la primera plana de todos los informativos del país tras protagonizar el rescate de un niño atrapado con su padre por el lodo en su coche.

El vídeo del rescate ha corrido como la pólvora, casi a la misma velocidad que en ese momento les latía el corazón a los protagonistas del momento.

Jaime no trabaja ese día. Estaba en su casa del Polígono cuando, tras la tromba de agua, decidió acudir a prestar apoyo a sus compañeros. Es la solidaridad laboral de los que salvan vidas jugándose la suya. Compañerismo en estado puro.

David sí que estaba en el parque ese día, aunque formaba parte del retén de tercera salida y, debido a las llamadas de emergencias que ya se habían producido, se encontraba en el parque sólo. Cristóbal, el tercero en discordia, apareció para completar el equipo, que salió a la carrera en un camión para atender la llamada del Polígono.

La autovía estaba colapsada, así que para llegar tuvieron que conducir varios kilómetros en dirección contraria por el otro carril. «No he pasado más miedo en mi vida», bromea David sobre ese momento, cuando esquivaban coches al más puro estilo ‘kamikaze’; pero de los que salvan vidas.

Cuando llegaron a la zona se quedaron de piedra. En el lugar ya estaba una patrulla de la Guardia Civil, que les ayudó a anclar las cuerdas a un guardarrail. Cristóbal se encargó, junto a uno de los agentes, en mantener atados a sus dos compañeros, que se lanzaron al mar de lodo sin pensárselo.

Los llantos de un niño de apenas dos años fue su principal acicate, así como la presión de casi un centenar de ciudadanos que habían logrado ya salir por su propio pie de los coches y observaba la escena horrorizados. «El agua estaba helada y nos llegaba hasta casi el cuello», señala Jaime, que rápidamente es corregido por su compañero: «a mí me cubría, iba dando saltos como en una piscina».

La tensión del momento hace olvidar los detalles, pero lo verdaderamente importante se cumplió a la perfección. Jaime fue el primero en llegar al coche y pudo sacar al niño, que estaba en brazos de su padre en el asiento del conductor. El hombre estaba muy alterado, no soltaba a su hijo y el niño no dejaba de llorar. Afortunadamente todo salió bien, y tras ese primer rescate la situación cambió.

«Cuando sacamos al niño todo el mundo se calmó», afirman ambos bomberos, que destacan el caos de esos momentos y la presión de tener tanta gente gritando a la vez.

Tras dejar al pequeño a salvo, Jaime desapareció de la vista de todos. El estar anclado por su compañero Cristóbal le salvó sin duda la vida, ya que cuando regresaba a por el padre pisó en una arqueta de cuatro metros que estaba levantada y fue completamente absorbido, hasta el punto de que perdió una bota.

Ahí están los riesgos de andar por un mar de barro y lodo, y el acierto de los conductores que quedaron atrapados de quedarse en sus vehículos a la espera de ayuda.

Tras el turno del padre y el niño llegó el momento de sacar a un matrimonio de otro coche. Después, un señor mayor que se encontraba en un Volvo. «Nos dijo que estaba muy nervioso, pero que al vernos ya se había tranquilizado. Esas son las cosas que emocionan mucho», reconoce David, que junto a su compañero continuó sacando gente del lodo sin pensar en ser héroes. Los héroes de Abel, como así se llama el niño. «Es nuestro trabajo», afirman.

En total, entre 9 y 10 personas que quedaron atrapadas en sus coches El último fue un camionero. Él mismo les pidió quedarse para el final, por la altura de la cabina y el hecho de que el agua no movía su tráiler. Cuando por fin llegó su turno llegó la anécdota divertida de la jornada. No tenía ropa de repuesto y sabía que se iba a quedar una larga temporada hasta que fueran a buscarle, por lo que les pidió salir a hombros. Dicho y hecho, David se lo cargó y lo sacó «como a los toreros». «No pesaba mucho», bromea.

En esos momentos el nivel del lodo había bajado ya mucho. Solo llegaba a la altura de las rodillas, y no al cuello como en un primer momento, cuando hasta los coches flotaban entre el barro y las ramas.

A última hora, alguién alertó a los bomberos de que había otro coche atrapado. Estaba más lejos y totalmente hundido en el barro. Solo se veía la matrícula y porque el portón estaba abierto. De su interior, anegado por el barrio, salió una burbuja de aire, y alguién pensó que había gente dentro. «¡No me jodas que se nos ha muerto estando ya aquí!», se lamentó David mientras inspeccionaba con su pierna tocando por si hubiera alguien en el interior del coche. Afortunadamente estaba vacío, y la pompa de aire fue el último estertor del propio vehículo al ser engullido por el barro.

Tensión hasta el final en una jornada que no acabó allí ni mucho menos. Tras sacar a las personas y cambiarse de ropa -no llevaban neopreno y el agua contenía muchos hielo de granizo-, volvieron para retirar «entre 40 y 50 coches del barro». Luego, siguieron atendiendo urgencias. David trabajó 48 horas seguidas, cubriendo a algunos compañeros que habían sufrido graves destrozos en sus casas. Viven en la zona de Cobisa, la más castigada por la riada, y tanto él como Jaime no dudaron en acudir a echar una mano y limpiar el paso de la DANA. Al fin y al cabo, eso es lo que hacen los verdaderos compañeros.