«Olvido los peajes, lo importante es contar lo que quieres»

M.G
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La prestigiosa fotógrafa Isabel Muñoz estrena dos muestras en la Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha. La artista, Premio Nacional de Fotografía, desvela sus proyectos y su pasión detrás de la cámara

«Olvido los peajes, lo importante es contar lo que quieres» - Foto: Yolanda Lancha

Isabel es una persona agradecida. Es lo que desprende cuando te sientas a hablar con ella unos minutos. No hay rastro de ego ni de filtros. Ella es así, natural, dinámica y disfrutona. Su vida no encaja con el blanco y negro por mucho que le guste su objetivo monocromo. Esta reconocida fotógrafa exprime la vida todos los días sin desviar el foco de las problemáticas sociales ni del cambio climático, una de sus constantes preocupaciones desde hace años. Su apariencia frágil contrasta con su empeño para retratar lo que la mueve por dentro. Desde los primeros minutos, Isabel irradia ilusión, la misma de la niñez aún sin domar. Isabel va por el mundo con su larga melena oscura a juego con la ropa, un llamativo contraste, quizá rebelde, que rechina con esas delicadas manos que agita sin parar cuando se explica tras la mascarilla, con esa mirada que ha visto casi de todo, que se ha adentrado en las maras, en las cárceles, en la yakuza, en tribus, en los mares de las ballenas y en el lenguaje corporal del ser humano.

¿Qué supone para  una artista tan reconocida que expone en prestigiosas galerías en medio mundo llegar con su obra a la Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y  Contemporáneo de Castilla-La Mancha?

Es la primera vez que expongo aquí. Me considero una privilegiada. Cuando hace tres meses Roberto Polo y Rafael Sierra me enseñaron el espacio y me explicaron el proyecto dejé de hacer todo lo que estaba haciendo. Había estado aquí cuando se inauguró, pero me di cuenta de que en Toledo, y también en este edificio, está toda la historia de España. Para los que venimos de fuera es especial poder ver en un espacio de dónde venimos y formar parte de ello.

Más tarde, me mostraron esta cripta, la de los calatravos, y fue cuando empecé a crear esta pieza, que habla de la creación del mito de Adán y Eva, representada por dos bailarines de butoh, un movimiento sociopolítico que tiene que ver también con la muerte, la vida y la forma de canalizar el dolor. Esta pieza va a cambiar con las cuatro estaciones y nunca será la misma.

Una apuesta muy moderna gracias a una videocreación.

Sí, claro. Son siete minutos, con cuatro estaciones y al final del todo, dentro de un año, se verá qué ocurre cuando dos figuras se juntan. El sonido que acompaña a la pieza habla de la naturaleza y son los somnios de un monje sintoísta y ellos sí creen, es decir, son como nuestras letanías y están cantadas en sánscrito, llamando a la luz y a las energías. Cuando supe que estaban los calatravos bajo la cripta pensé que habría una conexión muy especial. Así que siento un gran privilegio por el hecho de aportar piezas hechas específicamente para aquí.

Pero los vídeos no se han hecho en estos tres meses, los tenía grabados antes, imagino.

Sí. Hice las tomas pensando en otras piezas y lo tenía guardado, pero el discurso y las dos piezas que expongo aquí están creadas para estos espacios. Cuando vi a Mikel Navarro con su montaje en la entrada pensé que Toledo está construido con historia y yo llevo años pensando que a través del arte puedes dar voz a cosas y a historias que si no es así no se cuenta y me pareció increíble.

Además, una de sus voces habla  desde hace muchos años de su preocupación medioambiental.

Sí. Llevo muchos años preocupada por el tema del plástico. Dentro de muchos años a los del siglo XXI nos van a reconocer como los del siglo del plástico. El 30% de los peces que nos comemos son plásticos y microplásticos y el siglo XXI ha producido muchos más plásticos que el siglo anterior. He ido investigando y dando voz, hicimos vídeos con dos bailarines de butoh bajo el agua, como el universo, los cuatro elementos, y se expone en la entrada. Aunque tengo que decir que para mí ya hay cinco elementos y uno de ellos es el plástico. Se han rodado todos en Japón y son también los siete minutos de la creación. Cuando entro aquí me da la sensación de que hay algo en el tiempo, algo especial. También se habla de la nada.

 ¿Qué nos queda de ese gran mito de Adán y Eva a estas alturas?

Lo tengo muy presente. En esta pieza se rompe esta historia. Los mitos son historias contadas de alguna manera, pero aquí se rompen las reglas. Adán y Eva, Eva y Adán y la manzana, hay que contarlo de otra manera.

Llama la atención la ausencia de color en las proyecciones en contraste con el rojo púrpura de la manzana.

Sí. Es un color monocromo porque estos bailarines siempre van pintados de cenizas de blanco. También aparece el cordón de la vida, esa sangre como un péndulo que nos marca el tiempo. Veo en monocromo, he pasado de ver todo en blanco y negro a verlo todo así. Es una manera de ver la naturaleza y los sueños de otra manera. También veo en todo ello que ha habido un cambio en el papel de la mujer y ahora el mito de Adán y Eva para mí no tiene género, pero me sigue fascinando porque habla del mito de la creación y de muchas cosas.

¿También de la libertad, de alguna manera? Sobre todo, en estos momentos que hace tanta falta por culpa de la pandemia.

Sí, claro. Además, de la generación de la que vengo es tan importante... En esta pieza hay esa libertad y su final habla de eso, pero de otra manera de la que nos lo han contado.

Lleva años recorriendo el mundo, conociendo otras culturas, denunciando muchos abusos y muchos problemas sociales, imagino que la pandemia obliga a un parón al que no está acostumbrada, ¿no?

Estaba en Japón cuando surgió la pandemia y cuando llegué, al principio, tuve un sentimiento fuerte de querer hacer algo. Al pasar algo así, lo necesitaba. Quería participar y aportar y tuve la suerte de que me ofrecieron un encargo y pude retratar de alguna manera y rendir homenaje a tantos héroes anónimos, una forma de estar aquí y de sentir que sirve para algo lo que haces.

Además, veo la pandemia como una imagen. Hemos vivido la vida con gran rapidez y muchas veces no da tiempo a amar, a ocuparte de tus seres queridos, y nos ha dicho de alguna manera que paremos. En mi opinión, la pandemia nos ha dicho que somos seres frágiles y nos ha puesto en nuestro sitio a pesar de ser el siglo XXI. Nos ha hecho reflexionar sobre nosotros, la vida y sobre los otros también. Además, nos ha enseñado que cuando nos pasa algo en la comunidad de alguna manera  nos une y empiezas a ver al otro de otra manera. Ha habido un reconocimiento del otro y de solidaridad que no debemos de perder.

También tenemos muchos momentos para pensar que estamos a tiempo con el cambio climático y no paramos de aprender la importancia que tenemos como país y como Europa para no depender de otras potencias, ni siquiera para una mascarilla, porque tenemos capacidad para hacerlo.

Sin ir más lejos, la persona que ha compuesto la música de mi pieza para esta colección es un investigador matemático español maravilloso. Si nos quedara algo y no nos olvidamos de todo sería muy bueno. Estamos viviendo con mucho dolor y piensas en ello porque en mi caso tengo una edad crítica de alguna manera.

Habla de su edad... En el ámbito artístico, ¿le ha cambiado mucho la edad? ¿Su objetivo es el mismo con cincuenta años que ahora, veinte años más tarde?

No se ve igual, no, pero me alegro.  He llegado a esperar 25 años para el proyecto del butoh porque mi visión es totalmente distinta que la que tenía. Es muy enriquecedor, creces con la vida y eres capaz de captar al otro de otra forma. La vida, el sufrimiento y el dolor te van cambiando. Por mucho que no lo queramos  la vida nos va cambiando a todos.

De alguna manera, tiene una mirada indiscreta de hace muchos años. Con su cámara y sus proyectos ha denunciado problemáticas sociales y ha puesto el altavoz a muchas historias ¿Le ha costado algún peaje?

Nunca miro los peajes porque lo importante es poder contar lo que quieres y sentir esta pasión y ese amor al contarlo porque si no no tienes la fuerza para hacerlo. Del peaje me olvido siempre. Desde el día que me di cuenta de que a través del arte podía cambiar las cosas poco a poco, la vida me lo ha demostrado se va convirtiendo en un enganche y nunca tienes suficiente. Tengo claro que quiero acabar mis días haciendo clic con una cámara.

¿Se ha tenido que enfrentar a críticas  o posturas que negaban que la fotografía fuera arte? Hace años había un intenso debate e incluso llegaba a decirse que la fotografía quería arrinconar a la pintura.

Sí, claro que lo he vivido y he tenido que lucharlo. Pero mis preocupaciones eran otras. Tenías que luchar por ser mujer, por tu libertad, por los años que eran, y por tu fotografía. Somos contadores de historias y la fotografía también ha ido evolucionando y nunca me ha preocupado si era arte o no arte. Me preocupaba poder transmitir una emoción al espectador. Nunca me ha interesado entrar en esos debates y estoy convencida de que arte es cualquier cosa que se haga con amor y te emocione.

Hablaba de la evolución de la fotografía. En los últimos años se observa un abuso del retoque fotográfico. ¿Cómo lo percibe una profesional de tanto prestigio?

Es como todo. La fotografía, para mí es un lenguaje, y todo depende de lo que se quiera contar. Hay imágenes que te llegan y otras que no. Si estás retocando una fotografía y quieres contarla como realidad documental estás mintiendo de alguna manera, pero si estás creando una pieza cada uno tiene libertad para hacer lo que quiera y dependerá de lo que  el artista quiera contar y lo que llegue al espectador. A mí, personalmente, me llegan otras cosas. Valoro muchísimo la libertad y que cada uno pueda usar lo que quiera.

En alguno de sus viajes y de sus proyectos por el mundo se habrá llegado a sentir como una extraterrestre con una cámara, ¿no?

Sí. Pero el hecho de ser mujer me encanta. He tenido muchos sitios en los que estaba prohibida la presencia de una mujer y me ha costado entrar. Pero cuando lo he conseguido ha sido muy importante poder mostrar el trabajo a esas mujeres que no lo han tenido. También cuando he podido entrar en distintas culturas, me he encontrado que las mujeres nunca mirarían a un hombre de la misma manera que me miraban a mí. He tenido una complicidad con esas mujeres impresionante. Además, soy obsesiva y muy constante, soy capaz de esperar 25 años.

Veinticinco años esperando poder entrar y conocer de cerca la danza butoh de Japón, un mundo misterioso y un vehículo de expresión desconocido para la mayoría... ¡Eso es que es muy paciente!

Paciente, pero luchadora, no mano sobre mano. Las mujeres tenemos una fuerza de resilencia...

¿Alguno de sus futuros proyectos serán fruto de ese reposo de años?

Tengo un proyecto para fotografiar nuestros orígenes y en España y Francia hay grandes muestras de lo que dejaron nuestros antepasados. También tengo otro proyecto para hablar del cambio climático y la desaparición de las especies, de la mano de Ai Futaki, mi fotógrafa musa desde hace muchos años. Pero habrá que tener paciencia, como ocurrió con el proyecto de los icebergs. Además, voy a empezar a fotografiar debajo del agua para una iniciativa de Casa Mediterráneo, y es importante plasmar qué agua vamos a dejar a las generaciones venideras. Siempre estoy investigando nuevas formas de impresión. Yo necesito soñar, todos lo necesitamos de alguna manera. También tengo una preocupación y quiero llevar a cabo un proyecto sobre el Mar Mediterráneo como cementerio de inocentes.

¿Alguna vez le han negado la posibilidad de sacar adelante un trabajo por resultar incómodo?

A veces. Son proyectos que necesitan financiación porque no puedes abordarlos sola. No solo me ha pasado que me hayan negado cosas, soy paciente, no me gustan los noes y el destino muchas veces lo cambia. El último fue con la yakuza y al final llegué. También me ha pasado al revés, decir que no aunque me apetecía mucho porque sabía que no se iban a utilizar de la manera que yo quería. Pero de todo eso me olvido.