Coronavirus| Desde Navamorcuende, ya son tres gatos

Luis Fco. Peñalver Ramos
-

Diario del aislamiento

Coronavirus| Desde Navamorcuende, ya son tres gatos

19 de marzo, jueves. Hoy es el ‘Día del Padre’. No soy muy dado a celebraciones de este tipo, me remonto a cuando mis hijos eran pequeños y me despertaban con sus felicitaciones y el ofrecimiento de sus regalos confeccionados en la clase (¡qué labor tan maravillosa la de los/las profesores/as de esas etapas de infantil o primaria). Entonces experimentaba la emoción con sus sonrisas, la ternura y el gran cariño que transmitían. Hoy la felicitación será, en mi caso, el mensaje por whatsapp o una llamada telefónica lo que sustituya a esos recortes de papel, o maderas pintadas con la silueta de una mano (que aun conservo).

No puedo sustraerme a las noticias. Pienso en los padres, con mayúscula, los que están en la última etapa de la vida en Residencias, y estoy espantado cómo tanto padre, y madre, todos con mayúscula, son víctimas del covid-19 estos días. Me supone un cierto abatimiento emocional, sobre todo del espíritu, y muchísima pena. Comprendo que celebremos este día, pero no puedo abstraerme de este hecho, a la vez que imagino a tanto niño hoy en sus casas, que son un halo de esperanza, cuando digan “felicidades papá”, y le entreguen los regalos sugeridos vía on line por sus maestros y maestras, creaciones muy bonitas, seguro, con la participación de las mamás, seguro. La vida debe continuar.

El lunes 16 comenzamos las clases vía telemática. Ya desde el fin de semana calentamos motores con nuestros alumnos, en mi caso, especialmente con los noventa chicos y chicas de segundo de bachillerato, que son los que deberán realizar la prueba de EVAU (de momento está aplazada). Fue una auténtica locura, la plataforma que utilizamos en el ámbito educativo se colapsó. Los profesores, los padres, los alumnos, miles de actores en nuestra Comunidad autónoma intentando acceder a la mencionada plataforma. Imaginación al poder: correos alternativos, creación de blogs, enlaces por whatsapps,… Nos hemos ido buscando la vida unos y otros, pero de forma progresiva a lo largo de la jornada logramos una acción eficiente.

Son maravillosos/as, me refiero a los alumnos y alumnas, ya sean a los que imparto en la ESO o Bachillerato. Dada la edad que tengo, soy proclive a un cierto sentimentalismo, pero también a la profunda convicción de que en el ámbito educativo, y me considero profesor-educador, junto al perfil académico existe uno humano en el que aflora también lo que somos como personas, unos y otros, y ahí entramos en el terreno de las emociones, las de unos y otros. La convivencia diaria durante el curso, a veces durante varios años de contacto, inevitablemente nos llevan, a unos y a otros, a experimentar el afecto, por unos y otros. En estos días, ese afloramiento se hace más palpable. Ellos me demuestran un respeto y cariño maravilloso, similar al que les profeso. Hemos urdido durante estas horas de confinamiento una red de relaciones, gracias a la tecnología con la que tratamos de superar esa dualidad, fría en ocasiones en las aulas, de profesor-alumno. Participamos en común de una causa, y hemos comprendido que ahora toca estar unidos, también los padres y madres. Es la lucha por un futuro, especialmente el de ellos, y todos los medios que pongamos son pocos para conseguirlo.

Se están haciendo mayores con un ritmo más acelerado, en apenas una semana. La remisión de sus trabajos, la disciplina que están mostrando, también sus profundos miedos e inquietudes que manifiestan, todo ello son estos chicos y chicas que desde sus casas, a veces con medios muy básicos, tratan de saltar el muro que nos hemos encontrado.

La creatividad se ha desbordado durante este confinamiento colectivo. Echo de menos tener un balcón con vecinos que compartan esos minutos de aplausos, de juegos de bingo a distancia, de una Beatriz (directora de la Escuela de Música) deleitando desde las alturas, pero tengo a mis alumnos y alumnas. Entre todos  hemos confeccionado un pequeño vídeo en el que tras aportar fotografías originales (por supuesto con inclusión de rollos de papel higiénico), Alicia montó un maravilloso pasaje, que más allá de la estética, significaba que entre todos vamos a saltar el muro, y que ese grupo, en este caso mis tutorizados (que son la representación del resto de alumnos) no vivirán este período solos, continuaremos siendo “la clase”. Me decía Marta: “profe pareces un náufrago en la foto”. Y es que en el empeño de ser original con ellos, aparecía en el selfie que me hice con “Coco”, que es un perro peluche del hijo de mi hija, de color blanco y rosa. Ahora pienso que mi alumna tenía cierta razón, en lo del náufrago, mi isla es esta casa adosada, yo no soy Tom Hanks, pero sí que hay similitud con el balón de voleibol “Wilson” con el que el actor dialogaba en la película “Náufrago”. Yo de momento no hablo con “Coco”, pero no lo descarto.

Ya soy yo con tres gatos. A Harry, el gatito de mis vecinitos, se le han unido otro gato pardo y uno más de color ceniza. Sus visitas rompen la rutina de esa cotidianeidad telemática que he emprendido.

Me ocurren cosas que considero serán comunes a tantos miles de confinados. Duermo mal, dicen los psicólogos por la radio que es un síntoma propio de estas circunstancias, pero me preocupa saltar a un estado de cierta ansiedad. Creo que retomaré las series de Star Trek, para ver si evadiéndome por el espacio, abrazo las estrellas, o el encuentro con los “kinglon” (los buenos) me facilita imbuirme en la tranquilidad nocturna tan necesaria.

También, y sigo considerando es propio de muchos, tengo despistes y síntomas de olvido. Pero lo preocupante es la naturaleza de los mismos. He meditado al respecto y no creo que a tanta gente se le pierda un huevo. Pues eso, que estaba seguro haber incluido en mi bolsas olvidadas -ya hice referencia al respecto el otro día- seis huevos de gallina. Realmente perder un huevo no es un problema, yo creo que no, y dadas las circunstancias hay que minimizar el asunto. Pero en mi caso se convirtió en un tema realmente preocupante, ya no es la pérdida del huevo como tal, es lo que significa cuando estás aislado, cuando después de tantos días, y llevo siete con este, no contactas con nadie, significa que si pierdes el susodicho huevo que lo tenías un instante antes en la mano para echarlo escalfado en la sopa, y que ya no aparece, que lo buscas por la cocina, por el salón, que levantas los cojines del sofá no vaya a ser que en una de las visitas que he hecho a ver la noticia de la tele se te ha caído y luego si lo aplastas qué pasa, que llegué a bajar a la nave por si me lo había  dejado allí entre las herramientas no sé cuando, y sobre todo, sentir cierta vergüenza al plantearme buscarlo en el cuarto de baño, que no llegué a hacerlo, hubiera sido humillante. Significaba este despiste no solo el extravío del huevo como tal, sino que además podía ser capaz de perder u olvidar elementos sustanciales para sobrevivir estos días de confinamiento, véase por ejemplo las gafas.

Encontré el huevo, debajo de un paño, y tras veinte minutos de azarosa búsqueda, un paño que ya había palpado, no levantado, un par de veces. La sopa me supo a gloria.

Seguimos, seguiremos, resistimos, resistiremos, con todos los que nos quieren, con mis alumnos y compañeros profesores a distancia, tan cercanos a todos ellos, rompiendo el espacio con balcones, con tanta tecnología bendita, con tantos niños hoy besando y abrazando a sus padres, con el miedo y la pena adosada a nuestras almas, por esos otros padres y madres que se nos están yendo sin más, pensando en los héroes que están luchando con tan pocas batas, seguimos.