Via Crucis de respeto, silencio y Esperanza

J. Monroy
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La procesión del Cristo de la Esperanza, con salida en San Andrés, es un Via Crucis en el que solo las oraciones y el golpe de las horquillas rompe el silencio, y la luz de las velas en ocasiones la oscuridad

Via Crucis de respeto, silencio y Esperanza - Foto: VÁ­ctor Ballesteros

Eran las once y media de la noche del Lunes Santo cuando cesó el bullicio del gentío acumulado en la plaza de San Andrés. Se abría la puerta trasera de la parroquia, la que no tiene escaleras, y poco a poco comenzaban a salir en doble fila los hermanos del Cristo de la Esperanza.

En medio del silencio y la oscuridad, impresionaba su hábito negro con capuz y la cruz de San Andrés, de color verde, en el lateral izquierdo del pecho, y cíngulo también verde en la cintura. Portaban una vela sobre hachón.

Abría el cortejo procesional una cruz labrada en madera. Pero el gran protagonista era el Cristo de la Esperanza, imagen del siglo XVIII, de autor anónimo, que representa a Jesús crucificado, ya expirado, que se venera durante todo el año en la iglesia de San Cipriano.

La imagen, portada a hombros de ochos hermanos cofrades y entre claveles rojos y morados, llevaba una corona de espinas realizada en plata de ley. Las andas son obra del tallista toledano  Juan Salinas, precedidas de un calvario elaboradas por el mismo artesano.

No se trata de una carroza de gran tamaño, ya que se reparten las andas del tallista Juan Salinas ocho hermanos, que suelen realizar relevos. Lo mismo le ocurre al Cristo de la Expiración, que también es de reducidas dimensiones. Pero ambas procesiones emanan un profundo sentir religioso gracias a la austeridad, el recogimiento, la oración y, sobre todo, el silencio que impera durante todo el recorrido.

Via crucis. La plaza estaba abarrotada de público amontonado tras las vallas, incluidos muchos niños. A pesar de ello, fue impresionante el sobrecogedor silencio que reinó ya durante todo el recorrido de la procesión, únicamente roto en ese primer momento por el motete Judas Mercator Pessimus que cantaron los seminaristas desde las escaleras del Seminario a la salida de la imagen. Después, solo lo rasgaron el rezo de las estaciones del Via Crucis y el acompañado golpe de las horquillas de los costaleros sobre el empedrado de las calles.

Unos costaleros que, siguiendo con atención las instrucciones del capataz y llevaron con soltura al Cristo por el empedrado de Santa Isabel en dirección a la plaza del Ayuntamiento.

De ahí el Via Crucis continuó hacia Arco de Palacio. Tanto desde arriba de la cuesta como desde abajo, la imagen resultó allí espectacular por el contraste de luces y sombras en la calle, el desfile de los hermanos y el Cristo de la Esperanza, adornado con sus claveles rojos.

El cortejo continuó por la calle Trinidad, el Salvador, Santa Úrsula y la calle Ciudad para volver de nuevo por Santa Isabel y  regresó a la misma plaza para retornar a la Iglesia de San Andrés, cuyo altar mayor se convirtió en la última estación del Vía Crucis. Más tarde,las puertas de la parroquia se cerraron  pa