Un puñetero milagro, esa mano

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Los escritores Laurie Lee y Roy Campbell visitaron los Grecos toledanos en 1935 Encontraron la casa del Greco «bella y enmarañada, llena de flores muertas y guías tontos».

Un puñetero milagro, esa mano

Adolfo de Mingo Lorente

Toledo

«Campbell se quedó callado delante de ella, con la cabeza descubierta, ligeramente inclinado, los ojos parpadeantes debajo de las pestañas blanqueadas por el sol; y yo al principio vi el lienzo como si fuese a través de él, de su silencio y de su postura física. Luego, en un murmullo, sin jerga, con una especie de reverencia tanteante, explicó lo que significaba el cuadro para él. -Un puñetero milagro, esa mano. Y mira esa luz del cielo. Toledo puro, sólo que él fue el primer cabrón que lo vio-». El escritor británico Laurie Lee (1914-1997), de quien se cumple este año el primer centenario, describió significativamente con estas palabras el interés del poeta sudafricano Ray Campbell por la Encarnación de la Virgen, hoy en el Museo de Santa Cruz. Curiosamente, el autor de The Georgiad y Flowering Rifle no manifestó expresamente su entusiasmo por la Inmaculada Oballe (la pintura del Greco que sin duda concitaba el interés unánime de los visitantes de San Vicente), sino por esta escena situada en la antigua sacristía (hoy, camerino delCírculo de Arte).

Laurie Lee dedicó abundantes referencias al Greco en Una mañana de verano de 1934 (publicado originariamente en 1969; traducido al castellano por Península en 2002), uno de los dos textos que componen su denominado Díptico español. Campbell, a quien el escritor británico conoció mientras tocaba para los cafés con terraza de la plaza de Zocodover, consideraba la pintura del Greco uno de los dos consuelos de permanecer en el caluroso Toledo estival. El otro era «un vino delgado y fuerte, de color rosa langosta», del que Campbell decía beber «cuatro litros y medio» al día.

El sudafricano, que llevaba algún tiempo instalado en Toledo (en la fotografía superior es posible reconocerle junto a Lee y su esposa, Mary Garman, en su domicilio próximo a los Carmelitas), sirvió al británico de cicerone en pos de los Grecos de la ciudad. «¿No lo conoces? -le había preguntado-. Debes. Una puñetera maravilla, muchacho. Despiértame mañana y te llevaré a hacer la ronda».

El recorrido se inició precisamente en San Vicente, donde Roy Campbell se extasió ante la Encarnación y el «cabrón» capaz de representar la particular atmósfera de la escena. «Luego subimos más por la ciudad hasta la casa del Greco, aún conservada con su jardín en declive; una pequeña villa íntima, bella y enmarañada, llena de flores muertas y guías tontos». En el interior del edificio, Lee contempló «colores que yo nunca había visto, morados supurantes, verdes lima, amarillos amargos; los cráneos alargados de los santos y sus párpados hundidos, los ojos revestidos de abnegaciones extasiadas, miembros y rostros estirados hacia arriba como capiteles en ascenso, ropas parpadeantes igual que llamas afiladas. Comparados con las pinturas de carnes robustas que había visto en Madrid, aquellas parecían reducidas al hueso enfebrecido». La experiencia dejó «exhaustos» a ambos. «Era un mediodía tórrido, así que pasamos el resto de la jornada en los bares».

Laurie Lee abandonó Toledo poco después. Roy Campbell lo haría alrededor de un año más tarde, al comienzo de la Guerra, tras contemplar horrorizado el fusilamiento de la comunidad de carmelitas que tenía por vecinos (a los que dedicaría el poema ‘The Carmelites of Toledo’) debido a haber permitido a los sublevados instalar nidos de ametralladora en sus ventanas para batir a las fuerzas republicanas que acudían a enfrentarse a Moscardó. Murió veinte años después, en un accidente de tráfico. El autor que bebía vino y contemplaba Grecos está considerado uno de los poetas más importantes de Sudáfrica.