Los incendios de la Catedral de Toledo

M.G
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El monumento ha sufrido varios incendios desde 1630, aunque no han ocasionado pérdidas. La última intervención de los bomberos se produjo en 2004 en el cuarto de calderas

Los incendios de la Catedral de Toledo - Foto: David Pérez

«París siempre enseña los dientes;cuando no ruge, ríe...» A la frase de Los Miserables de Víctor Hugo, habría que añadir las lágrimas de una ciudad por la pérdida de buena parte de Notre Dame, la catedral que ha devorado el fuego en unas pocas horas ante la tristeza de unos ciudadanos incrédulos con este lamentable suceso. Sin duda, muchos toledanos se habrán imaginado el espectáculo dantesco que se produciría si se incendiase la Catedral de Toledo y oportunidades no han faltado a lo largo de los últimos siglos con distintos sucesos azuzados por fuegos que finalmente se han controlado sin problema.

La última vez que se tocó la sirena fue en 2004. La Catedral amaneció el 13 de abril con un problema en la sala de calderas y pocos minutos más tarde el reventón de una bomba provocó un incendio que obligó a los bomberos a intervenir con rapidez para evitar que las llamas afectaran a la zona monumental. El Parque de Bomberos recibió el aviso a las diez de la mañana y una decena de efectivos se organizó en tres vehículos, que enfilaron hacia la Catedral para sofocar las llamas lo antes posible.

A esas horas el cabildo catedralicio estaba en misa, pero los bomberos desalojaron en instantes el edificio. La evacuación se completó con el traslado a la plaza de tres carros con imágenes y piezas valiosas.

Los primeros minutos resultaron angustiosos por la elevada temperatura y el denso humo de la sala de calderas, que exigió el uso de bombas de oxígeno. Los bomberos también tuvieron que lidiar aquella mañana con los riesgos de un posible derrumbe que podía llegar a producirse por la dilatación de aquella estancia. Sin embargo, sofocaron las llamas en diez minutos, aunque hubo que ventilar durante horas, una operación que también se llevó con cuidado para evitar que el humo afectara a otras zonas de la Catedral.

El suceso se saldó con un buen final, salvo la pérdida de algunos enseres viejos sin valor, y un buen susto, pero no fue la primera vez que las llamas se acercaban a la Catedral, un monumento gótico de incalculable valor patrimonial que ha podido sufrir el mismo destino que Notre Dame en, al menos, cuatro ocasiones más.

La torre también ha protagonizado más de un incidente. Al desprendimiento de una pieza de granito el 15 de octubre de 2018 se suma también el incendio que se declaró en 1630 tras la realización de unos trabajos en los chapiteles. El anecdotario de la torre no se queda ahí porque también soportó un segundo incendio, concretamente, el 19 de mayo de 1859, por fenómenos naturales. La Catedral no tenía pararrayos y algún impacto eléctrico provocó el fuego en el tercer piso, aunque pudo sofocarse con rapidez al producirse a las tres de la tarde. Posiblemente, si se hubiera decladado de noche las consecuencias hubieran sido muy graves.

Pese a los riesgos, la Catedral tuvo que esperar hasta 1866 para que se instalara el primer pararrayos, ya que tres chispas se cebaron en estos años con el edificio y obligaron al cardenal-arzobispo, Cirilo Alameda, al Cabildo y al canónigo obrero a tomar la decisión de instalar un primer aparatoso artilugio de hierro de cinco metros para absorber las descargas.

Otro gran susto. La Guerra Civil pasó de largo por la Catedral, salvo por la pérdida de algunas vidrieras fruto de los bombardeos. Sin embargo, en julio de 1939 el gran incendio que azotó el Palacio Arzobispal puso en un aprieto la integridad del monumento. El fuego se declaró al caer la tarde en el depósito farmacéutico por ignición de los productos químicos. Los soldados, la Guardia Civil, y los efectivos de seguridad municipal trataron de extinguirlo, pero la rápida propagación de las llamas obligó a llamar a efectivos de Madrid, que llegaron a medianoche. Y poco después murió uno de los bomberos madrileños por el desprendimiento de unos cascotes.

 El incendio se extendió por las plantas superiores y los arquitectos, tanto el municipal como el provincial, decidieron crear cortafuegos en el pasadizo de Arco de Palacio para evitar que alcanzase la Catedral.El edificio quedó muy dañado y se tardó varios años en rehabilitar.

El siguiente susto se produjo la mañana del 6 abril de 1946. Unos obreros instalaron dos gigantescas cortinas para ocultar las imágenes durante la Semana Santa, como manda la liturgia, pero al intentar correrlas el paño rozó con las velas del Altar Mayor y comenzaron a arder. «Los canónigos que se encontraban en el coro suspendieron el rezo y corrieron a sofocarlo», publicó entonces el diario ABC. Al final, no hubo daños importantes, pero la alarma corrió con rapidez y el cardenal primado Plá y Deniel acudió con rapidez para seguir de cerca las labores de los bomberos.

También la Capilla de los Reyes Viejos protagonizó un suceso anecdótico que pudo acabar devorando la Catedral. Según se ha relatado desde 1974,  un sacerdote se dejó un braserillo encendido en el confesionario, pero la historia terminó bien. Ojalá el anecdotario concluya con estos grandes sustos y no haya que continuar escribierndo más capítulos en los próximos años.