Ellas al volante

I.G.Villota
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Cuatro de las ocho conductoras del transporte urbano de Toledo relatan a La Tribuna suexperiencia en un sector todavía masculinizado. Las mujeres representan el 7,4% de la plantilla. Esther, la pionera, cumple 22 años en el servicio

ELLAS AL VOLANTE - Foto: Yolanda Lancha

Uno de sus amigos, conductor de autobús, le ofreció una oportunidad laboral si se sacaba el carné. Se sacó todos. De eso han pasado 22 años. «Ni me lo pensé». Esther Flores fue la primera mujer del transporte urbano de Toledo. Fue pionera y abrió camino en una profesión aún hoy masculinizada. Trabajadoras en un territorio tradicionalmente de hombres, el de los vehículos pesados. Actualmente son ocho (Esther, María José, Carmen, Mercedes, Rosa María, Soledad, Milagros y Almudena) las conductoras de Unauto, la concesionaria del servicio. Representan el 7,4 por ciento de una plantilla de cien trabajadores, un dato «por encima de otras ciudades», señala la empresa, quien reconoce que recibe muchos menos currículos femeninos, aunque sin discriminación al seleccionar.

Cuatro de ellas nos reciben en las cocheras donde recogen sus vehículos para recorrer kilómetros prestando un servicio público esencial. Relatan a La Tribuna su experiencia, donde ha estado presente el machismo, en comentarios y actitudes, aunque normalizan su profesión y se sienten «iguales» que sus compañeros. Por suerte, ninguna ha escuchado eso de ‘mujer al volante, peligro constante’, cuando las estadísticas de siniestralidad dicen precisamente lo contrario: ellas tienen menos accidentes y conducen mejor. A veces son peores los silencios.

Esther no ha sentido el rechazo de los pasajeros, al revés, ni en los 90, cuando empezó y no era común ver a una mujer al volante. Pero recuerda un caso: un usuario, hace años, evitaba coger ‘su’ autobús en el Polígono «porque lo llevaba una mujer». «Se montó un día, tras casi un año, y con el tiempo nos hicimos súper amigos», se ríe, «él mismo me contó que cuando llegaba yo se quedaba en la parada y esperaba al siguiente».  

A Mercedes Fernández, con casi  20 años de experiencia en el sector, le ocurrió algo parecido. En este caso era otra mujer que viajaba con un niño pequeño. «Me veía y miraba hacia otro lado. No se fiaba. Prefería esperar antes que montar conmigo».

A Esther un pasajero le preguntó si cobraba lo mismo que un hombre. «¿Tú no cobrarás igual que tus compañeros?, me espetó, montado en el autobús bajando por el Miradero. No se quedó muy convencido cuando le respondí que sí».  

«¡Si hacemos las mismas horas y el mismo trabajo, claro que cobramos lo mismo!», exclama María José Cerdeño. Ella lleva más de 15 años en la plantilla. Empezó haciendo rutas escolares de pocas horas, aunque su vida está ligada a la conducción de grandes vehículos desde joven. Lo primero que condujo fue un camión. «Me han salido los dientes en ello y quizá por eso lo veo normal, de hecho me molesta cuando me preguntan cuantas mujeres somos en la empresa, por el tono, y porque parece que hacemos trabajos de hombres», comenta.

Carmen Bascuñana trabaja con el autobús desde 2005 y también arrancó con rutas escolares en su pueblo, El Romeral. Murió su madre y vio en esto una de las maneras de salir «del hoyo», estar en contacto con gente y trabajar de algo que le encantaba. «Siempre me ha gustado el volante, y cuanto más grande mejor, y casi siempre he estado en trabajos que se asociaban a los hombres, en fábricas, pero nunca he notado la desigualdad», afirma, aunque después recuerda comentarios que indican lo contrario y que las mujeres llegamos a normalizar. «Me he encontrado a gente que dice cosas como ‘si el autobús fuese con marchas o hubiese que cambiar ruedas no estaríamos ahí’. ¡Ya ves tú!».  

María José normaliza el trabajo de conductora de vehículos pesados para las mujeres. «Nosotras estamos preparadas y mientras estés preparada, ¡qué más da un hombre o una mujer!». Pero Esther alerta: «todavía existe esa creencia de que esto es más cosa de hombres».

«Gente me ha visto un Corpus bajando con el bus abarrotado por el ‘caracol’ de Doce Cantos y al llegar abajo me han gritado ‘Olé’», relata María José, intentando normalizar la percepción social. «¡La desigualdad está en que eso a un hombre no se lo harían!», exclaman sus compañeras. «A mí me han aplaudido», comenta Esther, a veces con sorna. «A mí también», se suma Carmen.

Mercedes se sacó el carné en el 2000, ha trabajado con Samar y con empresas de Madrid antes conducir a Toledo. Llegó a la prueba final de conducción con dos compañeros y fue la mejor. Se quedó con el puesto.

La conciliación y el ego. Considera que la conciliación es lo más difícil, en todas las profesiones, pero en esta especialmente por una cuestión de horarios ‘extremos’. «Deberían facilitárnoslo a las que tenemos niños pequeños», cuenta. Y es que en los turnos matutinos salen de casa a las cinco de la mañana y tras los turnos de tarde regresan a las doce de la noche.

Los maridos de María José y Esther también están en Unauto. La primera pareja decidió trabajar uno por la mañana y otro por la tarde, para encargarse de sus hijos pequeños, mientras que Esther y su esposo comparten horarios y días libres gracias a que la madre de ella les echaba una mano con la familia. «A las cinco de la mañana cuando te vas de casa tienes que tener a alguien que los cuide. Mi marido y yo nos vemos ocho días al mes, como los novios», bromea María José, añadiendo que «una guardería a las siete de la mañana no te soluciona nada».

Respecto al trato con los compañeros, destacan la naturalidad, aunque Carmen percibe que «algunos tienen la espinita con nosotras pero no lo dicen, bien porque está mal visto o bien porque se llevarían una respuesta, pero el ambiente es muy bueno en general».

Mercedes recuerda sus inicios rememorando momentos que evidencian una realidad machista. «Hicimos un curso varias chicas y al principio nadie nos daba trabajo. Después me dieron la oportunidad con un microbús. Estuve un año y di el salto. Recuerdo que venían compañeros detrás de mí con el autobús y corrían como unos locos, se picaban. Yo seguía a mi aire. Supongo que hería su ego masculino».

María José explica que siempre ha considerado el volante su profesión y nunca ha sentido el recelo de familiares o amigos. Empezó con el camión. «Me resultaba complicado manejar miles de kilos colocando vigas o tejas, además de que los horarios son peores para tener una familia. Opté por el autobús, que la carga y descarga se hace sola», se ríe.

Los babosos. Ahora mismo ellas no hacen servicios de búhos, es decir, los recorridos nocturnos, aunque algunas los han hecho en el pasado. Carmen no se lo plantea porque vive en su pueblo y le vienen mal los horarios, pero no atribuye su negativa al miedo. «Lo que tienes por la noche lo puedes tener por el día», sostiene.

María José aporta un matiz diferente explicando su experiencia en las primeras vueltas del servicio los fines de semana, las de las siete de la mañana. «Los que van un poco bebidos, quizá porque somos chicas, se toman ciertas confianzas. A mí me han dicho ‘Eh, guapa, dame un beso’ y seguro que a un conductor no se lo dicen. Te sientes algo indefensa», reconoce.