Nada nos apartará del amor de Dios

Javier Salazar/María Ferrero
-

Colas de reparto de comida en la sede de la ONG 'El Amigo de los Pobres'. - Foto: David Pérez

«Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: - ‘No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer’». En miles de lugares del mundo, grandes y pequeños, centros de peregrinaciones y aldeas olvidadas, sacerdotes jóvenes y ancianos, conocidos o perfectamente anónimos cumpliremos ese encargo: «Dadles vosotros de comer». Me acuerdo de una homilía que predicaron cuando yo era un joven universitario explicando este texto como «el milagro del compartir». Es decir, Jesús no multiplicó los panes, cada uno sacó su bocata del zurrón y le dio un trozo al de al lado. En esa predicación se sacaba en claro que Dios lo único que hacía era mover los corazones, y poco más (el cura consiguió mover los traseros, era una de las predicaciones más largas que me acuerdo, se ve que se gustaba predicando). Si esto fuera así podríamos cambiar la Misa por una buena página web, o un librito de auto-ayuda («Ser generoso es maravilloso si sabes cómo», podría ser el título). Es una manera de poner el acento de la celebración en la predicación, así uno va a Misa preguntándose qué sacerdote le tocará hoy, cómo predicará, si será largo o corto y todas esas cosas.

Eso no es la Santa Misa. Hoy el Señor grita en los cinco continentes: «Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.» y los sacerdotes respondemos a esa invitación consagrando el pan y el vino, haciendo presente a Cristo realmente, que se da por completo, sin guardarse nada. No viene a darnos consejos morales, ni a predicar una ética universal, viene a darse Él mismo. «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?» (Como decía nuestro profesor de Moral, del amor que nosotros tenemos a Cristo, cualquiera, del amor que Cristo nos tiene, ni aflicción, ni angustia, ni persecución,…), y sólo conocido ese amor cambiaremos de vida. Por eso Jesús sigue haciendo realidad ese mandato: «dadles vosotros de comer». Cuando hoy vayas a Misa (o vayas a celebrarla), no pienses en el aire acondicionado, en el sueño, en la mascarilla y la distancia, en lo que tienes que hacer antes o después; estás respondiendo a una invitación del mismo Espíritu Santo a acercarte al misterio del Amor de Dios, que se hará presente en el altar.

En ocasiones en el confesionario vienen personas que han sido removidas por algún acontecimiento importante en su vida: una peregrinación, un acontecimiento trascendente, e incluso un momento de oración en el que Dios le ha llegado al alma. Se sienten removidos y, si tienen la suerte de haber un sacerdote en el confesionario (cosa harto difícil en muchas parroquias), se acercan a la misericordia de Dios. En nuestra parroquia no suele pasar semana sin que venga alguien a confesarse de diez, quince, veinte años sin hacerlo. En ocasiones te piden ayuda pues se han olvidado completamente de cómo hacerlo. Suele ser un momento tenso que acaba en una gran alegría. Y también nos da gran alegría a los confesores…, pero más alegría da cuando vuelven al poco por segunda vez, y luego una tercera, y una cuarta…

Llegar a Dios no es difícil. Es Él el que se ha abajado para ponerse a nuestro lado. Si, realmente, como pide el Papa, las iglesias estuvieran abiertas, hubiera confesores a disposición, se crease un auténtico clima de oración en nuestros templos, entonces Dios es muy atrayente. Pero una vez llegado a Dios hay que permanecer en Dios.

Hay que perseverar en Dios. Sólo desde la alegría se puede volver a Dios: si nos diéramos cuenta del don de Dios. Ese Dios que protege al desvalido y al huérfano, que hace justicia al pobre y al necesitado, que defiende al pobre y al indigente. Ese Dios que mira nuestra pobreza, nuestra miseria, nuestra nada y descubre el rostro de su Hijo. Ese Dios que te dice: «Aquí estoy siempre que quieras» y lo que quiere es que le quieras. Ese Espíritu Santo que imprime en tu alma el deseo de volver junto a tu Padre. Lo importante no es convertirse, sino enamorarse, en amor darse. Y buscarle, y encontrarle y alabarle. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?

La fe se manifiesta en la constancia. En renovar cada mañana la alegría de estar con Dios, de gozarnos de su salvación. Conozco a uno, un buen amigo de Cursillos de Cristiandad, que lleva veinte años dando testimonio de su conversión. Un testimonio impresionante, una verdadera caída del caballo camino de Damasco. Pero un día le dije: «¿no será mejor que hables de las maravillas que Dios está haciendo en ti hoy?». No sólo estamos agradecidos al Dios que hizo, sino al Dios que hace. Y los hijos disfrutan mucho más de los dones de su padre que de los de un extraño.

Volver a Dios, volver continuamente a Dios, no cansarnos de buscarle una y otra vez para darle gracias.

Esa es la razón por la que desde el lunes al miércoles hice un Seminario de Vida en el Espíritu (SVE) Dios nunca dejará de sorprenderte si te haces pequeño y le abres la puerta de tu corazón, si quieres,  El entra, te sana y salva. Pero es necesario dejarle abierto un resquicio de tu corazón y Él lo sanara.

Sólo Él es Todopoderoso, Fuerte, Invencible. Nadie como Él. Se puede volver al Amor primero -siendo humilde-, hacerse niño y dejarse amar. Y dejar el orgullo. Y al volver a Dios no se puede volver igual. Tengo que remediar la apostasía de mi corazón. Dios lo sanara, pero tengo que reconocer previamente mis ídolos, mis afectividades. Él se encargará de sanarme, en su misericordia.  Podré recuperar mi herencia, porque Él se comparece de tus dolencia, se comparece de mis flaquezas.

Pero para poder sanar, necesito del Espíritu Santo. Eso implica entrar en la humildad,  teniendo cuidado con la soberbia espiritual: al tigre no podemos enfrentarnos con un cepillo de dientes como nos decía en el SVE mi compañero de curso Alfonso. Solo Cristo sana y salva. Tú no eres quien te salvas, el Salvador es Cristo.

Necesitamos una vida nueva en el Espíritu. Nuestra vida puede cambiar, nunca es tarde, siempre hay esperanza para poder aprender a vivir como Jesús nos propone. Nunca es tarde en definitiva para vivir felices; en el Reino, sólo necesitamos cambiar nuestros criterios y no andar dejándonos la vida para conseguir baratijas, como si compráramos en los mercadillos. Dios nos ofrece un verdadero tesoro, el único tesoro: su Reino, e, igual que no podemos pretender conseguir céntimos a euros, no podemos pretender alcanzar el Reino de Dios sin cambiar nuestros criterios o limpiar nuestras intenciones.

Así pues manos a la obra, el verano es un buen tiempo para mirar con confianza al futuro, con las fuerzas renovadas nos sentimos capaces de venderlo todo y hacernos con la única joya que merece la pena: el Reino de Dios.

Y entonces sí, cuando lo hemos alcanzado, por gracia, nadie podrá apartarnos de ese amor manifestado en Cristo, pues el Señor nos ha salvado por su bondad.

Nada ni nadie podrá con nosotros, como tampoco pudo con Él; aunque creyeran haberle vencido cuando lo vieron en la cruz, sin saber que ese era, precisamente, el lugar cósmico de su victoria, y de la nuestra. Nadie podrá apartarnos de ese amor. Nadie nos vencerá. Estando Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? Hemos sido justificados, y eso se nota en nosotros. Nadie nos ganará contra ese amor, si proseguimos en nuestra mirada que mira a la suya, conformándose con ella. El Hijo fue entregado por nosotros, tú y yo, los muchos, todos. Y si nos ha dado al Hijo, ¿cómo no nos dará todo con él? Estamos seguros de ser librados por la ternura de su bondad. Somos los pobres desvalidos que todo lo tenemos en sus manos; también nosotros con el corazón traspasado. Siendo las cosas así, daré gracias al Señor, correspondiendo a su inmensa gracia que nos justifica, habiéndonos proporcionado antes esa fe en la que creemos por regalo suyo, hechos seres libres que se acercan a él prendidos de su mirada. ¿Quién nos acusará?,  ¿quién nos condenará? ¿Acaso Cristo que murió por nosotros, que resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre, intercediendo por nosotros? Y, ahora, como tantas veces en Pablo, su asombrosa oratoria persuasiva nos echa una retahíla de lo que ha querido apartarnos del amor de Cristo, sin jamás lograrlo, por la gracia, que nos proporciona la fuerza del Espíritu. Seguro, no preocuparos, en todo venceremos fácilmente por aquel que nos ha amado. Nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios  manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

De la mano de María siempre volveremos al Señor, a proclamar su grandeza. Gloria al Señor