El señor de las lenguas

Galena Koleva (SPC)
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El escritor británico dedicó muchos años al desarrollo de una veintena de idiomas ficticios, entre ellos el élfico

El señor de las lenguas

Escritor, poeta, filólogo y profesor universitario. Queda claro que J. R. R. Tolkien fue un hombre que dedicó su vida a las letras, ideando una de las mejores historias fantásticas de todos los tiempos, pero también creando nuevas lenguas: una veintena de idiomas inventados que sirvieron para tejer su mitología de la Tierra Media.

Lo cierto es que su profundo amor por los idiomas y el lenguaje le vino desde que era muy pequeño. Su madre, Mabel Tolkien, tenía conocimiento de idiomas como el latín, el alemán o el francés. La británica se dedicó ferviente a la educación de sus hijos y se ocupó de que siempre tuvieran algún que otro libro que devorar. Gracias a su dedicación, el pequeño Tolkien ya podía leer con cuatro años y poco después escribía de forma fluida. Su pasión por las lenguas fue en aumento con el paso de los años -llegó a aprender griego, latín, islandés, alemán, francés y finlandés, entre otros-, y acabó encontrando en ellas un auténtico refugio al quedarse huérfano a los 12 años.

Fue durante su época de estudiante en el King Edward's School, en Birmingham, cuando a Tolkien no le debió parecer suficiente conocer muchos de los idiomas existentes. Él siempre quería más, por lo que dedicó numerosos años a inventar nuevas palabras, sonidos y expresiones para formar sus propios léxicos, llenos de complejidad. Mientras, John, apasionado además de la mitología, se dedicó desde su adolescencia a escribir numerosos relatos fantásticos, siempre inspirados por esas lenguas. De hecho, pese a que sus obras acabaron eclipsando su gran desarrollo lingüístico, el estudio de la comunicación siempre fue el eje principal de sus historias, llegando a afirmar en algunas de sus cartas que «el nombre viene primero y después la historia», y que la creación de la Tierra Media surgió en un intento de dar a sus lenguas un «hogar».

Así, apoyándose en sus conocimientos de idiomas clásicos, Tolkien llegó a crear una veintena de lenguas, y nunca nadie se ha llegado a acercar a semejante cantidad, y calidad.

Gracias al galés y al finlandés, por los que sentía una mayor devoción, el británico se inspiró para crear el sindarin, la lengua élfica gris, el idioma artificial más popular y extendido de su universo. Pero también llegó a crear la Lengua Negra de Mordor, el Khuzdul o lengua de los enanos, la lengua de los ents, el quenya... Una infinidad de palabras, alfabetos y sonidos que dejan claro que Tolkien fue mucho más que un escritor. Un hombre que fue capaz de crear un universo de la nada, dotándolo de criaturas que vivirán para siempre con el poder de la palabra.

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