Minaya, el último de los últimos de Filipinas

Francisco J. Rodríguez
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El toledano fue, junto a otros dos frailes de su orden, olvidados por el gobierno de España y por la historia hasta que en 2016 salió a la luz un manuscrito que Minaya escribió durante el asedio y que ha permitido conocer más detalles desconocidos

Tres franciscanos, entre ellos el historiador Cayetano Sánchez (centro), acudieron a Toledo a la inauguración de la exposición. - Foto: Yolanda Lancha

El 2 de junio de 1899 el destacamento español de Baler se rindió tras un sitio de 337 días. Había nacido una gesta histórica, una hazaña bélica que sería recordada para siempre, pero que se ha difuminado mucho con el paso del tiempo.

Las autoridades filipinas aceptaron una capitulación honrosa para el destacamento español que se había atrincherado en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla de Luzón. En el templo quedaron sitiados un contingente de 50 soldados al mando de dos oficiales, junto con la dotación de una enfermería de tres sanitarios (dos de ellos indígenas) y un oficial médico, el comandante político-militar del distrito y el párroco de Baler, fray Cándido Gómez Carreño, natural de la localidad toledana de Madridejos.

A ellos se unieron posteriormente otros dos religiosos franciscanos del vecino pueblo de Casigurán: su párroco, Juan López Guillén, y un compañero, Félix Minaya Rojo, toledano natural de Almonacid que fue, realmente, el último de los últimos de Filipinas, ya que permaneció en la antigua colonia española hasta su muerte en 1936.

Los supervivientes del destacamento militar de Baler fotografiados el 2 de septiembre de 1899 en Barcelona.Los supervivientes del destacamento militar de Baler fotografiados el 2 de septiembre de 1899 en Barcelona.Esos tres religiosos, dos de ellos oriundos de la provincia, ocupan un lugar destacado en el sitio y defensa de Baler, pero su papel siempre ha sido poco reconocido.

El historiador de la orden franciscana Cayetano Sánchez Fuentes ha incidido en la actualidad en la triple lealtad de estos tres frailes. Lealtad a Dios, a su patria y a los filipinos, a los que nunca abandonaron después incluso de la guerra.

La orden franciscana considera que sus representantes en el asedio de Baler han sido silenciados y marginados. Esa actitud se debe en parte al papel y la actitud del teniente Martín Cerezo, que quedó al mando del destacamento el 18 de octubre de 1898 tras la muerte de su superior.

Martín Cerezo, como superviviente, fue utilizado durante años como fuente principal para narrar el sitio de Baler, y siempre omitió, e incluso se encargó de desprestigiar, la actitud de los religiosos.

Sobre lo ocurrido en Baler tenemos hoy en día, gracias a la investigación de historiador Carlos Madrid, director del Instituto Cervantes de Manila, una nueva fuente. Se trata de un manuscrito del puño y letra de fray Félix Minaya que permaneció inédito durante más de un siglo, conservado en el Archivo Franciscano Ibero-Oriental de Madrid.

Minaya, natural de Almonacid, en donde nació en 1872, vivió en persona 290 de los 337 días del sitio de Baler. Fraile desde los 15 años, fue destinado a Filipinas en 1895, al pequeño pueblo de Casiguran cercano a Baler. 

Recobrada la libertad, permaneció en Manila hasta 1902, cuando fue destinado a la isla de Samar, en el archipiélago filipino de Visayas. 

En 1926 sería nombrado Comisario Provincial de Filipinas y, después de venir a España, en el capítulo de 1925, regresó por tercera vez a Filipinas. Falleció el 3 enero de 1936 en el pueblo de Los Baños, en la provincia filipina de La Laguna.

Su relato de lo acontecido durante el asedio se extiende en más de 500 páginas que redactó después de la guerra. Minaya es, en opinión del historiador Carlos Madrid, una voz más que autorizada para narrar lo que se vivió en Baler, ya que no estaba condicionado por el peso de la responsabilidad militar y pudo contar las cosas con la tranquilidad de haber sido olvidado por España.

Así, en los textos de Minaya se descubre una aportación poco conocida a la figura del párroco de Baler, el otro toledano presente en la gesta, fray Cándido Gómez Carreño. 

La visión que proporciona Minaya es radicalmente diferente a la que proporciona la última película sobre la gesta,  ‘Los últimos de Filipinas, rodada en 2016. En ella se muestra a un párroco adicto al opio que nada tiene que ver con Cándido Gómez o cualquiera de los otros dos religiosos presentes.

Según cuenta Minaya en sus cuadernos, el padre Cándido exhortaba a los soldados sitiados a pedir ayuda a dios a la vez que les recordaba la dificultades de mantenerse firmes ante el asedio.  «Infundía ánimos en los corazones de aquellos valientes, les comunicaba la confianza que en su alma se traslucía, animaba aquella resignación en los trabajos, aquella paciencia en las penalidades, aquel valor con que se sobreponían a todos los trabajos y les hacía estar alegres en medio de los cuadros tristes...», describe el propio Minaya tal y como se recoge en el libro ‘Defensa de Baler. Los últimos de Filipinas’.

Fray Cándido Gómez Carreño «fue un auténtico paño de lágrimas para esos héroes», en palabras del padre Minaya, que también jugaría un importante papel a la muerte del primero.

Y es que, el fraile de Madridejos, enfermo de disentería y beriberi murió el 27 de septiembre de 1898. Fue enterrado en el presbiterio de la iglesia de Baler y sus restos permanecieron allí hasta diciembre de 1903, cuando por fin se dio permiso para la repatriación de los cadáveres de los muertos durante el sitio.

Tras la ceremonia de exhumación, los cuerpos fueron trasladados hasta Manila, y de allí a España. Llegaron a Barcelona el 15 de febrero de 1904 y sus restos están enterrados ahora en el madrileño cementerio de la Almudena.

El fraile de Almonacid, Félix Minaya, se negó a estampar su firma en el acta de rendición del sitio pese a que se lo ofrecieron, alegando carecer «de representación oficial para el caso». Fue retenido junto al otro franciscano por los revolucionarios de Baler tras la capitulación, aunque nunca en condición de cautiverio, pudiendo ejercer sus actividades pastorales. Fue liberado y permaneció en el convento de San Francisco de Maniela hasta el año 1902. De allí volvió a España y regresó a Filipinas en 1909, cuando fue nombrado en 1912 párroco de Baler. Falleció en Filipinas el 3 de diciembre de 1936. Siendo el último de los últimos de Filipinas que nunca abandonó ese país.