¿El año del final?

Agencias-SPC
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La llegada de la ley de Seguridad Nacional ha recortado las libertades en la excolonia británica, cada vez más sometida a China y cuya autonomía está en serio peligro

Un pequeño se despide de Hong Kong desde el barrio de Tsim Sha Tsui antes de poner rumbo a Escocia. - Foto: TYRONE SIU

2020 no ha sido un buen año para Hong Kong, que ha visto cómo China ha intensificado a marchas forzadas su control sobre este territorio con la aprobación de una draconiana ley de Seguridad Nacional para contener las protestas y recortar, de este modo, el grado de libertades del que gozaba la ciudad.

Numerosos activistas y diputados han sido detenidos o encarcelados, y otros han huido al extranjero, dejando el Parlamento local prácticamente sin oposición. En solo 12 meses, la excolonia ha cambiado de una manera tan drástica que ha empezado a dejar de ser considerada como el lugar libre que había sido antes.

«La conclusión es que Hong Kong se ha ido al garete. Las cosas han sido profundamente preocupantes en 2020», apunta el analista y empresario Lew Mon-hung.

El principal factor es la ley de Seguridad Nacional -que castiga con penas de hasta de cadena perpetua la secesión, subversión del poder del Estado, actividades terroristas y confabulación con poderes extranjeros- que, según los críticos, ha supuesto en la práctica el fin de la libertad de expresión en Hong Kong.

Miedo e incertidumbre

Redactada a puerta cerrada en Pekín -ni siquiera la jefa del Gobierno hongkonés, Carrie Lam, estuvo involucrada-, la legislación entró en vigor el 30 de junio, antes de que se cumpliesen 23 años de la retrocesión a China de la antigua colonia. De la noche a la mañana se extendió una sensación de incertidumbre.

La norma fue la reacción del gigante asiático a meses de prolongadas protestas, que en ocasiones derivaron en incidentes violentos, en contra del Ejecutivo hongkonés y de la creciente influencia del Gobierno chino que comenzaron en junio de 2019, llevando a la ciudad a su mayor crisis política en décadas, con frecuentes enfrentamientos entre manifestantes y antidisturbios.

Para Lam, es «un paso crucial para poner fin al caos y a la violencia que ha tenido lugar durante los últimos meses». Sin embargo, por sus duras sanciones y los poderes que otorga a Pekín, muchos la equiparan al «final de Hong Kong».

La ley sanciona actos que provoquen «odio» hacia el Gobierno chino, aunque este aspecto no queda definido de forma clara. Así, el cántico Liberad Hong Kong, la revolución de nuestra era, escuchado en las protestas de 2019, ahora es considerado secesionista. Y provocar daños en el transporte público puede ser terrorismo.

También posibilita intervenir los teléfonos de los sospechosos. Algunos juicios pueden celebrarse a puerta cerrada y otros, directamente remitidos a la China continental si así lo decide una oficina de seguridad establecida por Pekín.

Cerco a la oposición

«La ley ha pulverizado muchos de los valores existentes en Hong Kong. Esto va en detrimento de la prosperidad de Hong Kong y pondrá en grave peligro el principio de un país, dos sistemas», afirma Lew.

Poco antes de su promulgación, algunos grupos políticos prodemocráticos se disolvieron, los restaurantes retiraron carteles de apoyo al movimiento de protesta y los usuarios borraron mensajes antigubernamentales en sus redes sociales. En los últimos meses, un creciente número de opositores se han exiliado en otros países.

Más de 30 personas han sido detenidas bajo esta ley, y se han presentado cargos contra cuatro por infringirla. Entre ellos, Jimmy Lai, un magnate mediático conocido por sus fuertes críticas a Pekín, acusado de confabulación con fuerzas extranjeras por comentarios en Twitter y retenido hasta la próxima vista del juicio, prevista para abril.

Entretanto siguen los arrestos a involucrados en las protestas del año pasado, con cargos que van desde participación en asambleas ilegales hasta el delito de revuelta. Recientemente, los líderes activistas Joshua Wong, Agnes Chow e Ivan Lam fueron condenados a penas de prisión de entre siete y 13 meses y medio por participar en manifestaciones no autorizadas.

El efecto de la pandemia

Parte del éxito en la desactivación del movimiento de protesta se debe a la pandemia: las normas de distancia social también han provocado que los manifestantes no convoquen más protestas.

En julio, Lam aplazó por un año a causa de la COVID las elecciones legislativas de septiembre -las de más alto nivel en las que pueden participar los ciudadanos en Hong Kong- y frustró las esperanzas de sus detractores de sacar rédito de la escasa popularidad del Gobierno para hacerse con una mayoría parlamentaria. Y tres meses después, Pekín aprobó una resolución para destituir a cuatro diputados prodemócratas, algo que provocó que los otros 15 legisladores opositores dimitieran en bloque.

Desconfianza inversora

Ante esta situación, EEUU puso fin al estatus comercial especial que concedía a la excolonia, impuso sanciones a varios altos funcionarios, entre ellos Lam, por menoscabar su autonomía, y ahora pide a sus ciudadanos que se lo piensen dos veces antes de viajar allí por los riesgos de detención arbitraria.

Para el economista Law Ka-chung, esto, sumado a la cada vez menor confianza de los inversores en Hong Kong, podría suponer daños sin precedentes para la economía local. «El sistema se está pudriendo, y va a tener un impacto de gran alcance en la economía. Los inversores extranjeros que se marchen podrían no volver», afirma.

Sin embargo, otros tienen una visión distinta: Gordon Poon Tung-hoi, historiador y antiguo banquero, cree que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca podría ayudar a estabilizar, aunque sea de manera superficial, la situación en Hong Kong. «EEUU probablemente ajustará su postura frente a China haciendo concesiones», aventura. Un  hecho que, aunque no cambiará la política de Pekín, sí podría suponer un respiro muy necesario para una ciudad contra las cuerdas.