Madrid se rinde a Tomás Rufo

Dominguín
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El novillero de Pepino que estuvo a punto de salir a hombros del coso, dejó una grata impresión y una actitud en la primera plaza del mundo. Tuvo destacados momentos con el capote y con la muleta conectó con los tendidos con su toreo de verdad

Rufo paseó por el anillo la merecida oreja. - Foto: Dominguín

Casi lo consigue, como si fuera un sueño, el novillero de Pepino, Tomás Rufo acarició la gloria con la yema de los dedos. Tuvo en sus manos el entronarse en el templo del toreo y salir en volandas por su puerta grande. Pero el destino le deparó una suerte diferente, una oreja que sabe a triunfo grande y una actuación que caló en los aficionados presentes desde principio a fin.

Rufo llegó con tiempo a Las Ventas, el primero de la terna, como si no quisiera perderse la cita más importante de su vida hasta ahora. Pasó a la capilla, y allí rezó como suele hacer habitualmente a los santos por los que tiene devoción, y que tanto le protegen por los ruedos. Salió de la capilla con el pie derecho, el mismo con el que salió a pisar por primera vez la arena de Madrid. En el túnel antes de hacer el paseíllo, se veía en sus ojos, esperanzas, ganas, felicidad, emoción cuando se ciñó en un abrazo con su padre y sobre todo nervios. Esos que según se aproxima el sonido del clarín, van llenado el cuerpo por dentro, exteriorizándolo con gestos que intentan descargarlos, y que se convierten en ganas una vez que liado el capote de paseo, cruza el anillo tras los alguacilillos.

Abrió la capa con tranquilidad y junto a las tablas del 10, Rufo la desplegó con serenidad para enseñarle a su novillo como debía cogerla, y por verónicas le fue trazando el camino de manera sobria y encajada hasta los medios donde le remató. Brindo a Tomás a Tomás, en un encuentro en el que ellos solo saben de las palabras que se dijeron. Luego con los pies clavados cito al utrero que se vino y le recetó una serie de estatuarios rematados con un trincherazo.

La embestida del de José Cruz, no era clara con calamocheos constantes con la testuz a media altura, lo que hizo que le costara acoplarse al novillero toledano. Pero cuando con la diestra tiró por bajo y largo del utrero, la plaza de Madrid rugió. Rugió por el buen toreo y rugió por el apoyo que tuvo de los centenares de aficionados que se desplazaron a la capital de España para apoyarlo. Cuando Las Ventas estaba en ebullición, se fue a por el estoque de verdad y le instrumentó unas benardinas ajustadas que fueron el precedente a la estocada entera que hizo caer al astado en la arena. Oreja de ley, que paseó con el hombro derecho fuera, ocultando el dolor, y pudiendo ante él más la felicidad del logro cumplido.

La gente quería sacarle en volandas y el torero lo tuvo en sus manos. Ante el sexto, todo un toro, lo toreó de nuevo con el capote bajándole las manos y doblándose con el astado y así fijar su embestida a la capa. Brindo al público con el peso de saber que tenía en las yemas de sus manos la llave de la puerta grande. Quiso torear bien, y lo hizo. Sin la rotundidad que algunos exigen, pero con ganas, que es lo que se le ha de pedir a un novillero en Madrid, además del poco bagaje del novillero. Tuvo momentos destacados con diestra, llevando el hocico del de José Cruz cosido a la pañosa, y esta vez naturales de gusto y encaje, que trazaba desde que los enganchaba, hasta que los vaciaba. Había emoción contenida, tanto en el entorno del chaval, como en los tendidos, que, de haber enterrado el acero a la primera, le hubiesen pedido la oreja que le pasaportaba a salir a hombros de la catedral del toreo. Pero no quiso la suerte estar de su lado y tras caer el animal, y ser arrastrado, Tomas Rufo recibió una ovación que le supo a gloria y que a buen seguro le deja el crédito por las nubes para volver a las Ventas a estar en la terna de la final.

Le acompañaron en el cartel, Emilio Silvera y Alfonso Ortiz, este último con raíces en Villasequilla, que no tuvieron destacadas actuaciones y pasaron por Madrid de puntillas.

Lo que si hay que destacar es la gran tarde que vimos de los toreros de plata y a caballo de Toledo. Roque Vega y Jesús Alonso ‘Chule’, tanto con la brega como con los palos estuvieron a gran altura. De la cuadrilla de Rufo, Miguel Martín y Pedro Cebadera demostraron la gran profesionalidad, pero si hay que felicitar a alguien es a Sergio Blasco, que se presentaba como banderillero en Madrid y tanto en el tercio de banderillas del tercero, como en la brega del sexto, rozó la nota máxima que se le puede dar a un peón. A caballo bien Iván García Marugan y Manuel Sayago, fueron eficientes con la vara larga.