Una patología tabú, adicción al sexo

Rosabel Tavera (EFE)
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Lejos de resultar algo «divertido», quienes lo sufren tienen un conflicto interno grave, puesto que supone una pérdida de control sobre sí mismos y no es algo que se elija voluntariamente

Los expertos en salud mental hablan de la adicción al sexo como una patología en aumento, sobre todo tras el confinamiento de 2020, que afecta a todos los ámbitos de la vida de las personas que la padecen y que «lejos de ser algo gracioso o divertido» es la adicción «más tabú» y que genera más vergüenza.

Se calcula que la padece un 7 por ciento de la población mundial y los hombres acaparan el 90 por ciento de los casos. La adicción al sexo se da cuando una persona quiere mantener relaciones o conductas sexuales «a cualquier precio, hora y momento», un impulso que «deben» satisfacer y que supone «conductas repetidas y compulsivas» que se llevan a cabo habitualmente «con muchas personas».

Así lo explica el psicólogo valenciano Enric Valls, quien asegura que cuando la gente escucha algo relativo a la adicción al sexo dice: «¡Qué chulo y qué divertido!», una interpretación, a su juicio, totalmente «falsa e infundada».

Valls asegura que en los últimos meses han crecido las consultas, especialmente de jóvenes, que ponen de manifiesto las dificultades para «ligar» a causa de la nueva realidad poscovid y que hacen que se acuda a las pantallas digitales, tanto para consumir porno como para usar las aplicaciones de conocer a gente.

La pandemia ha aumentado el consumo de este tipo de prácticas, que son el «caldo de cultivo» para la adicción al sexo, y que aumenta además por la generalización del uso del móvil, pues se puede acceder a contenido a cualquier hora y en cualquier lugar, como en el aseo del trabajo o del centro de estudios.

Esta patología genera un conflicto interno «grave» para la persona que lo padece porque supone una pérdida de control y no es algo que se elija voluntariamente. «No es un deseo que se elija, sino que es algo que tiene que hacer sí o sí» y que además «es persistente». Esta persistencia supone que quien lo padece tenga que ver constantemente pornografía, por ejemplo cada noche o cada hora, ir a prostíbulos «sí o sí», o estar constantemente concertando citas en aplicaciones o webs de contactos. Se establecen unos «rituales» que es necesario cumplir «pese a la vergüenza y odio a sí mismo» que generan.

Repercusión en la pareja 

Valls pone como ejemplo un paciente que está enganchado al sexo telefónico. Una conducta oculta que esconde a su pareja -tanto las llamadas como las facturas- y que afecta muy negativamente a esa relación.

Y otro caso: el que mantiene «sexo anónimo» de una noche como mecanismo repetido para satisfacer ese impulso que lleva a relaciones sexuales de riesgo con desconocidos que «le alivian momentáneamente pero que luego tienen una doble repercusión: la de vivir en una pareja con la mentira y la de las enfermedades de transmisión sexual».

La psicóloga Gracia Vinagre señala que aquí el sexo se convierte en una droga y «funciona con los mismos sistemas», ya que el cerebro «se comporta exactamente igual: busca el placer de manera inmediata e impulsiva y si no tiene las cantidades que el cuerpo necesita, empieza el síndrome de abstinencia».

Los individuos experimentan una «pérdida de control» y el sexo pasa a ser «como una droga emocional» que intenta tapar una angustia «muy profunda».

Según Valls, el origen de esta conducta compulsiva puede estar en una experiencia traumática, como por ejemplo un abuso infantil y también se da cierta predisposición genética a padecerla.

Este tipo de adicciones afectan especialmente a hombres, ya que nueve de cada 10 personas que lo sufren son varones, a lo que el psicólogo agrega que, si ya de por sí estamos ante la adicción considerada más tabú, «está todavía peor visto» cuando la padece una mujer.

En cuanto a las repercusiones, estas van desde las afectivas, ya que es muy complicado mantener una relación sentimental con este tipo de adicción; a las laborales, porque produce ausencias, ocultaciones y mentiras, o las económicas, porque la mayoría de estas prácticas supone gastar grandes cantidades de dinero.