Un funambulista en Pamplona

M.H.
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El daimieleño Manuel Blanco convence en su apuesta arriesgada Toot Suite en un concierto que le sirve para definir su próximo álbum

Manuel Blanco (Daimiel, 1985) no tiene límites. En realidad, no quiere ponerse límites. El trompetista manchego quiso en el auditorio Baluarte de Pamplona asomarse al precipicio de la Toot Suite - una obra escrita por el francés Claude Bolling, para otro compatriota: el mítico y reverenciado trompetista Maurice André- para someterse a una prueba de resistencia, técnica y virtuosismo que pocos en la actualidad se atreven. Blanco se ha propuesto, como en casi en toda en su carrera, romper barreras y explorar nuevos caminos para llegar hasta el olimpo de los más grandes. Nunca importó su juventud y sus orígenes para labrarse un respeto en el panorama internacional. Y lo que ocurrió en la sala de cámara de Baluarte fue sencillamente una versatilidad de tal magnitud al alcance de muy pocos. Tan pocos que se cuentan con los dedos de la mano aquellos que han osado a tocar en directo y sin pausas el reto que le planteó Bolling a André en los años ochenta con la Toot Suite. Un proyecto que el trompetista francés culminó en un estudio, nunca en directo.

Blanco, flanqueado al piano por el prestidigitador Pepe Rivero, el incombustible contabajista Negrón y el sutil batería Michel Olivera, desplegó sobre el escenario seis de sus armas: trompeta en Sib, en Do, en Mib, pícolo, corneta y fliscorno para abordar el barroco y el jazz de los seis movimientos de la desafiante Toot Suite. La dificultad de esta obra radica en el cambio de embocaduras, ritmos, silencios, compases y estilos por los que Blanco navegó como pez en el agua. Sin perder la sonrisa ni la complicidad con el público y sin achantarse ante tal tobogán musical, el daimieleño encandiló cada movimiento con la facilidad de aquel que se siente predestinado para este tipo de citas. En especial, el segundo, el Mystique  (ver vídeo) con el que arrancó con una elegancia sostenida durante más de tres minutos propia de su mejor estilo clásico.

Quizá muchos de los presentes desconocieran este órdago musical con el que Manuel Blanco quiere enmarcar como su segundo álbum. Lo hará de la misma manera, en directo y con la magia del público. El del miércoles fue un ensayo general donde tendrá que recortar parte de los largos solos jazzísticos con los que el resto de la banda deleitó en modo juguetón para homenajear a ese estilo, el jazz, tan incomprendido y minoritario en nuestro país. 

Un funambulista en PamplonaUn funambulista en PamplonaBlanco, pese a plantear el encuentro casi en clave familiar y didáctica por la intimidad de la sala, se vació sin miramientos y sin miedo al vértigo a caerse de esa “cuerda floja” por el que caminan los solistas, en especial, los trompetistas. Como en el cuarto movimiento Marche enfrentándose al pícolo en cada nota, tan rápido como la partitura le marcaba.

Una vez que el labio le aguantó el embiste de esta monstruosa Suite, abrazó el fliscorno como una prolongación de su cuerpo para, ya más relajado, regar la velada con varias obras marca de la casa, Piazzolla meets maestro Rodrigo, Invierno de Vivaldi y el VascoNavarro soy para deleite de los presentes. Y como colofón sorpresa tras dos horas insaciables, remató un bis con el Space Oditty de Bowie, dedicado a su amigo el creativo y dibujante Mikel Urmeneta, fundador de Kukuxumuxu.

Blanco no solo sobrevivió a esta autoexigencia de caminar sobre el alambre de todas las formas posibles. Sino como un funambulista sin red que es, superó la prueba con nota y cargado de argumentos para dejar poco a poco su huella en la historia de este instrumento.

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