El rey godo que pintó el toboseño patiño

Adolfo de Mingo
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El artista representó a Gesalico o Gesaleico como parte de la serie cronológica de monarcas impulsada por José de Madrazo en el siglo XIX. Propiedad del Museo del Prado, el cuadro está en la Diputación de Lugo

El rey godo que pintó el toboseño patiño

A mediados del siglo XIX, un pequeño ejército de pintores -Carlos María Esquivel, Antonio Gisbert o Raimundo Madrazo, entre los más conocidos- recibió el encargo del director del Museo del Prado, José de Madrazo, de representar una serie cronológica de reyes de España, herencia de iniciativas semejantes emprendidas durante los siglos XVII y XVIII. Uno de estos artistas fue el toledano Patricio Antonio Patiño y Álvarez, autor del retrato del rey visigodo Gesalico o Gesaleico, propiedad del Museo del Prado y conservado en depósito en la Diputación Provincial de Lugo.

A pesar de la discreta calidad de la pintura, muy alejada de la de otros pintores que participaron en este encargo colectivo, el artista toboseño fue capaz de plasmar con gran eficacia la trascendencia de la escena representada: la dolorosa lectura de la carta en la que se le comunicaba la derrota del ejército visigodo en la batalla de Vouillé (507), en la que murió el rey Alarico II.

Gesaleico se convertiría en su sucesor, pero con el alto precio -así se manifiesta en la mano crispada que arruga la carta y en la expresión desalentada del rostro- de tener que replegar sus posiciones hacia el sur, dando por perdidas las posesiones visigodas en las Galias, incluida su capital, Tolosa (Toulouse).

El nuevo monarca se vería posteriormente obligado a instalar la corte en Barcelona, tras el breve espejismo de conservar una parte de la Septimania (con capital en Narbona) gracias a la ayuda ostrogoda. Su reinado apenas duraría cuatro años, en constante escapatoria frente a la presión de los partidarios del ostrogodo Teodorico el Grande, quien habría de convertirse en regente hasta la mayoría de edad del próximo rey, Amalarico. Tras nuevas derrotas en el entorno de una convulsa Barcelona, incluida una escapada a territorio vándalo, en el norte de África, que le supuso perder la corona, Gesaleico encontraría la muerte en la rivera del río Durance, en el sur de Francia, en el año 511 o 512.

El rey pintado por Patricio Antonio Patiño es uno de los más sobriamente representados de toda la serie de monarcas visigodos, sin apenas elementos espaciales (un cortinaje cierra el fondo, y los detalles arquitectónicos apenas están abocetados) ni alarde alguno en el armamento y las insignias regias, limitadas a una pequeña diadema. El mayor interés de la pintura radica en el rostro, cuya sombría mirada parece resumir el funesto reinado por llegar.

El pintor. Natural de El Toboso, donde nació en 1824, Patricio Antonio Patiño es uno de los pintores toledanos del siglo XIX de los que conocemos menos detalles, algunos de ellos proporcionados por el biógrafo de artistas Manuel Ossorio y Bernard. Recibió formación en la Escuela de Bellas Artes de la Real Academia de San Fernando de Madrid y en la École des Beaux-Arts de París, donde ingresó en 1851 tras una breve estancia en el taller de François Édouard Picot (1786-1868), maestro de afamados pintores franceses como Bouguereau, Cavanel y Gustave Moreau.

La prensa de la segunda mitad del siglo XIX permite completar algunas lagunas de su biografía. Gracias al periódico liberal La Iberia, por ejemplo, conocemos que el 10 de junio de 1855 ya había regresado a Madrid, instalando su estudio en el número 76 de la calle Atocha. Por esta reseña sabemos que también permaneció un tiempo en Roma, antes de instalarse en Francia.

Durante los diez años siguientes, Patricio Patiño concurrirá a diversas exposiciones nacionales de Bellas Artes con obras de temática religiosa y costumbrista, obteniendo menciones al menos en 1858 y 1864. En la primera de estas fechas presentó un lienzo titulado Las huérfanas, que le procuró una mención honorífica de Segunda Clase. En 1864 obtendría mención ordinaria, al igual que otro pintor toledano, Ángel Lucio Ludeña. En 1862 presentó un Jesucristo difunto adorado por dos ángeles que compartió sala con la obra de pintores importantes, como Eduardo Balaca (1840-1914).

Ossorio enumeró en 1868 varias de sus obras, como Dos cabezas de estudio, Santa Clara, Un mártir, Un estudio del natural, La planchadora, La huérfana, La oración y Una aguadora, así como siete retratos y la representación del monarca visigodo que aquí reproducimos. Otra de sus pinturas documentadas es El juego de la taba, que fue subastada en Sevilla y adquirió el Estado por 5.500 euros a finales de 2004.

Más recientemente, algunos de estos retratos formaron parte de la exposición La lucha por la libertad. Los pueblos de La Mancha toledana entre 1808 y 1812, instalada en Quintanar de la Orden a mediados de 2012. Concretamente, los de su esposa, Aniceta Iniesta Pérez, con la que contrajo matrimonio el pintor en 1864, y el primer marido de ésta, Pascual Nuño de la Rosa, agente oficial de los procesos desamortizadores de la provincia y adjudicatario de bienes desamortizados en El Toboso.

La trayectoria artística de Patricio Antonio Patiño después de su ventajoso matrimonio con la adinerada viuda nos es desconocida. No sus suscripciones a periódicos católicos, como El pensamiento español o El Siglo Futuro, en los que a menudo aparecía como colaborador de causas como «los desgraciados de Filipinas» (1880) o los soldados españoles heridos en Orán (1881). Secretario de la Junta Provincial Católico Monárquica de Quintanar en 1872 y nombrado como «carlista» en varias ocasiones, debía de ser persona de hondos sentimientos religiosos.

En 1890, en una de sus últimas referencias documentadas, felicitó en las páginas de El Siglo Futuro al director de este medio y fundador del Partido Católico Nacional, Ramón Nocedal, por un acto en el que al parecer «pulverizó a la ridícula secta masónica». Su condiscípulo Ángel Lucio Ludeña, por el contrario, era afín en esas mismas fechas al republicanismo liberal.