Biutiful nius: Las otras noticias de la semana

Sofía Esteban
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Biutiful nius: Las otras noticias de la semana

Héroes del 15 de agosto

Reduce la velocidad y vislumbra a lo lejos la coqueta plaza en la que tanto jugó de pequeña, guardó secretos de adolescencia y sigue bailando incansable cada año por estas fechas Fuiste la niña de azul.

Luce espléndida llena de los banderines de colores de siempre. Hace tiempo que el alcalde anunció la suspensión de las fiestas patronales, pero se niega a que el maldito virus que nos ha dejado sin verbenas, charangas, peñas y hasta vermú torero acabe también con unos adornos que no hacen daño a nadie. 

Inés tenía claro que el 15 de agosto volvería al pueblo a pesar del miedo. Hace seis meses que no ve a su abuela y espera con ansia un reencuentro sin besos ni abrazos, pero con esas miradas que lo dicen todo. La festividad siempre ha servido como excusa para que Jacinta reúna a toda la familia y este año cobra aún más sentido, aunque sea con mascarillas y gel hidroalcohólico.

Sus padres hace tiempo que la esperan en la casa en la que veranean. Huyeron de Madrid al día siguiente de acabar el confinamiento para asegurarse de que la anciana se encontraba bien. Con 84 años para 85 (como le gusta decir), ha sido una de las muchas personas mayores que ha pasado la pandemia en soledad en medio de la España vaciada; con temor, pero sin perder la sonrisa. 

Mucho se ha hablado estos meses del papel de los sanitarios en la crisis. Desde luego, encomiable. Pero en el reparto de capas con superpoderes faltan otros héroes, de pelo blanco y cachava. Los que están, como Jacinta, y los que se quedaron por el camino sin poder superar la infección.

Por su entereza, por su valentía, por su fortaleza, por su paciencia, por no rendirse, por enseñarnos siempre, por no dejar de aprender. El baile de Inés hoy es para ellos. Y a ritmo de pasodoble.

 

La jubilación de Lolita

Con nombre de flamenca y alma de sirena a pesar de sus más de 3.000 kilos, Lolita lleva medio siglo actuando tres veces al día en un acuario de Miami, soñando con volver a surcar los mares. Sin bata de cola, pero con sus aletas a modo de castañuelas, es la orca que más años acumula en cautividad, desde 1970, y la friolera de 39 sin ver a ningún otro animal de su especie, desde que su compañero, Hugo, muriera tras golpear su cabeza contra un tanque.

Convertida en la reina del espectáculo, pena en soledad al no poder nadar los 160 kilómetros diarios que serían habituales si volara en libertad, ni sumergirse a decenas de metros en busca de aventuras en la profundidad de mundos más cristalinos. Cinco décadas de chapuzones en su piscina de irrealidad para hacer las delicias de niños y mayores bien merecen un retiro en la inmensidad del océano, tal y como reclaman desde hace décadas las organizaciones ecologistas, que han hecho de Lolita un icono contra el maltrato animal.

A ritmo de insensatez 

Ocurrió hace unos días durante el concierto de Taburete en el Festival Starlite de Marbella. Decenas de imágenes colgadas en las redes mostraban una pista de baile llena, poca distancia interpersonal y mascarillas mal colocadas o inexistentes desafiando al coronavirus. Pero todo parece producto de la imaginación fotográfica. Los organizadores han aclarado que los planos mostraban una visión distorsionada de una realidad en la que el aforo era limitado y los participantes tenían obligación de portar tapabocas (otra cosa es que los llevaran en todo momento). 

Similar malentendido pudo suceder con el grito de guerra que lanzó el cantante del grupo, Willy Bárcenas, mientras entonaba Sirenas: «Ni una puta mascarilla». Las palabras suenan en el vídeo sin trampa ni cartón, pero también tienen una explicación, no sean malpensados. Aunque a primera vista podría parecer una exhortación a que el público se desprendiera de las incómodas protecciones y disfrutara de las canciones sin ataduras, el músico ha asegurado que se refería precisamente a lo contrario. Al ver que muchos fanes no llevaban puesta la mascarilla, les instó de esta «irónica» forma a colocársela. Lo siento, Willy, pero no acepto pulpo como animal de compañía. 

Tragedias en un mar de sueños

La historia de Bangaly Conde comienza como la de tantos inmigrantes que dejan su familia, su casa y su país en busca de un porvenir, aunque ese viaje conlleve el riesgo de perder la vida en una patera. Este joven guineano de 24 años tenía la maleta cargada de planes. Encontrarse con su hermano gemelo en Alemania y convertirse en el futbolista profesional que llevaba dentro. Alcanzar el sueño americano pisando suelo español. Y lo pisó. 

Arribó tierra en Fuerteventura desde El Aaiún, en El Sáhara, a bordo de un avión de Salvamento Marítimo que lo rescató junto a las otras 61 personas que viajaban a bordo del cayuco. Más de medio centenar eran portadoras de la COVID-19, por lo que Bangaly tuvo que guardar cuarentena en un albergue de Cruz Roja. Superado el primer obstáculo, el joven ponía rumbo a un futuro mejor, pero un inocente paseo hasta la playa de Corralejo truncó sus ilusiones. El mar que lo trajo a España, se lo tragó unos días después en un inocente baño con los rayos de sol como únicos testigos.

Vándalo por accidente 

La fiebre de los selfis nos tiene locos. Tal es la afición de algunas personas por retratar cada paso que dan que a veces acaba en tragedia. 

Es lo que pasó hace unos días en el Museo Gipsoteca Antonio Canova de Possagno, en el noreste de Italia, cuando un turista austríaco que se fotografiaba con la estatua de Paulina Bonaparte, del maestro neoclasicista, rompió dos de los dedos de la obra y se dio a la fuga. Tras ser localizado gracias a las cámaras de seguridad del centro, el visitante asegura que no se enteró del desastre. Pero, con o sin consciencia, la instantánea le va a costar cara al amigo de los posados.