La CLM de hoy fue comunera (o no)

C.S.Rubio
-

La Guerra de las Comunidades no es solo cosa de Toledo. Todo el territorio de lo que hoy es Castilla-La Mancha estuvo implicado en este enfrentamiento. Además, en los cerca de tres años que duró el conflicto, las lealtades «fueron evolucionando».

La CLM de hoy fue comunera (o no)

El llamado Levantamiento de las Comunidades no es solo cosa de Toledo. Todo el territorio de lo que hoy es Castilla-La Mancha estuvo implicado en este enfrentamiento, a medio camino entre la guerra civil y la guerra dinástica, con tintes también en muchas zonas de revuelta antiseñorial. Como apunta Miguel F. Gómez Vozmediano, miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, la importancia de esta región en el desarrollo de las Comunidades «es fundamental». Y un dato lo ejemplifica, «tres de los líderes de las Comunidades, Padilla, Bravo y Maldonado, o son de nuestra región (Padilla) o tienen muchos lazos con ella (Bravo nació en Atienza y Maldonado era de familia talaverana)».

Más difícil es dibujar el mapa de cómo se dividió este territorio durante un conflicto que arrancó en 1520 y concluyó en 1522. «Es un puzzle complicado», explica Gómez Vozmediano, «en esta época el poder estaba fragmentado, por un lado estaban las ciudades y los territorios que dependían de ellas, como los Montes con Toledo, que no eran dueños de su destino», y por otro los nobles que poseían «pueblos enteros, como el propio Padilla, que era señor de vasallos». Sin olvidar que «no siempre hubo sintonía entre las oligarquías rurales» y «las bases populares», «mientras unos luchaban por el poder, otros pelearon por sobrevivir». 

Además, las lealtades «fueron evolucionando». «Los que tenían algo que perder, como los grandes comerciantes y parte de la nobleza», abandonaron en muchos casos el movimiento comunero «cuando toman el mando los de abajo». 

La CLM de hoy fue comunera (o no)La CLM de hoy fue comunera (o no)Como apunta Gómez Vozmediano en su estudio ‘Las Comunidades en el mundo rural castellano-manchego y en el priorato de San Juan’, «la historiografía tradicional orilló el impacto del movimiento comunero en las áreas rurales, convirtiéndolas en sujeto pasivo de la veleidades rebeldes o de la rapiña de las tropas imperiales». «Sin embargo, la lectura atenta de los procesos judiciales instruidos los años siguientes a su represión» hablan de «una encrucijada de fidelidades» y del empeño de ambos bandos «por vencer o convencer a quienes vivían lejos de las murallas y de controlar el territorio». No hay que perder aquí de vista que alrededor del 85% de la población «vivía en núcleos de menos de 4.000 habitantes».

Es más, se dan muchos casos de familias luchando en los dos bandos para proteger así sus intereses nobiliarios. «Es frecuente ver al titular de un condado, marquesado o ducado al lado del rey y a sus hijos con los comuneros», apunta Gómez Vozmediano. Un fragmento de una carta de la época ratifica este juego de lealtades al decir: «nuestra familia tiene que quedar como el aceite sobre el agua, siempre encima».

No obstante, buena parte de la otrora levantisca nobleza castellana terminó decantándose por el bando del emperador Carlos. ¿Por imposición o miedo? Pues más bien por propio interés. Como afirma Gómez Vozmediano, «el rey no los venció, los convenció», «tenía un imperio que explotar y los nobles vieron que ahí estaba su futuro». Tanto es así, el de Gante les concedió ser su primus inter pares.

Tampoco salió mal parada la burguesía, ya que «consiguió mantener el gobierno de las ciudades», mientras que el pueblo llano volvió ser «mera comparsa», consolidándose el régimen señorial en España hasta la constitución liberal de 1834.

Gómez Vozmediano insiste en su ya citado artículo en que «la actual Castilla-La Mancha era un mosaico jurisdiccional donde convivían ciudades de realengo -Ciudad Real, Chinchilla de Monterreal, Cuenca, Guadalajara, Hita o Toledo- con los prioratos y maestrazgos de órdenes militares que se extendían por buena parte de su territorio». Además de existir «señoríos episcopales», como Talavera o Sigüenza, salpicados con «lugares de señorío laico, con Casas tan emblemáticas como las del Infantado u Oropesa».

Guadalajara. Haciendo un breve recorrido por el mapa regional, se puede decir que en la actual provincia de Guadalajara los comuneros «solo triunfaron en la ciudad de Guadalajara, donde obligaron al III Duque del Infantado a ejecutar a algunos imperiales y hacen que su heredero, el conde de Saldaña, se erija en su capitán en los primeros compases de la revuelta». 

El porqué de esta lealtad al rey hay que buscarlo en zonas como el Señorío de Molina, que no estaban «nada interesadas en que los desordenes impidiesen el tránsito de los rebaños de merinas».

Cuenca. Buena parte de la actual provincia de Cuenca estaba vinculada al marquesado de Villena, sin olvidar tampoco la gran importancia de la encomiendas de la Orden de Santiago, con Uclés como centro espiritual, territorios todos ellos leales a la causa realista. 

Con todo, la insurrección triunfó en un primer momento en la ciudad de Cuenca, así como en zonas como Moya, Valera de Yuso, Altarejos, Olmeda o Albadalejo del Cuende, y en buena parte de la actual comarca de la Manchuela, donde se incluyen localidades hoy albaceteñas como Alcalá del Júcar, Madrigueras, Villamalea o Villanueva de la Jara. 

También se sublevaron contra sus señores y proclamaron su lealtad a los comuneros lugares como Santa María del Campo, El Provencio, Huete, Cardenete, Villanueva de la Jara, La Motilla, El Pedernoso, Barchín del Hoyo, el Peral, Alberca de Záncara, La Pedroñeras o Almarcha.

Albacete. El Albacete comunero se localiza fundamentalmente en la citada zona de la Manchuela, así como en el llamado ‘Partido de Abajo del marquesado de Villena’, formado por núcleos como El Bonillo, Lezuza, Munera, Hellín, Liétor o Letur, detectándose revueltas también en la zona de Almansa. Chinchilla y su entonces aldea Albacete, estuvieron «un par de meses en rebeldía, pero pronto volvieron al a obediencia de los gobernadores», añade Gómez Vozmediano. 

En cuanto a la zona leal al que fuera emperador destaca la Sierra del Segura, que «termina convirtiéndose en refugio de los corregidores de la zona y santuario de los ganadero de las cuadrillas de Soria-Molina». Además, la vecina Yeste «podrá dinero y hombres» para contener las revueltas.

Toledo. La actual provincia de Toledo se puede considerar comunera por sus cuatro costados, salvo por el curioso caso de Talavera de la Reina, que trato de librarse del ‘yugo’ toledano poniéndose al lado de los leales al rey. 

Con todo, Toledo fue la primera y la última ciudad en liderar las protestas contra Carlos I, «arrastrando con ella a sus Montes, sobre los cuales ejercía un férreo señorío urbano». Asimismo, muchos de sus caballeros, «furibundos comuneros», eran a la vez «señores de vasallos rurales», como incide Gómez Vozmediano. Los ejemplos son muchos, si bien los más destacados son los del propio Juan Padilla, señor de Mascaraque, o el de Pedro Laso de la Vega, que poseía la villa de Cuerva.

No obstante, no fueron pocos los caballeros toledanos que, tras apoyar en un primer momento la revuelta, se pasaron después al bando realista, «alarmados por la deriva revolucionaria». Es el caso, entre otros, de Antonio Álvarez de Toledo, II señor de Cedillo o Pedro López de Ayala y Silva, II conde de Fuensalida. 

Y otros tantos decidieron «nadar entre dos aguas», ironiza Gómez Vozmediano. Como Francisco Álvarez de Toledo, II conde de Oropesa, al que se le consideraba fiel aliado de Padilla, pero que su correspondencia «proclama fidelidad» al monarca.

Ciudad Real.  En cuanto a la hoy provincia de Ciudad Real, «tierra de órdenes militares por excelencia», fue «incondicional del emperador». Alcázar, Almagro, Almodóvar del Campo y Montiel catalizaron la ofensiva anticomunera.

«La nota discordante fue la villa de Puertollano», «tal vez influenciada por los mercaderes toledanos y jiennenses que traficaban con sus paños de lana», matiza Gómez Vozmediano. 

Es imposible saber a ciencia cierta cuantos bajas causó esta Guerra de la Comunidades en el territorio regional. «Hasta donde sabemos, los combates no fueron encarnizados», «peleaban castellanos contra castellanos, vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos y en lo que se pudo se evitaron peleas cuerpo a cuerpo», insiste Gómez Vozmediano. No obstante, no dejó de ser una guerra y la memoria colectiva se encargó en muchos casos de «magnificar» lo que pasó hace ahora 500 años. Sería el caso, por ejemplo, de lo ocurrido en la aldea conquense de Gabaldón, donde una generación después se hablaba de que el río Rus «se volvió sangre». 

Mora, en Toledo, registra uno de los episodios más aciagos de esta guerra. El 12 de abril del 1521, muchos de los vecinos de la villa, asediada por las tropas del emperador, se refugiaron en la iglesia, que salió en llamas al prenderse la pólvora custodiada en el coro, muriendo quemados. 

El obispo Acuña, indignado, trata de «castigar» a los que prendieron la iglesia y «acaudilla una guerra total contra los imperiales», pese a que ya tenía noticias de los sucedido en Villalar. Y aunque logra alcanzarlos a la altura de Illescas, «no consigue vengarse», relata Gómez Vozmediano, «al huir sus hombres despavoridos en medio de la noche ante un rebaño desbandado de bueyes y vacas».

Con todo, hoy queda en la memoria el cariz romántico de lo acaecido hace 500 años en las tierras de Castilla. Y es que, como concluye el historiador toledano, «los perdedores de las causas justas siempre nos han fascinado».